El descenso a los infiernos del Dépor ha sido de tal calibre en las últimas semanas que cualquier atisbo de mejoría se pone en cuarentena. Lógico. Han sido muchos amagos de reacción y, acto seguido, casi las mismas decepciones. Una dinámica que hace mella, que genera desapego y desconfianza. Carcome. Nadie niega que la segunda parte de Santander está a una distancia sideral del bochorno del primer acto. Tampoco es justo ensalzar haber saltado un listón que se encontraba bajo tierra. Una línea adelantada, cierta capacidad de combinación, mejor posicionamiento, activación tras pérdida, florecimiento de algún futbolista clave como Peru... Las bondades de esos minutos son sencillas de enumerar, más difícil es escrutar si ese tramo de partido supondrá un punto de inflexión, si ese paso adelante se hará sostenible en el tiempo. La misma encrucijada. Una y otra vez, una y otra vez. El deportivismo quiere creer, las señales y la historia reciente le hacen dudar, torcer el gesto. Todo el mundo anhela una reacción inmediata y rotunda, pero no sería de extrañar que este equipo acabe dando tumbos entre repuntes y caídas durante toda la temporada hasta pelear por salvarse. La Segunda B es una amenaza real. Triste realidad que más de uno aún no quiere asumir.

Somma, Gaku, Aketxe y Longo. Seguro que en la cabeza de Carmelo del Pozo revoloteó el pasado verano este cuarteto como pasillo de seguridad del Dépor del retorno a Primera. Unos meses después tenía a todos en el bolsillo. A unos los retuvo, a otros los cazó. De entrada, son casi todos nombres que seducen, atractivos para un conjunto puntero de Segunda. Hay casos y casos, pero entre las lesiones y la pésima configuración del Dépor como equipo, están naufragando. Al defensa ni se le espera perdido en un nuevo limbo médico que comparte con David Simón; el japonés, tímido y en involución, ya desapareció del once; el vasco es un fantasma sin el arma del balón parado y con Jovanovic al acecho; y el delantero ni marca ni se conecta. Ningún ariete es ajeno a una mala racha, ese bajón puede llegar a ser entendible en la dinámica de un grupo que no crea nada en ataque, pero su insignificancia en el juego ofensivo coruñés ya es más preocupante. Ni da continuidad ni gana balones por arriba. Seguro que en este cuarteto todos pueden y deben rendir más, no es su nivel el que muestran cada fin de semana, pero la realidad es dura y golpea. No hay que ponerle asteriscos ni salvedades a una rentabilidad paupérrima. Ni aciertan ellos ni el que los disponen en el campo ni mucho menos el que los fichó. Arranca noviembre y el Dépor aún busca su columna vertebral.

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Arranca una semana con seis entrenamientos antes de recibir al Fuenlabrada

En Santander y tras el descanso, se pudo ver por fin a un Luis César influyente, guía. Las situaciones críticas requieren reacciones inmediatas, pero muchas veces no es tan fácil para un entrenador tener incidencia instantánea sobre un grupo. Vicios heredados, jugadores destruidos, dinámicas anulantes... Que tome decisiones, que no mire el nombre y, sobre todo, que nutra al equipo de fútbol y de un buen posicionamiento. Demasiado se le pide, no queda otra. Cuanto mejor juegue, mejor se colocará el grupo sobre el terreno de juego y viceversa. Los males psicológicos empiezan como futbolísticos y por ahí hay que empezar a solucionar el desastre, el resto debe caer por su propio peso. Así ayudará a este Dépor, también lo harán las victorias.

EL FOCO Y LA GRADA

Casi todo se ha hecho mal en el Dépor en los últimos años o, al menos, se ha fallado en lo más importante: el césped. Dejando a un lado la honrosa y orgullosa excepción del Dépor Abanca, se acumulan descensos y decepciones como una bola en la garganta que ni pasa ni se expulsa. La marcha errática ha sido aún más grave en estos últimos meses. Han cometido errores desde un plantel perdido y al que le ha faltado personalidad hasta un director deportivo que ha elegido mal y una junta directiva que no pudo poner orden y dar mejores directrices cuando ya se empezaba a reducir el margen de error. Hay quien clama por un relevo. Riazor tiene toda la potestad para ser exigente, para gritar por lo que desee y hay una junta a la vista en diciembre para que los accionistas hablen, decidan. Lo pueden hacer incluso antes, activando el mecanismo del 5%. Pero de manera paralela, hay un equipo al que salvar, un club al que no dejar despeñarse. Ha habido mucho tragar, es probable que no lo merezcan, pero si se hace un repaso rápido a los equipos históricos que han pasado por estas situaciones y han conseguido levantarse, se encuentran estadios con temperatura y aficiones unidas, a muerte con el equipo, no mezclando apoyo y plebiscitos. Hay tiempo para todo, hay que saber repartirlo y elegir el momento, y también un Dépor al que echar una mano.