Al deportivismo le revolotea qué equipo tiene hoy entre sus manos y qué proyecto serán capaces de construir. Una y un millón de inquietudes, dos por encima de cualquiera. Y ninguna respuesta tranquiliza, ninguna excusa impide que el aficionado siga revolviéndose en su silla. Entre el enfado gaseosa y el hartazgo del que, impotente y ajeno, ha contemplado la caída una y otra vez, una y otra vez. Ni siquiera los cuatro puntos consuelan. Otro placebo. Jugadores fuera de forma y de hábitat, equipo descabezado en ataque y, por momentos, largo y descoordinado en la presión. La lista de males es larga y dolorosa por repetitiva, por familiar. Mal presente. Solo consolaría un mejor futuro que está por ver. Aplacaría también la desazón sentir que, a pesar de posibles descarrilamientos, transita la senda buena, cierta firmeza más allá de los resultados. Sacrificio y riesgo en el otoño por una primavera mejor. ¿Se lo puede permitir? ¿Llegará la primavera? Ahora mismo vislumbrar ese escenario es un ejercicio de fe, no una consecuencia lógica de lo que ofrece y transmite el Dépor.

Borges, Nacho, Rui Costa e incluso Lara. Hay más. Futbolistas que encajarían en esa línea de la apuesta, el riesgo. No están, se les espera, se les necesita. Darles minutos para que encajen, para que se suelten y para que el equipo construya por fin en ataque, siempre con el hándicap de perder puntos por el camino, de meter al Dépor en un agujero de desconfianza y presión del que le cueste salir. Ese es el plan, peligroso. La forma se coge jugando, pero hay casos y casos. Todo con medida. El portugués no estaba aún para aportar y su presencia no deja de ser un mal mensaje para la cantera, para un Adri Castro que no tiene minutos ni así. Al tico hay que rehabilitarlo, pero entre la mala construcción del equipo y su estado de forma nada le ayuda. Duele verlo tan lejos de lo que fue, de lo que puede dar. El uruguayo es un melón por abrir, perdido, aunque mejor en el centro que en la banda. Y, por ahora, muestra un claro déficit físico que le impide resistir las embestidas rivales. Algo parecido le ocurre al sevillano en los choques. Sí, todos son falta. Sí, esto es la Segunda B y a ella hay que sobrevivir y adaptarse, en ella hay que florecer y subir. Las excusas se dejan en la puerta.

Todas estas circunstancias se producen porque el club ha apostado en su configuración por futbolistas que vienen de una categoría superior, de imposible acceso para la mayoría de conjuntos del tercer escalón nacional, pero con hándicaps y salvedades. En un puñado de casos, son jugadores por rehabilitar, por romper, por recuperar, por adaptarse; pocas realidades, menos en Segunda B. Más de uno ha vivido tiempos mejores, pero tienen o han tenido dentro el potencial que les podría hacer estar dos peldaños por encima del resto. Ahora deben demostrarlo y a tiempo, y que su técnico les ayude construyendo algo en torno a ellos.

Y ese fue parte del mal en el Vero Boquete de Santiago , nada nuevo. Solo la ausencia de un gol rasga gargantas y maquillador en el minuto 97. El Dépor no fue inferior al Compostela, sí infinitamente peor equipo, el claro perdedor de una tarde terrenal. Un equipo, mejor o peor, pero un verdadero equipo ante un grupo de nombres que no saben exactamente a qué juegan y que no tienen ni patrón ni ideas ni velocidad de juego en ataque en cuanto un rival se repliega ante ellos. Ese fue el escenario. Sombras y más sombras. Es la mayor de las enseñanzas y llega siete días después del primer toque de atención y llegará el tercero en una semana si nada cambia radicalmente. Yago Iglesias lleva años en la SD y la plantilla no ha sufrido una profunda renovación este verano, pero da la sensación de que, más allá de los mimbres y los resultados, sus jugadores saben qué hacer. Caerán, nunca estarán perdidos. La esencia de lo que significa construir un equipo.

Uno sí, dos no

Uno sí, dos noEl Dépor funciona en pocas zonas del campo, pero si hay un sitio donde hay un mayor déficit es de centro del campo para arriba. Los equipos se construyen más allá de los nombres. Hay pocos jugadores que puedan hacer saltar esa máxima y uno de ellos es Uche Agbo. Aún lejos de lo que puede dar, su entrada al campo dio otro sentido al Dépor, lo recolocó, lo elevó, al menos unos minutos. La titularidad debe ser suya en breve. Fue una de las apuestas desde el banquillo en un día más que accidentado y que merece una reflexión, más cuando las plantillas en Segunda B son de 22 futbolistas. No tuvieron la misma suerte que el nigeriano otros que hicieron méritos en la primera jornada, como Yago Gandoy o Borja Galán. El segundo, un agitador que no habría sobrado en un partido muerto, y el primero, la luz de la primera victoria en una zona oscura de este Dépor, el mascarón de proa de la cantera. ¿Merecían el olvido? ¿No los necesitaba el equipo?