Explicar la crisis que atraviesa el Deportivo a partir del remate de Pablo Marí que se marchó por un palmo en Mallorca sería simplificar al máximo las razones de un hundimiento histórico, pero hay que remontarse hasta ese partido en Son Moix para entender la delicadísima situación en la que se encuentra inmerso el club. El equipo se quedó a un gol de un ascenso que rozó con los dedos y que se le escapó en los minutos finales con esa oportunidad del central ahora en las filas del Flamengo. Para algunos el conjunto blanquiazul todavía no ha superado ese trauma a pesar que se sometió a una profunda remodelación durante el verano para adaptarse a una temporada más en Segunda División. Muchos se fueron y otros tantos vinieron y de cómo se pilotó esa reconstrucción hay también que partir para encontrar una explicación al momento que atraviesa el Deportivo.

La planificación. Conforme ha ido avanzando el campeonato y los malos resultados se sucedían, las miradas empezaron a dirigirse hacia el director deportivo, Carmelo del Pozo. Como cabeza visible del proyecto, sobre sus espaldas recae buena parte de la responsabilidad de la crisis y así se lo ha hecho saber un sector de la afición, que ha reclamado con insistencia su dimisión. Dos son los lunares más importantes del responsable de la parcela deportiva: el pobre rendimiento de los fichajes hasta la fecha y los patinazos en el banquillo. Todo ese trabajo estuvo condicionado por la obligación de readaptarse a otra temporada en Segunda con menos ingresos y por lo tanto menor límite salarial. Hubo que desprenderse de los mejores jugadores y los sueldos más altos (Edu Expósito, Quique González, Pedro Mosquera o Fede Cartabia), con el agravante de que alguno (Diego Rolan) no se marchó hasta los últimos días de mercado. Eso frenó operaciones y perjudicó la preparación durante el verano, pero con todo y con eso el Deportivo maneja el sexto tope salarial de la categoría (11,3 millones) y aún así es el colista.

Apuesta fallida para el banquillo. El club sabía que el verano sería complicado, que la reconstrucción estaría plagada de obstáculos y que el entrenador no iba a contar con la plantilla al completo para el arranque del campeonato, así que escogió a un técnico (Juan Antonio Anquela) que se adaptara a la situación. Al poco tiempo, la apuesta se demostró fallida. Por más condicionantes que tuviera, Anquela fue incapaz de dotar de una identidad al equipo. Se disculpó en demasiadas ocasiones a partir de la falta de intensidad de sus jugadores y muy pocas veces asumió las enormes lagunas en el juego que llevaron al equipo a ser el más goleado de la categoría y a sumar un solo triunfo en las diez jornadas que estuvo al frente. Luis César, su recambio, no ha mejorado sus números y el Deportivo está cada jornada más cerca del precipicio.

Fichajes en entredicho. Ninguna de las incorporaciones ha funcionado en un equipo que se ha acostumbrado a perder. Los resultados han ido empequeñeciendo a los jugadores hasta el punto de que no existen referencias individuales. Solo Koné parece rebelarse contra la situación que atraviesa el conjunto blanquiazul y se acerca a cumplir las expectativas depositadas en él. Samuele Longo, la apuesta para la delantera, todavía no se ha estrenado como goleador; Gaku Shibasaki ha desaparecido de las alineaciones; Aketxe es intrascendente y Montero y Víctor Mollejo parecen demasiado jóvenes como para poder rescatar al conjunto blanquiazul de la situación en la que se encuentra sumido transcurrido ya un tercio del campeonato.

Fractura social. La mala situación del equipo ha acentuado la división que se vive en el deportivismo. La Federación de Peñas ha convocado el viernes una manifestación frente a la sede del club en la plaza de Pontevedra para exigir la dimisión del consejo y Riazor está más vacío en cada partido, lo que evidencia la desafección de los aficionados con un conjunto que no ofrece razones para el optimismo.