Da igual que sea el rey del baile o el último de la fila. Da igual que se pelee con trasatlánticos camino de Primera o que le toque bregarse con humildes clásicos de Segunda B. El Dépor solo se siente cómodo, solo se ve capaz de jugar de una forma, de ser medio equipo. Agarrado a una tabla en pleno naufragio y con la excusa a mano de un campo indigno del fútbol profesional, tapó las vías de agua que le creaba el Guijuelo y se posicionó donde más cómodo se siente: en su área, en torno a Carlos Abad para achicar y achicar hasta sobrevivir. Es incapaz de mandar, solo de resistir. Y así, tras 90 minutos, mantiene las dudas que deja el equipo cada semana y se lleva otro punto. Más de lo que merece en un terreno de juego que será un potro de tortura para cualquiera. Mientras tanto, sigue como colíder

Con el viento a favor de su condición de invicto y la exitosa experiencia ante Unionistas, Vázquez se decidió a agitar el árbol en Guijuelo. Removía casi toda su defensa, la línea que mejor había funcionado y modificaba sistema, bandas y ataque. Cinco cambios llenos de intenciones e inútiles en la primera parte. Desbordado e incapaz de dar dos pases seguidos, el equipo coruñés vio pasar aviones en la primera parte. Uno, otro, uno, otro. No sabía ni por dónde le venían. Su suerte es que, en realidad, eran aviones de papel porque resultaban inofensivos, justo lo que está salvando en este inicio de liga.

Con la salvedad de algún alivio y escarceo en torno al minuto 20, el equipo coruñés se dedicó a perseguir sombras, a llegar tarde en ese primer acto. Pudieron marcar Eizmendi o Cristobal Gil en las dos más claras, las aproximaciones fueron innumerables. Una y otra vez el grupo de Jacobo Montes le superaba en una mezcla de juego de toque y directo. Escalonaba sus jugadores, agitaba su coctelera y el Dépor era la nada. Perdía todos los rechaces, caía en banda, por el centro. Hasta Uche, siempre imponente, parecía sobrepasado en un Dépor larguísimo, inofensivo en la presión arriba. El Guijuelo, un conjunto humilde, se presentaba de nuevo como un grupo mejor trabajado. Otra vez. Las casualidades, cuando se repiten, dejan de serlo.

Poco a poco fue sobreviviendo, achicando, colocándose en torno a Carlos Abad, en su área, su zona de confort. Tan mal lo debía ver Fernando Vázquez que, sin llegar al descanso, recurrió a su piedra filosofal, la defensa de cinco. Entraba Álex por Beauvue para ayudar a Mujaid y a Granero. No hay mayor reconocimiento tácito de la inferioridad blanquiazul.

El Depor pareció salir con un mayor brío y con las líneas más adelantadas tras el paso por los vestuarios. Fue un espejismo, le duró diez minutos. El duelo ganó en ritmo y en alternativas. Supo, al menos, no ser muy inferior a su rival si es que ese leve levantamiento del listón merece reconocerse como mérito.

El encuentro ganó entonces en atractivo, nunca en vistosidad. Aparecieron las ocasiones, siempre más para un Guijuelo que hizo emplearse de nuevo a fondo a Carlos Abad, de momento de las mejores noticias entre los fichajes. En ese segundo acto, el equipo coruñés sí que puede esgrimir la coartada de la permisividad del árbitro con las repetitivas faltas de los locales y las pésimas condiciones de un campo indigno de una categoría que pretende ser considerada como profesional. La pelota botaba en exceso, se frenaba en las contras. Era una visita al dentista cada conducción, cada contra.

Y así fue muriendo el partido sin que el Dépor ni siquiera lo intentase. Le hacía ojitos al empate y a mantener su condición de invicto, mientras seguía ganando tiempos y puntos, lo que mejor se le da. Con él, el fútbol siempre está por venir. ¿Acabará llegando? ¿Le hará falta para ascender o se acabará quemando cuando encuentre la hoguera adecuada?