Lleva un tiempo el Dépor abonado al quiero y no puedo, a una diferencia abismal entre las expectativas y la realidad, entre el potencial y el rendimiento. Y así, llega la desilusión, el descontento que, de tan perpetuo, se ha normalizado hasta unos niveles de padecimiento que hace tiempo que han excedido los topes. Ni duele, solo erosiona. Un síntoma de esa dualidad que aboca al chasco es la diferencia entre la visión de quien te visita y de quien te vive en el día a día.

Son realidades incomparables, pero ha quedado para la historia aquella frase de Arrasate. El vasco solo necesitaba certificar el cuándo del ascenso del Dépor. El hecho en sí lo daba por descontado. Un año después Riazor sigue esperando, con unos anhelos ya bien diferentes. Paco Jémez, quién sabe si por respeto al que fue su equipo, por la posibilidad de un futuro trabajo o porque realmente es lo que piensa, se alineó con el pensamiento del osasunista. Él ve más de lo que hay, justo la visión optimista que no cala ya entre quien padece a este Dépor día sí y día también, entre quién analiza la nómina de jugadores y se ilusiona, pero que luego los ve el domingo fallar, atascarse, empequeñecerse. Esa doble visión, muy deficitaria para el que está cerca, habla mal de un proyecto, de un club. Sí, el Dépor, como institución, es capaz de captar talento, pero ¿consigue hacerlo rendir, aflorar, que crezcan sus jugadores?

El Dépor-Rayo fue otro ejercicio de decepción y de vaivenes de esos que ya no gustan por repetidos, por desgastantes. Corazones sobrepasados. Desde fuera hay quien se podría ilusionar con la reacción del segundo tiempo, con ese nuevo esquema en el que Aketxe y Çolak tenían un papel central, con esa incorporación de Bóveda a la zona central para darle poso a la zaga. ¿A quién no le gustaría dejarse llevar? Pero luego llegará el pitido inicial en Elche y tocará taparse los ojos, y temer qué versión se encontrará esta vez el deportivismo. Sin rumbo, sin crecimiento, sin patrón. El primero que parece perdido es Fernando Vázquez, aunque es cierto que supo pegar un volantazo el sábado al descanso. Ha sido muchas veces patrón y palo mayor en la tempestad para el Dépor, debe volver a serlo. No solo desde lo anímico, también desde lo futbolístico. Los fallos infantiles de una plantilla mal planificada tampoco le ayudan en exceso.

Entre la tiniebla y el sobresalto, dos nombres sobresalieron y, analizando el contexto y lo que le espera al Dépor, pueden acabar ganando protagonismo: Uche Agbo y Hugo Vallejo. El nigeriano, con pretemporada y la liga igualada por abajo físicamente, es otro. Tiene cierta lentitud de movimientos, pero con interiores supo hacerse grande en la media tras el descanso. Con Peru lesionado o confinado atrás, su figura gana peso. El nazarí, ahora lateral, fue primordial también. Con planta, sin miedo a tener la pelota, a encarar. No hay que ponerle techo. El Deportivo necesita ese fútbol, ese frescor. La duda es si el equipo se puede permitir dos laterales como él y Mollejo o si acabará condenado a eterno revulsivo.