Hace veinte años que el equipo blanquiazul ganó la Liga y 40 que descendió a Segunda B con un buen plantel de jugadores, entre ellos Buyo, Richard y José Luis, que posteriormente militaron en Primera. Entonces, mi tío Jaime se enfadó con el Deportivo (en aquellos tiempos no se llamaba Dépor) y nos prohibió acudir a Riazor hasta que el equipo regresase a su división habitual durante la década de los 70 y 80. Confinado a escuchar los partidos por la radio contra el Celta, que también había perdido la categoría, el Racing de Ferrol, el Pontevedra, el Mirandés o el Huesca, cobraron fama los irreductibles, en torno a 5.000 aficionados que siguieron al equipo coruñés en aquella travesía no exenta de fogatas en la grada para combatir los rigores del invierno.

Hoy, mi tío quiere volver a Riazor. Está cabreado con los jugadores, como entonces, pero todavía lo está mucho más con la injusticia cometida con el club coruñés y todo lo que representa una institución centenaria que lleva el apellido de la ciudad y luce seis títulos en la vitrina. En la temporada 79-80, el Deportivo descendió por derecho propio y las almohadillas volaron hasta el césped de Riazor en forma de descontento, una costumbre habitual en una época en la que se estilaba este tipo de protesta al final de los partidos porque el fútbol, al igual que el resto de la sociedad española, estaba en plena transición democrática.

A diferencia de aquel dramático final ganado a pulso, esta vez al Deportivo lo descendieron en la última jornada. Anteayer los estamentos futbolísticos condenaron al club blanquiazul sin posibilidad de defenderse, es decir, sin darle la oportunidad de jugar el mismo día y a la misma hora que el resto de implicados en la tarea de subir o bajar de categoría, como marca la uniformidad de horarios en las dos últimas jornadas.

La tarea del Deportivo ahora va más allá incluso de sus propios intereses: su deber es salvaguardar el principio de igualdad democrática que determina la limpieza de la competición y acudir a los tribunales a su alcance, tanto de la justicia deportiva como de la ordinaria si fuera necesario. De no repetirse la última jornada estaríamos ante un precedente que vulnera el juego limpio de la competición, de ahí que solo deba jugar contra el Fuenlabrada en esa circunstancia: lo contrario sería colaborar con la adulteración.

A mi juicio, el club debe hacer honor a su nombre y más en este tiempo marcado por las investigaciones de partidos amañados vinculadas a las tramas de apuestas, por no hablar del sospechoso Levante-Zaragoza de la temporada 2010-11 que acabó con el Deportivo en Segunda. Hace tiempo que Javier Tebas se ha revelado como un un indigno presidente de la Liga Profesional española, como demostró durante el caso Jimmy, un asesinato que ha quedado impune para vergüenza del fútbol y de la justicia española. Entonces el Deportivo no supo defenderse a tiempo y aquella directiva quedó marcada ante la afición, que es el mayor tesoro de la entidad. Aprendamos del pasado.

La última consideración de este artículo es que el fútbol resulta absolutamente secundario en una sociedad y más en la de este momento. El viaje a la capital coruñesa del equipo madrileño del Fuenlabrada con los jugadores contagiados, ha puesto en riesgo a una ciudad entera en un contexto marcado por los rebrotes de coronavirus en gran parte de España. Desde luego, necesitamos más científicos y menos futbolistas. Que la ciudadanía esté al cabo de la calle de la última estupidez de Messi o Sergio Ramos e ignore quién es Isabel Sola o Luis Enjuanes, es la mayor derrota como sociedad frente a la pandemia. Aprendamos del presente.