La historia del Dépor y sus aspiraciones dicen que es muy superior al Lugo, pero de momento ese supuesto mayor nivel no ha sido capaz de plasmarlo sobre el césped en los duelos directos en Segunda. El Dépor-Lugo de esta tarde respondió a los parámetros que marcan estos partidos en los últimos años en Riazor. El equipo rojiblanco espera, espera, sestea, repliega y busca así bloquear y contagiar a los blanquiazules de su ritmo lento, casi de bostezo. Y lo acaba consiguiendo. No falla, un reloj. Una y otra vez cae en esa trampa el Dépor, empujado por sus propias debilidades, para, cuando ya lo tienen inmovilizado, lanzarse el Lugo a por el jack-pot. El grupo de Fernando Vázquez volvió a caer en la misma telaraña de la última década y evidenció algunas lagunas en su apuesta que llevan a la preocupación. Las bajas en la media le restan creatividad en la generación de juego, los fichajes no terminan de ser determinantes y Fernando Vázquez, bloqueado en la banda, se mostró dubitativo en los cambios. Se le escapó su propio equipo entre la yema de los dedos sin capacidad de respuesta. El Dépor sigue fuera de descenso a Segunda B y el punto puede no sentar mal a corto plazo, pero solo el tiempo informará su valor real. Lo que es evidente es que el equipo coruñés se puede ir olvidando ya de cualquier tipo de paseo en su camino a la salvación o de una supuesta pugna por entrar en la zona de ascenso. Realidad, realidad y más realidad. A sufrir.

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0-0 en el Deportivo-Lugo

Fernando Vázquez apostó en el inicio del enfrentamiento por tocar lo mínimo. Solo entraba Vicente por Gaku. Desaparecía de esa manera el doble pivote de la remontada por la sanción del japonés y la decisión de urgencia de situar a Peru de central. La ausencia de una pieza se nota, de dos más y no por el canario en sí, sino por acumulación. Ya antes no le sobraba en esa zona y hoy se notó que al grupo coruñés le faltaban varios puntos de creatividad cuando intentaba tocar para penetrar en la defensa rival. Ahí estuvo maniatado, mucho, pero donde realmente empezaba la incomodidad era más atrás. La gran presión del Lugo arriba, en la salida de balón, conseguía cortocircuitarlo. Solo algún pase de riesgo de Nolaskoain rompiendo líneas le daba aire y opciones de ataque en ventaja, pero de manera casi inmediata volvía a ralentizar el juego. El eterno retorno. Fue más tirantez que sufrimiento, en realidad, ya que el Lugo ni se asomó por la portería de Dani Giménez, pero fue una medida paralizante bien ejecutada por los de Curro Torres.

Los dos equipos no veían, en ese momento, con malos ojos el punto. El Lugo, por empatar en Riazor, por intentar jugar con los nervios locales y por afianzar el 7 de 9 antes de volver a casa. Y el Dépor, por seguir fuera de descenso y no volver a la senda de la derrota, esa de la que no se apartó en la primera vuelta. Ninguno de los dos equipos ariesgaba en el pase, pocas roturas de líneas en conducción o con envíos. El partido era plano hasta el extremo, muy Dépor-Lugo de los últimos años. Solo las faltas lejanas de Aketxe y un gol bien anulado a Emre Çolak despertaron del letargo a Riazor. La grada, de momento, no se quejaba, habría que ver qué pasaba con el paso de los minutos. Y cuando los blanquiazules hacían amago de desmelenarse, Djalo y Peybernes servían de contundente medida disuasoria ante cualquier aventura. Un duelo sin salida, sin tensión. De momento, con un desenlace pospuesto.

La segunda parte reveló en los primeros minutos a un Dépor animoso, queriendo jugar unos metros más arriba. Por momentos, hizo amago de querer embotellar a su rival, empujado por un Riazor que deseaba creer pero al que no le enseñaban nada para hacerlo. Con las autopistas bloquedas para Bóveda y Mollejo, Vicente no era capaz de imponerse, Álex no estaba fino en los pases y los centrales seguían sufriendo en la salida. Solo Aketxe parecía estar algo fino, ser capaz de ser definitivo con un Emre Çolak cada día más perdido. A Sabin Merino se lo había tragado el triángulo de Las Bermudas que formaban Peybernes y Djalo.

Este panorama solo hizo que el Dépor fuese cada vez más y más pequeño, minúsculo, sobrepasado. Riazor empezaba a desesperarse y pitar. Tampoco le ayudó la poca cintura de Fernando Vázquez con los cambios. Ni varió el sistema ni introdujo calidad ni encontró el sitio para que el equipo defendiese y atacase con criterio y soltura, bien sentado. Los rojiblancos crecían y crecían y en la grada ya se empezaba a temer por el punto. Rahmani hacía lucirse a Mujaid, Kravets arribaba como una locomotora por la izquierda. Para cuando llegaron las sustituciones del Dépor solo añadieron más ruido y sirvieron para perder tiempo. Las sensaciones que dejó Uche Agbo son dificílmente empeorables, a pesar de que solo tocó tres balones. La salvación del Dépor requería varios milagros en uno y Fernando Vázquez ya puede ir pensando en cómo obrar el segundo. Hay tiempo, hay nervios, también miedo. Una temporada tan rara era casi casi imposible que acabase de una manera plácida. A pelearlo.