Una institución en La Mancha, un deportivista en la distancia. Juan Ignacio Rodríguez Rodríguez Juanito, (Albacete, 1943) fue uno de los futbolistas manchegos con mayor repercusión fuera de su tierra hasta que Andrés Iniesta aniquiló cualquier listón en una región a la que siempre le costó llegar al fútbol profesional. Criado en la cantera de su club, llegó a fichar por el Madrid, pero fue en Riazor donde desarrolló la parte central de su carrera (1968-1973). "Cuando llegué a A Coruña, me acababa de casar, fue como un viaje de novios", recuerda y ríe. "Hasta tengo una hija que nació allí. ¡Cómo no me voy a sentir unido! Fueron años imborrables, un equipo y un grupo magníficos, me sentí muy querido", cuenta quien a sus 76 años guarda como oro en paño sus fotos como deportivista.

Aún sin ni siquiera imaginar un futuro en blanquiazul, el ahora embajador del Albacete siempre ha estado íntimamente ligado al Dépor. En 1961, cuando anhelaba debutar en el recién inaugurado Carlos Belmonte, aparecieron por un club que luchaba por salir de Tercera dos veteranos con currículum en grandes de LaLiga: Dagoberto Moll y Arsenio Iglesias. "Eran dos ídolos, fantásticos jugadores. Aquel era un equipazo y ellos llegaron para ascenderlo a Segunda. A Arsenio le debió gustar porque repitió cinco años más tarde", relata con nitidez quien entonces aún era juvenil de segundo año de un Albacete que logró el objetivo tras doblegar a La Felguera y el Badalona.

EL CLAXON DE A ZAPATEIRA

Siete años después de aquella inspiración adolescente, Juanito fichó por el Dépor, que acababa de ascender en Oviedo y que reforzaba con él su juego de bandas. Fue aquel uno de los equipos más canteranos y gallegos que se recuerdan en A Coruña. El extremo manchego relata las cualidades de algunos de sus referentes. "Loureda tenía cuatro pulmones, era increíble, últimamente Fede Valverde se me parece mucho a él. Cervera era un jugadorazo y Beci, un gran goleador. Y Manolete, y Cortés, y tantos...". Los nombres se agolpan al hacer memoria, pero uno por encima de todos y además recurrente: Arsenio. "En los primeros años ya había tenido a Cheché que era un grandísimo entrenador, pero con Arsenio fue diferente. Jugábamos un 4-4-2, ya sin hombre libre, yo hacía de cuarto centrocampista", analiza. "Ahora es lo normal, pero fue de los primeros que nos dijo qué tenía que hacer cada uno en el campo, nos hablaba de movimientos; antes todo era inspiración. Hasta nos animó a hacer el curso de entrenadores. Y físicamente era exigente. Nunca trabajé tanto", apunta, mientras respira antes de contar una de tantas anécdotas que explican la personalidad del arteixán haciendo de la escasez una fuente de inspiración en el trabajo. "Nos llevaba en bus a A Zapateira. Él seguía allí subido y a golpe de claxon nos hacía subir, bajar y acelerar en esas cuestas".

El poso de aquellos años viene de lo vivido sobre el césped, de lo que pudo descubrir de un estratega en ciernes y también de lo que le caló el grupo: "Tenía una gran armonía. Vivíamos muchos por Riazor y lo pasábamos muy bien en los viajes en bus y en tren. Hasta Luis Suárez, que venía en los veranos, era como de la familia".

Pasaron los años y el Dépor, aunque a veces paraba el ascensor, le costaba asentarse en la élite. Uno de los años del regreso llegó su gran alegría: el gol de Beci. "Fue inenarrable", adelanta quien en las fotos históricas de aquel momento luce el 11 y celebra de espaldas con los brazos en alto. El subidón no impide que, años después, le asalté algún miedo de aquella tarde: "En el último minuto Illán se fue solo hacia Seoane y su disparo se fue lamiendo el poste. Nos pudimos quedar sin ascenso". Aliviado, disfruta de sus recuerdos, mientras espera por el Albacete-Dépor de este domingo.