No tendrá el glamour histórico de Flandes, pero al Dépor le sabe a gloria la primera pica de una remontada imposible que acaba de colocar en Soria. El gol de Somma, que repite en Los Pajaritos, le hace creer más que nunca y le posiciona a solo cuatro puntos de la salvación. Una barbaridad en sí, pero un alivio por comparación. A los pies del santuario de San Saturio, tuvo hasta un punto de justicia poética que el triunfo llegase ante el Numancia, aquel equipo que castigó como pocos su endeblez atrás en Riazor, pero al que le resultó imposible hacer hincar la rodilla al grupo del milagreiro Fernando Vázquez. Más que cambiar el equipo, ha variado el aire, la racha, que a veces es el preludio de una metamorfosis más profunda. Más allá de los puntos, ahora mismo todo para este equipo, es reseñable el granítico muro que levantó en el primer acto, la gran ambición de su nuevo técnico. El anverso fue la gestión de la ventaja y los miedos del segundo; necesita más registros este nuevo Dépor. Todo muy lógico y mejorable, siempre más factible desde la victoria. Que nadie entierre a este equipo.

El Dépor, como si estuviese aprendiendo el abecedario de un nuevo lenguaje, quiso empezar poco a poco. Desde los primeros minutos se vio una intención de extremar el repliegue buscando ante todo la comodidad, creer en lo que empezaban a hacer. Pasito a pasito. La defensa de cinco era un mensaje claro y el hecho de que los laterales no se prodigasen en ataque y de que el perfil del doble pivote tuviese un marcado punto defensivo añadía aún más cemento a la apuesta de 2020. A pesar de lo poco atractiva de la misma, es cierto que en ese tramo de encuentro a los pupilos de Fernández se les vio muy, muy cómodos, como pocas veces esta temporada. Eso sí, quien quisiese ver virtuosismo o espectáculo en las filas blanquiazules era mejor que se comprase una entrada para el teatro o para un musical. Al equipo le costaba una barbaridad dar tres pases seguidos, no se afanaba ni mucho menos en conservar la pelota, y los balones en largo eran peleados, a la par que perdidos, por Robinson Crusoe Rudimentario, pero efectivo. El Dépor iba tirando tratando de salir de esa gastroenteritis defensiva que lleva padeciendo toda la temporada.

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Paradójicamente, a pesar de la tranquilidad predominante del primer acto, el único y gran susto llegó a los cuatro minutos de juego. El laboratorio de Carrión pilló al equipo con el pie cambiado, aún despertando, y, después de varios despistes y rebotes, al menos logró librarse de la guillotina de un 1-0 casi desde la caseta. Habría sido demoledor. Estuvo a punto de tirar por la borda todo el trabajo en los primeros compases, se libró. Y, a partir de ahí, creció. Muy poco, a poco, pero creció en ese primer periodo.

Ese buen tono del Dépor, a pesar de sus limitaciones y hoja de ruta, no significó que dominase el duelo, ni mucho menos. De hecho, la pelota fue del Numancia, que por momentos la movió cual rondo, a pesar de que muchas zonas de Los Pajaritos estaban heladas. Tenía el esférico, pero no el partido donde quería. Los sorianos ni conocían por entonces el área de Dani Giménez. El grupo blanquiazul intensificó esa línea ascendente a partir del mano a mano en la estrategia entre Aketxe y Dani Barrio, que realmente fue la gran vía de ataque coruñesa hasta el final de los primeros 45 minutos. La roja a Gus Ledes, en una controvertida acción en la que pudo haber penalti sobre Mollejo o incluso roja al deportivista, marcó el resto del duelo. Hubo un alto al fuego hasta el descanso, pero después, ya fue otra historia.

Dépor y Numancia entendieron a la perfección el mensaje tras el paso por los vestuarios. Al equipo soriano le quedaba replegarse y aprovechar cualquier balón al área que pudiese mandar a balón parado y a los coruñeses, apretar, adelantar líneas, subirse a la ola y no bajarse hasta que estuviese por delante en el marcador. Y lo logró. Hubo intención, más que preciosismo y, sobre todo, premio. Por asalto. Varias incursiones por la banda izquierda y dos saques de esquina que olieron a gol fueron el preludio al tanto de Somma, el segundo del italiano en Los Pajaritos, su estadio fetiche. 0-1. No fue una acción limpia, vino precedida de varios rechaces, pero entró la pelota. Nada es fácil para este equipo y menos con la carga emocional que lleva encima.

El gol fue un alivio y, en teoría, debería haber despejado el camino para los coruñeses, pero en cambio acabó mostrando las múltiples debilidades que sigue teniendo este equipo. Fueron casi 40 minutos de achique en los que la gestión de la ventaja fue más que mejorable, salvo en la última instancia, en el despeje, en la resistencia por acumulación delante de Dani Giménez. A Fernando Vázquez no le sobraban futbolistas talentosos y de posesión en el banquillo y los fantasmas de los múltiples desastres estuvieron revoloteando por las cabezas de los futbolistas en todo el segundo acto, pero entre la maña y la suerte acabó saliendo milagrosamente indemne. No fue, eso sí, capaz de cerrar el partido en una contra ni tampoco congelar el encuentro con la posesión. Por momentos, Aketxe lo intentó, pero tuvo poco predicamento entre sus compañeros. Un duelo de mano abierta que pudo salir caro.

En este contexto, los hombres de Carrión vieron el cielo abierto, a pesar de la inferioridad. Disfrutaron de cien mil acciones a balón parado, pudieron colgar un millón de pelotas al área. Todas rechazadas, pero que generaban microinfartos en cada deportivista. Nada alivió al equipo coruñés, salvo el pitido final. Algo ha cambiado en el Dépor. Luis César, casi como último y único acto de servicio, prendió la mecha y Fernando Vázquez ha llegado para avivarla. Que no sea apague nunca.

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