Deportivo02Compostela

El Compos es todo lo que al Dépor le gustaría ser. Seguridad, perfectamente rematado. Un pincel de equipo. Y seguirá a años luz el conjunto coruñés de lo que hoy tuvo enfrente si sigue en la involución en la que se ha instalado. Ya era poca cosa y cada día es menos. Es un club y un grupo que se mueve sobre tablas rotas. Nada es seguro. No sabe a lo que juega, no tiene un ápice de confianza, se siente perdido y bajo una maldición. Cada semana el Dépor cree haber tocado fondo y cada siete días descubre que no. Su plantilla cada día parece menos, Rubén de la Barrera, de momento inocuo. El día 31 se cierra el mercado y claro que debe acudir a él, aunque su problema en realidad es estructural. Ojalá se pudiese arreglar con un par de fichajes. Está ahora mismo en un agujero que se lo come a todos y a todo. El ascenso es una quimera y bien haría en no perder de vista el retrovisor. Un drama de dimensiones inimaginables. 

El inicio del duelo fue un baño de realidad durísimo para el Dépor. En todos los sentidos. Ver las hechuras del Compos, su equilibrio defensa-ataque, su posicionamiento y su confianza con la pelota era como espetarle a los blanquiazules que los equipos no se levantan en un día. El Dépor desea cambiar, busca ser un equipo diferente. Pero muchas veces querer no es poder. Es cuestión de tempos, de momentos y también hace falta tiempo, justo lo que tiene.

El Dépor, como quien sale de una gastroenteritis, buscaba acompasar su presión, tocar y construir sin equivocarse, pero siempre se mostraba titubeante. Era como un equipo de dieta blanda cuando el Compos, dentro de su modestia, estaba para un atracón. Y se lo dio en la primera y en la segunda parte. Desarboló al Dépor por todas partes, tuvo las mejores ocasiones, sobre todo una de Saro, y hasta le anularon un gol en una decisión bien tomada por el colegiado. Al equipo santiagués solo le faltó el tanto en el primer tramo. Ya caería.

Y al Dépor, cuando pudo capear el temporal y enfriar las acometidas visitantes, se le vieron todas sus vergüenzas con la pelota en los pies. Sin confianza, la circulación era a ritmo de tortuga. Siempre pase de seguridad, ningún regate, ningún avance para superar líneas con y sin balón. Rolan, sin socios, abría los brazos, Rubén de la Barrera cabeceaba y no paraba en la zona de banquillo, el deportivismo no podía creer lo que veía. Un cortocircuito antológico. Solo resistía mínimamente en pie por el 0-0, lo único bueno que llevarse a la boca.

El Dépor salió, tras el descanso, con más ganas y con el mismo poco método del primer acto. Quería apretar, el Compos sabía mucho mejor lo que se hacía. Y, a pesar de que por hechuras ambas formaciones eran el día y la noche, se rompió el partido en un minuto, por detalles, con cierta polémica arbitral y en dos ráfagas, de área a área.

Beauvue no aprovechó el fallo de la cobertura santiaguesa cuando tenía todo a placer ante Pato Guillen y, en cambio, Brais Abelenda no falló tras la clara falta a Mujaid y la infame defensa de Salva Ruiz en el área. El resultado, 0-1. Nadie niega el fallo del colegiado, aunque la realidad gritaba que el resultado era justo.

Al Dépor se le vio una ínfima capacidad de reacción mientras Rubén de la Barrera seguía maniatado en el banquillo, sin saber a qué echarle mano entre lo que tenía alrededor. Y, antes de que pudiese intervenir, llegó la estocada que el Compos se cobraría en diferido. Mujaid, mentalmente fuera del partido, hizo una entrada a destiempo que suponía la segunda amarilla. La primera la vio por protestar la acción previa al primer tanto. Es muy probable que aún estuviera mascullando aquella jugada y que no fuese más que un acto reflejo de su impotencia.

Fue el principio del fin. Si el Compos ya bailaba al Dépor en igualdad numérica, el panorama no podía ser más que sombrío en inferioridad. Los cambios, con los canteranos ya en el campo, poco hicieron. Solo puede poner el equipo coruñés la coartada de un penalti a Beauvue, previo a la roja a Mujaid. Nada. Por su bien ni debería reparar en esa acción si le aleja de la autocrítica.

El último tramo, con Bicho como maestro de ceremonias mientras Borges se ahogaba en cada jugada, solo confirmó en el marcador lo que se veía sobre el césped. Llegó el 0-2 en otra jugada surrealista, Miki acertaba con la red recogiendo el regalo. El Dépor era un muerto en vida y así se mantuvo hasta el final del partido.