Un delantero en la izquierda, un extremo en la derecha, un pivote dubitativo comandando la zaga. El Frankenstein en el que acabó convertida la defensa del Deportivo en Almería no admite muchas más florituras ni ensayos. Fernando Vázquez pudo ver las piezas hermosas e idear que todas encajasen en un mundo ideal, pero el resultado habla por sí solo. La situación actual del Dépor no es derrumbe de un día, lleva unas semanas gestándose, sobre todo, a partir del adiós de Somma, el muro de carga de la reacción. Él daba sentido y sustento al entramado de equilibrios. Se fue y el Dépor empezó a mostrar fisuras hasta aparecer hecho trizas este sábado. Duro. Por lo que es y por lo que recuerda. A Vázquez le han empujado las circunstancias y la falta de alternativas a enredarse en alquimias, pero es el momento de que el club le traiga ya un central y de que él rebusque bien en el armario y recupere para la causa a David Simón y a Salva Ruiz. La única manera de que el Dépor vuelva a disfrutar de cierta normalidad es asentar al equipo en base a seguridades, a procesos naturales. En la medida de lo posible, cada uno en su sitio. Adiós a las probetas.

No está, no se ve. Peru es la imagen del deterioro de este Dépor, así como en su momento lo fue de la resurrección. Lo primero que requiere una reconversión, más allá de condiciones, es convencimiento, saber que no hay vuelta atrás y huir de las comparaciones con el pasado. Y a Nolaskoain le siguen revoloteando esos dos meses maravillosos en los que flotaba en la media. Victorias, cercanía con la pelota. Cumplía, crecía y se sentía importante. Todo era perfecto viniendo desde la más absoluta nada. Y de lo que tuvo a lo que tiene. Ya le pasó en Zaragoza y en Almería se vio de nuevo desbordado. Es el último dique y no contiene. Le llegaban en superioridad y estaba desbordado. Balliu, Corpas... Un doble pivote de circunstancias, un lateral izquierdo que no es, un central zurdo al que a campo abierto se le ven las carencias y por último el vasco, sin hechuras en esa posición e impotente. Un fallo en cadena, uno de tantos el sábado. Un desastre, del que solo se salvó Mujaid, ahora el único punto de apoyo posible de una nueva formación en la retaguardia.

Mientras Vázquez asistía al descalabro sin defensas en el banquillo, pero sí en A Coruña, la desestructuración del equipo no afectaba solo a la línea defensiva, venía de más arriba. Uche Agbo, al que pasaban como aviones en la segunda parte, no parece de momento una solución y el equipo coruñés tampoco puede esperarle. Los puntos y el tiempo son los principales problemas de este Dépor. El que sí ha tenido semanas para mostrar una mejor versión es Çolak. El gol al Racing ha difuminado lo que, de momento, es un regreso errático del turco. La coartada en su caso es que juega fuera de posición y se multiplica en las ayudas, pero en Segunda tendría que estar siendo un futbolista mucho más decisivo. Gaku y Aketxe están entendiendo el juego, lo que necesita el equipo, se muestran a años luz de su nivel. Los minutos de Koné, en un contexto de difícil calibración, mejoraron sus prestaciones e introdujeron otras variables en ataque que pueden sentar bien al grupo. De momento, los fichajes de invierno siguen sin ser determinantes y ese es también un problema para un equipo justo y que partió en enero con una clara desventaja. Solo fue decisivo Sabin y, entre lesiones y el adiós a su racha, ha perdido fuerza en las últimas semanas. Beauvue, un futbolista que necesita minutos para volver a ser lo que era, surge ahora como alternativa en ataque. Pide paso, no se le puede cortar.

Del trolebús a María Pita

Ni en la mejor de las ensoñaciones hubiera podido imaginar el adolescente Arsenio Iglesias que aquel viaje que emprendía a menudo en el trolebús camino de A Coruña para ir a la Escuela de Maestría o para entrenar, le habría llevado al punto del viernes en el Salón de Plenos de A Coruña. Una ciudad rendida. Travesía física y vital. No era, ni mucho menos, la primera vez que estaba en María Pita, ahí en 1995 le insistieron desde la plaza para que no se marchase. Muchas alegrías en ese emplazamiento, pocas tan sentidas. El arteixán es omnipresencia en la historia del Dépor. Llegó a rebufo de la Orquesta Canaro, compartió vestuario con Luis Suárez y Helenio Herrera, aprendió de Cheché Martín, subió mientras Beci cabecea y Stoja goleaba y, por el medio, ofreció la mano en la derrota ante el Rayo y el día del penalti de Djukic; también un abrazo a Martín Lasarte en el Villamarín. Se fue, como último acto de servicio, estrenando el palmarés con la Copa. Hasta hoy casi 70 años de momentos y, sobre todo, de enseñanzas. De cómo ganar, de cómo perder, de cómo afrontar la vida con humor y alejándose de los divismos. Un mito popular que merece uno y mil homenajes.