Cuando volvió el fútbol a Riazor, tras el estado de alarma a causa de la pandemia, algunos románticos pululaban por las inmediaciones del estadio luciendo la camiseta del Deportivo en un intento de que los futbolistas se enterasen de que el blanquiazul circulaba por las calles aunque no tuviera cabida en las gradas de un recinto al que estaba prohibido el acceso al público. Ayer, siete meses después de que las puertas del coliseo coruñés se abriesen por última vez, ciertos seguidores tuvieron la oportunidad de acudir a presenciar en directo el estreno del primer equipo de la ciudad en Segunda B. Y se notó en las calles colindantes del estadio, como no hacía tiempo.

Sufrieron los escasos tres o cuatro mil seguidores -el club no facilitó números oficiales-, que disfrutaron de una fiesta semiamarga. Fiesta, por lo que suponía regresar al estadio tras meses de espera y horas de colas para hacerse con una localidad; fiesta por lo que se suponía sería el primer triunfo blanquiazul en la nueva categoría y que supondría el primer paso de vuelta a Segunda División; fiesta por el gol de Beauvue; fiesta? al final para celebrar un triunfo en el que nadie creía tras el empate del Salamanca mediada la segunda parte.

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1º partido de la era Covid con público en Riazor

Mientras tanto, los rivales habían dado un paso al frente. Antes de acceder al estadio los aficionados estaban pendientes del Racing de Ferrol-Pontevedra; pero también de que el Burgos había caído ante el Valladolid B; y de todos los resultados del grupo, con mayúsculas. El deportivismo es consciente de lo que significa el arrastre de puntos y lo que puede suponer llegar a los cruces en inferioridad. "Son solo seis partidos", recordaba un veterano seguidor en un bar cerca del estadio. Es cierto, en la segunda fase sólo serán seis partidos, y como se llegue con seis o siete puntos de desventaja esto puede significar "la muerte deportiva".

Por eso, ayer casi todos celebraron el gol de Bóveda como si fuese el cuarto de Fran frente al Milán en los cuartos de final de la Champions, o el de Donato ante el Espanyol en aquella primavera de 2000. Todos los que estaba fuera. Porque los del interior del estadio lo festejaron en la intimidad, en la suya propia, porque casi no podían abrazarse con nadie. Casi ni se atrevían. Cosa de estos tiempos.