Ignacio Losada, ante el estadio de Riazor. | // CARLOS PARDELLAS

Hace un año, el 1 de marzo de 2020, el Deportivo disputaba su último partido en Riazor antes de que la vida diera un vuelco por completo. Desde aquel derbi contra el Lugo con las gradas repletas nada ha vuelto a ser igual y los aficionados solo han podido regresar al estadio a cuentagotas. Con una pandemia global de por medio, el club ha tenido que afrontar un descenso dolorosísimo y una temporada en Segunda B muy lejos de las expectativas y huérfano de sus aficionados.

“Sinceramente, nunca me habría imaginado esto”, reconoce Ignacio Losada, socio número 2.993 y con más de 30 años como abonado a sus espaldas. Funcionario de justicia, nunca había estado tanto sin pisar el estadio. “Mi primer destino fue en Madrid y había fines de semana en los que a lo mejor no podía venir. A veces me coincidía, pero como esto en la vida me había pasado”, destaca. Losada fue de los que estuvo en aquel último partido contra el Lugo en el que el Deportivo buscaba en un Riazor prácticamente lleno alejarse de los puestos de descenso. En las gradas había 25.963 espectadores, pero ya se empezaba a barruntar lo que se avecinaba. “Por entonces se hablaba de que nos iban a encerrar en casa y ya parecía un trauma, pero por desgracia aún no se ha acabado”, lamenta.

Los aficionados han podido regresar a Riazor, al contrario de lo que ha ocurrido en Primera y Segunda División, pero nunca a los niveles previos a la pandemia. La caída al fútbol no profesional, bajo el paraguas de las administraciones autonómicas, permite la entrada a los estadios, pero bajo unas condiciones sanitarias cambiantes. Lo máximo que han autorizado las autoridades este año son los 3.000 aficionados que presenciaron el partido inaugural de la temporada contra el Salamanca. Ignacio Losada fue de los que consiguió una localidad en el reparto efectuado por el club. “La experiencia fue muy rara. El ambiente era muy frío, a pesar de que ese partido en concreto se ganó”, recuerda.

Desde entonces el equipo ha jugado a puerta cerrada debido al endurecimiento de las medidas sanitarias para contener la pandemia, con un aforo reducido (alrededor de 1.000 espectadores) y con polémica incluida por la manera en la que se han repartido las preciadas entradas. El anterior consejo de administración encabezado por Fernando Vidal decidió en el partido contra el Compostela entregarle una cifra significativa a la Federación de Peñas, lo que despertó el descontento del resto de abonados.

El club había establecido en verano un sistema mediante el que distribuirlas en previsión de que la temporada se desarrollara con limitaciones de aforo. Los llamados “socios protectores”, los que renovaron su carné y al mismo tiempo renunciaron a la devolución del importe correspondiente a los partidos que no pudieron ver del curso pasado, tenían prioridad para adquirir una las entradas. El procedimiento sería rotatorio, de manera que se pudieran ver beneficiados el mayor número de abonados posibles, pero Vidal y su consejo se lo saltaron privilegiando a las peñas.

La respuesta de la afición en verano había sido espectacular y se despacharon más de 20.000 carnés a pesar de que había pocas esperanzas de poder acudir a Riazor con normalidad. Con un precio único de 50 euros que en realidad era una reserva del abono, se consiguió paliar los efectos de la pandemia y el descenso de ingresos derivado de jugar a puerta cerrada. Las maltrechas arcas del club lo agradecieron, pero se ha estado lejos de mitigar las pérdidas.

El anterior presidente, Fernando Vidal, cifró en 2,4 millones los efectos negativos de la ausencia de público en el último tramo de la temporada pasada. A falta de las cuentas de esta año, está por ver el impacto real y las consecuencias en este curso. Mientras tanto, los aficionados sueñan con el regreso mientras elucubran sobre el desenlace de la campaña anterior en el caso de poder seguir acudiendo a Riazor con normalidad.

Hay un convencimiento generalizado de que el equipo se hubiera salvado gracias al empuje del estadio sin quedar expuesto por el caso Fuenlabrada. Antes de las medidas necesarias para frenar la pandemia, Riazor se había convertido en el campo con mayor asistencia de la segunda vuelta y promediaba más de 24.000 espectadores. “Segurísimo que con público habríamos ganado muchos más partidos y no hubiéramos descendido. Los jugadores hubieran salido más enchufados”, subraya Ignacio Losada. Lo mismo sirve para esta temporada irregular: “Con las gradas llenas sería otra historia”.