A este paso el Deportivo va camino de estar descendido antes de tener nuevo presidente. Se desangra, y nadie hace nada para remediarlo. Ni desde el palco, ni desde el banquillo, ni desde el campo. Nada de nada. Ahora mismo es una auténtica vergüenza de equipo, un zombi que deambula por los campos de Segunda ensuciando un escudo histórico. Difícilmente se pueden hacer las cosas peor que ayer en El Toralín, donde el Dépor aguantó en pie apenas siete minutos, los que transcurrieron hasta el primer gol de Yuri. Luego se arrastró, convertido en un juguete en manos de la Ponferradina, un rival modesto pero que le dio un auténtico baño. Le superó de todo: en fútbol, en hambre y también en plan de partido. Fue un equipo con mayúsculas, lo que en A Coruña no fueron capaces de armar ni Anquela, primero, ni Luis César, después. Nada a lo que agarrarse. Este Dépor no le gana a nadie y, lo que es peor, no da sensación de poder hacerlo. Tan mal está, que necesita un milagro para salvarse.

El técnico arousano repescó a Galán y Jovanovic para completar el tridente ofensivo junto a Koné. Los tres estuvieron desaparecidos, como el resto de sus compañeros. Todos a verlas venir, como en la acción del 1-0. Un centro lejano se convirtió en una perfecta asistencia de gol a Yuri, que sin oposición abrió el marcador con un gran remate de cabeza. Solo habían transcurrido siete minutos y el Dépor ya nadaba a contra corriente, como de costumbre. Y no nadó. Se ahogó, sin dar señales de vida. Nula capacidad de reacción la del equipo coruñés, empequeñecido por una Ponferradina muy ordenada y con recursos variados en ataque. Buscó balonazos para generar segundas jugadas, pero también sus futbolistas se gustaron triangulando a sus anchas con velocidad y precisión. El que más, Yuri, ese chaval de 37 años que apareció en todas partes como si fuera una especie de gigante aplastando a rivales pequeños, diminutos.

El gol envalentonó aún más a los bercianos, que tuvieron ocasiones para ampliar inmediatamente su ventaja, las más claras de Valcarce e Isi. El Dépor bajó los brazos, como dando por segura otra nueva derrota. Sin fútbol ni alma, dejó que la Ponferradina le pasara por encima. Tal fue su incapacidad, que ni siquiera se asomó al área contraria, y mucho menos para acabar jugadas. Solo Luis Ruiz, con un disparo sin ángulo, finalizó un ataque.

Verdaderamente, el Deportivo daba auténtica pena. Una caricatura de equipo, el peor con mucha diferencia de Segunda, una banda indigna del fútbol profesional, como se volvió a demostrar en la jugada del 2-0. Nació de otra de esas pérdidas infantiles de Lampropoulos, que luego permitió a Yuri que se metiera con el balón hasta la cocina para fusilar a Dani Giménez. Lo mejor que le podía pasar al Dépor era que se llegara al descanso para buscar una nueva fórmula, algo diferente para soñar con la remontada.

Tras la reanudación la Ponferradina no necesitó apretar el acelerador para amarrar los tres puntos. Frenó la tímida reacción que lideraron Christian y Mollejo, sustitutos de Mujaid y Jovanovic, y dejó pasar los minutos. Galán pasó a jugar de lateral, pero lo que no cambió fue el lanzador elegido para el balón parado: Álex Bergantiños. Un delirio.

La luz de la esperanza nunca se encendió, solo fugazmente cuando Mollejo marcó de cabeza en el 67, un tanto anulado instantes después por el VAR. El partido estaba sentenciado y la recta final sobró. No sirvió para nada, solo para comprobar nuevamente los destellos de Beto da Silva, que sigue pidiendo pasoBeto da Silva, y para ver cómo el Dépor acababa con diez por la expulsión de Somma, tan desquiciado como todo el equipo.