No gana ni siquiera ante quien poco o nada le apetecía conquistar Riazor. Por unas razones u otras, nunca es el día y así van ya dieciseis semanas. Un Dépor obsesionado con ordenarse y no encajar fue incapaz de tumbar, siquiera de marcarle a un Alcorcón que estuvo lejos de ser ese equipo emergente que opositaba al primer triunfo de su historia en A Coruña. El grupo de Luis César fue el que más cerca estuvo, el que más lo quiso. Koné pudo ser el héroe en dos remates que acariciaron el palo. Nada. Hoy tampoco tocaba. El equipo coruñés, mejor asentado, dio un paso al frente esta tarde, pero no del alcance que necesitaba. Demasiado corto. Así, sin claridad en los últimos metros e inofensivo a balón parado, cosecha un empate que tiene el mismo sabor insípido de los otros siete que acumula en el montón de cosas inútiles. Los rivales aprietan, él no. La agonía se multiplica, la mejoría no consuela.

El revolución de Luis César, más que de nombres y de revoluciones tácticas, fue de mentalidad. En la cabeza de cada deportivista sobre el césped resonaba desde el primer minuto y de manera machacona "defender, primero", "no equivocarse"... Esas voces interiores llevaban al Dépor a estar nervioso, en tensión, a la par que contenido, buscándole la forma a un traje que le tenía que sentar bien sí o sí. El técnico no se atrevió de entrada a alinear a Beto y le dio una nueva oportunidad a Longo, que fue pitado tras el cambio, aunque no fuese de sus peores partidos. Mollejo y sus cien mil revoluciones seguían en la banda, la otra para Koné, el único insustituible. No se presentaba esa como la única novedad, ya que también les tocaba jugar a un meritorio y atrevido Luis Ruiz y a Álex que regresaba para completar un trivote con un matiz importante: en ocasiones era Vicente el que bajaba al inicio de las jugadas para que la salida fuese más limpia. Todo bajo la premisa de no separarse ni un milímetro de lo básico: no errar, no conceder.

Así iban pasando los minutos ante un Alcorcón al que se le veía suelto por su buen momento, pero sin la necesidad impregnada en la piel. Jugaba cómodo, lo intentaba, tampoco le iba la vida en ello. Por momentos, en este tramo ni supo jugar con los nervios coruñeses. Jugadores primordiales como Ernesto o Stoichkov no lucían. También es cierto que no era todo demérito alfarero, el Dépor hizo lo suyo y bien. Seguro, se aferraba al partido. Solo hubo un susto, pero el lateral, ex del Lugo, lo solventó antes de que pasase a mayores ante Dani Giménez.

Cuando ya oteaba la colina de la media hora, el Dépor empezó a soltarse. El ánimo y el atrevimiento vinieron en parte de las ocasiones generadas. Primero fue Koné el que remató fuera tras un pase del trompicado Mollejo. Empezó el equipo coruñés a alejarse del guion, a sentirse cómodo y permitirse algún dispendio. Apretaba arriba o arriesgaba en la salida y casi consigue premio. Koné tuvo otra tras un soberbio pase de Vicente, el mejor del primer acto. Y también falló. La suerte no le sonreía al nuevo Dépor, al que no le quedaba otra que seguir creyendo en su nuevo yo.

Sufrió el equipo coruñés tras el descanso y no porque el ataque del Alcorcón le diese muchos problemas. El partido lo dominaban los coruñeses, pero no lo tenían donde querían. Frustración. El Alcorcón estaba, pero no estaba. Solo iba a ganar el partido si le caía del cielo, algo que no es la primera vez que ocurre con los visitantes en Riazor esta temporda. El Dépor quería apretar arriba, crear ocasiones; no daba. Ni siquiera a balón parado, aunque el hecho de que Álex Bergantiños fuese el lanzador estaba claro que tampoco le iba a ayudar. Pronto ambos equipos empezaron a agitar el árbol de las sustituciones. Salían Romera y Christian. No era capaz de plasmar esa superioridad el conjunto blanquiazul, ya no en goles, sino en ocasiones de goles. Riazor empujaba en el medio de mil temores, tampoco veía la luz. Desesperante. El partido se le escapaba entre los dedos.

En el medio de esa muerte lenta, estaban las arrancadas de Mujaid, los cortes de Álex, la voluntad de Peru de empujar, de abarcar campo... Sobraba intención, faltaba pericia, la tranquilidad que da ganar con cierta regularidad. Seguramente si este partido se hubiese disputado con el Dépor en media tabla se lo hubiese llevado, pero no hay otra que la realidad que tiene ante sí. El equipo coruñés se ahogaba en malos pases en los últimos metros, en erráticos movimientos en las salidas de las contras. Es cierto que en defensa, en lo poco que le inquietaba su rival, estaba impecable. Escasísimo consuelo.

Luis César tardó en sacar a Beto da Silva y apostó antes por Ager Aketxe. Casi marca a balón parado el vasco, pero Ximo Millares, el tercer meta visitante, demostró muy buenas maneras. Ni eso ayuda. Ni un rebote ni un meta titubeante ni un balón suelto que embocar a gol. Es la agonía lenta de llevar desde agosto sin ganar y hundido en la clasificación. El Dépor mejoró, sí. ¿Le vale de algo a estas alturas sin los tres puntos en el bolsillo?