El Dépor muere de pie en una noche de Copa que Fernando Vázquez miraba con desconfianza y quizás con el tiempo la recuerde como el principio del cambio. Sin la mochila del eterno favorito, el Dépor soltó lastre y jugó de tú a tú, sin complejos y sin urgencias ante un Primera como el Alavés, que lo pasó muy mal en el primer acto. Persiguió sombras, las de Keko, Borges... El por momentos rondo no tuvo el premio del gol porque le faltó colmillo a los blanquiazules para hacer caer al hoy en día Goliat.
Lejos de esos partidos desigualados de Copa en los que el pequeño se refugia y golpea en una especie de guerra de guerrillas, el equipo coruñés le miró a los ojos a su rival y solo le faltó resuello e ideas para mantener su desafío más tiempo. El conjunto vitoriano se acabó imponiendo a los puntos y por acoso y derribo en una noche en la que el Dépor, a pesar del adiós, ganó crédito e incluso fondo de armario tras comprobar las prestaciones de Mosquera. La Copa no sobraba.
Dio igual la incertidumbre por el COVID o la incomodidad por las bajas, era el día para que el Dépor disfrutase y lo hizo desde el primer minuto. Su rival no se enfrentaba, por fin, al partido de su vida, al que contará a sus nietos. Y ese peso que ayer no llevaba a cuestas, esa cierta irrealidad que llevaba al equipo coruñés a creerse en un duelo entre iguales, le liberó. Levitaba desde los compases iniciales.
Los primeros minutos con un par de buenas salidas de balón desde atrás le dieron el último empujón. El Alavés asustaba sobre el papel, ya que en su alineación había más titulares que hace tres días ante el Atlético. Machín miraba en la previa al choque con el gesto torcido y tenía razón. El equipo coruñés se agarraba a la pelota para superar líneas, la presión vitoriana y miedos. No hay mejor remedio que tirar de fútbol para librarse de fantasmas y de parejas que evocan al pasado como Joselu y Guidetti.
El Dépor, con un 4-2-3-1, con Álex de bisagra entre la media y la defensa y con Manu Mosquera por el medio, fue creciendo. Movía la pelota de lado a lado, iba a más. El triángulo que más quebraderos de cabeza le dio al grupo visitante fue el formado por Mujaid, Valín y Keko. El central se hizo enorme ante jugadores que quizás sí le llevan a sus límites. Se probó, también en ataque mientras filtraba pases. El madrileño percutía y percutía, mientras el lateral sorprendía con sus cabalgadas. Varios centros llegaron al área, Beauvue no supo aprovechar ninguno. El Alavés solo miraba, aunque también daba la sensación de tener el partido bajo cierto control.
De lo que más llenó los ojos en ese primer acto fue Manu Mosquera. No es que no desentonase, es que opositó en esos minutos a ser una solución en la mediapunta, una posición huérfana en el primer equipo. Se giraba, no le quemaba la pelota, daba pausa. Todo lo que se le pide a un jugador en esa zona y de sus características. Tan simple y a la vez tan difícil. Esta noche de pequeño triunfo personal para él debe ir también por todos aquellos jugadores que se pierden en el paso intermedio hacia Riazor y que luego acaban emergiendo fuera como Hugo Rama o Dani Rodríguez, entre otros. Hay que atreverse a ponerlos y qué mejor oportunidad que la estancia en Segunda B. Hoy en día ya está más cerca el juvenil del Fabril de Valerón y hay que dar el siguiente paso.
Fue el Dépor un martillo pilón en ese tramo, aunque le faltó el último golpe, un punto de profundidad. Solo en los diez últimos minutos del primer acto se tomó un respiro y el Alavés empezó a asomarse tras un buen tiempo viendo a lo lejos la cara de Lucho. Justo cuando sonaba el pitido del descanso llegó un zarpazo que casi lo despierta de golpe. Un balón suelto y sin dueño en el área acabó llegando a Guidetti, que lo mandaba al palo. El sonido metálico del hierro fue como un despertador y una señal de lo que estaba por venir.
Y el aviso acabó convirtiéndose en tendencia. El Dépor dominador y por momentos excelso con la pelota desapareció tras el paso por los vestuarios. Y fue, sobre todo, porque el Alavés no se lo permitió, porque pidió la palabra con insistencia. Subió líneas, presionó mejor y ahí el Dépor empezó a perder el aire y las ideas. El esfuerzo había sido sobrehumano y lo pagaba. Se sucedían los saques de esquina, la salida de pelota blanquiazul era un jeroglífico, Joselu se asomaba por todas partes y se multiplicaban las ocasiones para los visitantes. El Dépor se salvaba, de momento. Todo había cambiado y para mal.
Fernando Vázquez pronto vio que su equipo necesitaba una bombona de oxígeno y se la proporcionó con un triple cambio. Se iban algunos de los baluartes de la primera parte como Manu Mosquera. Había que dejar paso a ideas nuevas y a algo de músculo en la banda izquierda con la inclusión de Héctor Hernández en la media. El Alavés no dejó de apretar, de subir el ritmo, la presión. Hasta llegó algún fallo del infalible Mujaid, ahí estaba Lucho para salvar los muebles con una buena mano. De vez en cuando, el equipo coruñés se estiraba y tuvo una ocasión muy interesante Rolan en una contra. Falló. Acariciaba de nuevo el 1-0. Pero acabó cayendo la resistencia coruñesa. Un centro largo desde la derecha fue empalado por Luis Rioja a la red. 0-1, minuto 75.
Quedaba un cuarto de hora en el que el Alavés pudo sentenciar y en el que el Dépor tampoco le perdió la cara a la eliminatoria. Se abrió el partido, se le vieron las costuras y llegaron las ocasiones en catarata. Rui Costa hacía la guerra por su cuenta, el equipo coruñés arriesgaba, llegaba al área, colgaba balones. Le faltó un poquito de maldad, de colmillo afilado, lo mismo que en muchas fases del duelo para redondear una noche que pudo ser excelsa y que, al menos, debe ser terapéutica. Está lejos este equipo de la gloria de su escudo, pero en veladas como esta puede ir haciendo camino y sentirse más cerca de Segunda.
