El Dépor ya no es un barco a la deriva, a merced de sus carencias y sus miedos. Es un equipo, un verdadero equipo. Con toda su humanidad, permeable a las contingencias, al exceso de celo de los árbitros, pero por fin se ha convertido en un grupo entero. Un rival al que hay que derribar, no esperar a que se caiga. Adiós a los tumbos, a las marchas erráticas. Hace semanas parecía imposible adivinar su rumbo, a qué quería jugar, cómo pretendía salvarse. Y en dos semanas ha mutado en un vestuario lleno de seguridades. Sale un efectivo, entra otro y tira, compite. Reserva a jugadores, surgen las lesiones e incluso hay que colocar a futbolistas fuera de sitio y no pasa nada. Ahí está, pelea y oposita a llevarse los partidos. Ganar y hacerlo de manera continuada es siempre un inmejorable refuerzo, pero el Dépor ha hecho click, ha emergido en torno a una idea y a un jugador: Álex. La lesión de Peru empujó a Vázquez a volver a juntar a su equipo atrás y a recuperar al coruñés para liderar la retaguardia. No era la primera vez que lo situaba ahí, sí en esta etapa. Y el capitán, resguardado y con mando en plaza, ha dado seguridad, ha recolocado a todos. Montero y Mujaid son otros, Bóveda tampoco desentona por el centro. Pocos movimientos han sido más provechosos en los últimos tiempos en Riazor. Para él y para el equipo. Un futbolista, en una temporada hasta ahora discreta, sobresale de repente imperial en el momento más necesario. Su influencia no solo llega a los más cercanos. Su valor es haber dado tranquilidad a su equipo para defender mejor y así poder atacar con coherencia. Todo colocación y tranquilidad, el Dépor fue otro en Tenerife, a pesar de que le llegaron varios bofetones inesperados. Se fue Uche y ahí siguió el equipo en pie. Le golpearon el árbitro y el gol rival y no se rindió. Otra vez en su instante predilecto de los partidos, el descuento, se levantó. Nada lo noquea. Y todo por amor propio y por ese jugador que, como hizo Edgard Davids en el Barça de Ronaldinho, llegó casi sin avisar para recolocarlo todo. Un florecimiento con el epicentro más inesperado.