Impotente, entregado. El Dépor, como equipo, como entidad, parece que solo espera a ponerle la fecha a su pasaporte a Segunda B. Destino marcado. Lleva quince jornadas sin ganar y no se ve el mínimo poso futbolístico y emocional para volver a hacerlo en breve. Con un entrenador que no llega al grupo, con jugadores desconectados, empequeñecidos y sin suerte, el Extremadura le superó con lo justo, que a la vez es mucho: ganas e ideas claras. Donde los deportivistas veían otro fin de semana más de tortura, los azulgranas apreciaban una oportunidad y salieron a por ella focalizados, leyendo los buenos apuntes de Manu Mosquera y como si les fuera la vida en ello. Con un gran Pinchi liderando el ataque, el equipo extremeño fue esforzado en las coberturas y la presión, y certero en las transiciones y en ataque con un Dépor, en muchos momentos, como sujeto pasivo. El Extremadura no dejó pasar ninguno de los regalos coruñeses y en la segunda parte Casto evitó que su contrincante se metiese en el partido. El peor local ganaba y el peor visitante, sin ni siquiera morir en el área rival, continuaba pagando por una condena a la que no se le adivina fin.

Ni dos minutos de partido y todo deportivista que sufra cada semana en el campo o delante de un televisor ya sabía lo que iba a pasar. El Dépor, perdido y sobrepasado, veía como un Extremadura con dos marchas más empujaba y empujaba con la idea de pasarle por encima. Pronto llegó el primer tanto y prácticamente la sentencia, aunque aún hubiese que jugar hora y media. Una mala presión en banda, una contra defendida en inferioridad y Ale Diez remataba a placer un centro largo de Pinchi. Sí, otro canterano ajusticiando. 1-0, minuto 5. El tanto era la certificación de lo que se estaba viendo, de lo que se temía. Luis César improvisó una defensa, mantuvo a Mujaid y rescató para el once a dos pesos pesados como Borja Valle y Vicente con la idea de golpear con el primero y construir fútbol con el segundo. Álex se quedaba en el banquillo. No es que el coruñés no hubiese hecho méritos para tener en un descanso, pero en ese primer acto el equipo blanquiazul fue más de lo mismo, volvió religiosamente sobre sus erráticos pasos. La velocidad de su rival en la transición, sus ideas claras y, sobre todo, su presión alta a la salida de balón le superaban. El Dépor se ahogaba, veía aviones pasar, perdía todas las disputas individuales. Ese coctel mezclado con sus propios errores se convertía en un brevaje más que indigesto.

A pesar del panorama y por la estrechez del marcador, el Dépor acabaría poniéndole la cara al partido. Lo hizo con sus imperfectas armas, las que pretendía utilizar hoy: balón al suelo, circulación rápida... Poco a poco se fue entonando y se pudo ver alguna jugada de mérito. Su problema entonces fue que el Extremadura era un reloj tapando huecos en el repliegue y él no era capaz de crear ocasiones. Aún así, parecía que jugada a jugada iba resquebrajando el muro local. De nuevo errores individuales en cadena le volvían a condenar tras un saque de esquina. En este caso, de casi marcar Bóveda a una contra en la que Zarfino empujaba el 2-0 a la red. Mazazo de proporciones bíblicas para un equipo al límite en casi todos los aspectos. El calvario continuaba. Superado, ni faltas hizo el Dépor en ese primer acto. Hasta el descanso deambuló, penó. Debía incluso agradecer que no llegase el 3-0.

La situación desesperada requería una reacción inmediata del Dépor y la primera llegaba desde el banquillo. Luis César sentaba a un Mollejo perdido en banda (cada día parece más claro que su sitio es el de segundo punta) y ponía en el campo a Longo, uno de los desaparecidos fichajes estrellas. El técnico empezaba a fiarlo todo a la pegada y el primer paso era acompañar en ataque a Koné. Más tarde entraría Christian Santos por un Aketxe que se marchaba enfadado al banquillo tras fallar todo lo posible y lo imposible y ser intrascendente en el encuentro. Con las modificaciones, no mejoraba el juego coruñés ni embotellaba a su rival, pero pronto el marfileño empezaría a notar los beneficios de no ser una isla en ataque. En una contra logró librarse de su marca y casi sorprende a Casto en un disparo lejano. Levemente, el Dépor comenzaba a enseñar los dientes.

De manera esporádica y discontinua, no dejó de insistir en los venideros minutos el equipo blanquiazul, siempre con el mismo protagonista: Koné. Crecía entonces la figura de Casto, que despejaba un lanzamiento que olía a gol del ex del Racing y que en el ocaso del partido realizaba otra gran intervención a disparo de Beto da Silva. El Extremadura había aprovechado sus ocasiones y el Dépor, no. Esa fue otra de las sustanciales diferencias. El grupo coruñés acabó el partido casi con cinco delanteros, pero apenas inquietaba, entregado a un destino marcado. Una imagen del final del duelo vale casi de resumen. Cuatro jugadores del Extremadura presionando en banda a un Longo destensado, desesperado y perdido en el centro del campo. Un equipo paladeando el triunfo del esfuerzo y del buen trabajo y el otro, muy perdido, ahogado. El Dépor tiene muy poco a lo que agarrarse, está a la deriva.