Hace dos años que Cezary Wilk (Varsovia, 1986), aquel rubio centrocampista polaco que militó dos temporadas en el Deportivo y luego tres en el Zaragoza, tuvo que colgar las botas de forma prematura por culpa de su maltrecha rodilla derecha. Ahora, recién cumplidos los 34, lleva una vida tranquila en A Coruña, donde se ha instalado junto a su mujer, Olivia, y su hijo de cuatro años, Timoteo, que estudia en el Emilia Pardo Bazán. Los tres, con sus tres perros, viven en el barrio de Eirís, aunque el exfutbolista internacional visita cada mañana Riazor para ejercitarse en el gimnasio de la Casa del Agua. El domingo, en La Romareda, se enfrentan los dos equipos en los que jugó en España. "No tengo preferencia. Soy totalmente neutral. Llevo al Dépor y al Zaragoza en el corazón", responde en perfecto español.

¿Qué supuso para usted tener que dejar el fútbol a los 32?

Soy una persona que siempre quiere ser positiva, es mi manera de ser. 32 años son pocos para acabar en el fútbol pero también es verdad que pude disfrutar doce años del fútbol a nivel profesional. Entonces, si le pasara a un chico de 20 años, eso es una tragedia, pero yo llevaba doce años en el fútbol. Pude jugar en España, en Primera, tocar el fútbol de un nivel alto. Hablamos mi mujer y yo y acordamos que fue un tiempo bueno, pero que había acabado y desde mañana empezaba una nueva etapa, con una sonrisa en la cara.

¿Por qué eligió volver a A Coruña para vivir tras retirarse en el Zaragoza?

Seguimos un año más en Zaragoza y luego hablé con mi mujer sobre qué íbamos a hacer. Barajamos muchas opciones: Barcelona, Girona... pero al final vino la idea de volver a A Coruña porque conocemos este sitio y se vive muy bien y muy cómodo. Nuestro hijo empezó en el colegio, le queda un año más y luego ya veremos. Somos una familia viajera. Si se puede estar en nuevos sitios, queremos hacerlo.

¿Cómo es su rutina?

Ahora tengo la suerte de tener mucho tiempo para mi hijo y mi mujer. Mi vida es mucho más tranquila que antes. Por las mañanas voy al gimnasio para cuidar la rodilla. Nado, corro, ando en bici... El deporte siempre está en mi vida. Y por las tardes tenemos tiempo para disfrutar con la familia. Gracias al fútbol ahora puedo disfrutar de la vida y de la familia. Mi mujer también tiene una empresa suya. Tenemos una vida bastante tranquila.

¿Su futuro pasa por algo relacionado con el fútbol, por ejemplo como técnico?

Como entrenador tenía claro desde el principio que no. Eso no es algo para mí, seguro. En este momento tampoco me interesa trabajar en el fútbol. Cuando acabó mi carrera tenía claro que quería descansar de este estilo de vida, del estilo del fútbol, y quería probar algo nuevo. Para mí el fútbol nunca lo fue todo en el mundo, siempre tenía otros caminos para disfrutar algo nuevo, otro deporte u otros momentos de vida. Sabía que quería probar algo nuevo. Tengo unas ideas en mi cabeza y estoy tranquilo ahora. Vamos poco a poco, empezando.

¿Qué recuerdo guarda de sus dos campañas en Riazor, primero la del ascenso con Fernando Vázquez y luego la de la milagrosa salvación en el Camp Nou?

Cuando llegué era algo nuevo para mí, la primera salida de mi país y mi primera vez en España. No era fácil y tuve muchas lesiones. La primera temporada hicimos un buen trabajo con Fernando Vázquez. Había mucha calidad. Jugar en Riazor, con esta afición increíble, fue fenomenal. La segunda temporada empezamos con Víctor Fernández. Hubo desorden en el equipo y la pretemporada no fue buena. Es verdad que en Primera el nivel es mucho más alto, pero como equipo estuvimos un poquito más bajos.

¿Qué tal con Vázquez?

Recuerdo que en mis primeros días aquí era como un padre para mí. Padre es una palabra muy grande, pero algo parecido. Hablaba conmigo en inglés y siempre me daba mucho cariño. Puedo decir que fue mi primer padre en España. Tengo buenos recuerdos de él. Por ejemplo, después del primer entrenamiento le dijo a Juan Domínguez que fuera a comer conmigo para que yo me sintiera mejor [sonríe] y fuimos a comer Juan, Seoane y yo.

¿Es entrenador y a la vez motivador?

Es un poco todo. Yo recuerdo que era más hablador, más motivador. Antes del partido teníamos charlas de una hora. Al principio yo no entendía nada [risas]. Para mí eso es más importante, cuando un entrenador sabe cómo hablar a sus jugadores y manejar el equipo, con 25 hombres que cada uno quiere jugar y pelean entre ellos. Tú, como míster, tienes que saber quién necesita cariño y quién necesita un grito.

Inolvidable el ascenso a Primera con él, como también al año siguiente la agónica salvación en el Camp Nou.

Yo estaba lesionado y estuve en la grada junto a Luisinho y varios jugadores más. En la primera mitad era un 2-0 para el Barcelona y lo único que nos salvaba era un empate, como mínimo. Luego llegó la segunda parte, el gol de Lucas y luego el de Salomão. Fue un milagro. Recuerdo que tuvimos una fiesta en el campo mucho más grande que la del Barcelona. El Barça tenía una copa, era campeón; y nosotros, una salvación milagrosa.

Y después, Zaragoza.

Sí. Era diferente que al principio en el Deportivo. Llevaba dos años en España, hablaba más español y entendía más de fútbol. Creo que tenía algo más para jugar en Segunda que cuando estaba en el Dépor. Tengo la sensación de que en Zaragoza estaba un jugador un poquito más importante que el del Dépor.

¿Le sorprende la reacción del Deportivo con Vázquez?

Sí. En diciembre no podía imaginar que iba a ganar siete partidos seguidos. Es increíble pero es algo típico en Segunda. Yo aprendí que en Segunda puedes mirar la clasificación cuando pasa enero. Hasta enero, olvídate de la tabla.

El domingo el Dépor visitará al Zaragoza de Víctor Fernández, quien también lo dirigió durante su etapa en Riazor. ¿Se parece en algo a Vázquez?

Es totalmente diferente como persona. Otro carácter, otro estilo de trabajo. No se puede comparar. Cada uno tiene sus cosas positivas y negativas. La mejor comparación es un partido, como el del domingo. Ya veremos quién gana. Los dos están en buena forma.