Fueron cuatro minutos que explican tanto de Emre Çolak, de lo que es y de lo que pudo haber sido, que cada segundo vale su peso en oro. Desde la tangana inútil que conlleva una amarilla, pasando por un gol maradoniano derrochando clase cuando lleva meses sin jugar, hasta la segunda amonestación, más incomprensible aún y en plena euforia, por celebrar con la grada. Lo sabía, no pudo evitarlo. Él es así, nadie podrá cambiarlo. El turco acababa de poner Riazor en pie con el 2-1 y, de paso, condenar a su equipo a achicar y cerrar agujeros durante 40 minutos. Y lo consiguió. Un triunfo que hace crecer al Dépor, que le pone a un punto de la salvación, que mantiene el seis de seis de Fernando Vázquez y que coloca a la grada en plena ola de fe. El imposible cada día parece más real. El partido blanquiazul fue por momentos horrible, desagradablemente familiar, pero este equipo se ha acostumbrado a ganar y ahora mismo ve la autopista despejada. El deportivismo merece creer. 2020 ha enterrado la maldición.

El alivio de Soria, la necesidad y el regreso a Riazor empujaron a Fernando Vázquez a darle una vuelta ofensiva a su apuesta. Sin excesos, con el mismo dibujo, sentaba a Álex Bergantiños para dar entrada a Gaku. Sacrificaba el rigor táctico del capitán, su sudor y esfuerzo en las coberturas por el aire con balón que debía proporcionar el japonés. El equipo coruñés, alentado por una grada cada vez más caliente, empezó jugando suelto, con cierta predisposición al ataque. Dos jugadas a balón parado y un disparo arriba de Peru Nolaskoain animaban a pensar en una tarde de buen fútbol e incluso plácida si el acierto coruñés acababa haciendo acto de presencia. Nada.

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El Dépor doblega al Racing 2-1

Pronto se desvaneció la leve efervescencia de esos minutos y, tras las burbujas, apareció el Dépor de siempre. Con otros nombres, pero en gran parte el de siempre esta temporada. Mal colocado, con pocas ideas y sin una hoja de ruta en ataque, sus apariciones por las cercanías de la meta de Luca Zidane eran esporádicas y se circunscribían al balón parado o a fogonazos tras robos en los que la claridad no era su fuerte. Al Racing, teóricamente con menos talento, se le veía otro empaque. Los balones sueltos eran suyos, tocaba y tocaba, movía al entramado coruñés. En una de esas acciones, una genialidad en forma de disparo de Cejudo resultó imposible para Dani Giménez. 0-1 y Riazor se convertía en un tempano. Un revés cuando quería que la ola subiese, le rompió. Lo único bueno es que quedaba un mundo de partido.

Los siguientes minutos seguían sin presagiar nada bueno para el grupo coruñés. Yoda y Cejudo jugaban con facilidad, el grupo coruñés perdía balones en zonas sensibles. Se mascaba el 0-2. El Dépor, si cabe, estaba aún más perdido que antes. Necesitaba que lo rescatasen. Fernando Vázquez, enfadado, se dispuso a hacerlo, aunque fuese con medidas antipopulares. Enterró la defensa de cinco, sentó a un Montero, que encajó de la peor manera el cambio, y dio entrada a Emre Çolak, el deseado por Riazor. Ni hizo falta su mano. De momento. A los 30 segundos de estar el otomano en el campo, Sabin Merino se estrenaba como goleador con el Dépor con un soberbio cabezazo en un saque de esquina. 1-1. El balón parado, de nuevo de salvavidas. El gol tampoco terminó de aclararle las ideas a los coruñeses, pero al menos lo dejaba todo como al principio. Un partido de una hora, que no es poco.

Ya había dado muestras antes de pasarse por el vestuario, pero el Dépor, en el inicio el segundo acto, enseñó los dientes como sabe: con la pelota pegada al pie. Con Emre junto a unos Gaku y Aketxe muy mejorados, empezó a asomar por las inmediaciones del área de Luca Zidane. Ya no solo inquietaba a balón parado. Un disparo del vasco, un cabezazo de Koné... Se mascaba el 2-1 y llegó, vaya si llegó. El turco se hizo hombre sobre el césped en torno a la pelota. Tuya, mía, tuya, mía, mientras se deshacía de rivales, hasta que vio trayectoria despejada entre él y la meta visitante. No falló, gol. 2-1. Riazor se vino a abajo, a él se le nubló la vista y condenó al Dépor, así como antes lo había salvado. De momento, tocaba sufrir, ya se vería si también perder puntos. Riazor se lo perdonaba a su renovado ídolo ante su magia y con la esperanza de que los diez valientes que quedaban sobre el césped consiguiesen mantener el bote a flote. 40 minutos de sufrimiento por delante.

Y el Dépor aguantó. Pasándolo fatal, consumiendo cuentas del rosario, pero resistió. Con mil despejes de un imperial Mujaid, con paradas magistrales de Dani Giménez, con todos y cada uno de los defensas achicando como podían. Le faltó tener más la pelota, lo intentó en algún momento con Gaku y Aketxe. Ni le daba el oxígeno, ni la confianza, ni la pericia. Durante muchos minutos un gran Sabin Merino quedó como referencia y lanza en ataque, pero estaba muerto, exhausto. Hasta hubo que jugar con falso nueve los últimos minutos. Llegó el triunfo y todo se ve de color rosa, aunque el paso de los días enseñará también los grises de este triunfo vital e histórico. El Dépor no se ha rendido y ahora mira a los ojos a sus rivales. Hay Liga.