En época de estadios vacíos, de cimientos inestables y de jugadores intercambiables, alivia y conecta con la esencia ver al Dépor ganar e ir encontrándose con Álex Bergantiños sobre el césped. Un mes en la sombra y se puso otra vez la capa como quien se sube la cremallera del mono de trabajo. Y acudió al rescate mientras transitaba entre la defensa y la media para sincronizar a su equipo. El GPS del grupo, el GPS del deportivismo. Siempre en silencio, siempre inteligente, siempre diligente, siempre de guardia. La victoria alivia el panorama y parece descartar el infierno más profundo. Pero en estos meses de derrumbe emocional, de caída libre deportiva y de descabezamiento en todos los escalafones del club, al menos ha quedado la certeza de que Álex iba a estar ahí. Con toda su humildad y humanidad, con sus virtudes y defectos, pero él iba estar ahí, en pie. En segunda o en quinta división, no iba a mirar el contrato, el rol, lo que cobraba. Él iba a estar a la espera de que sonase el teléfono rojo para cogerlo y ponerse en marcha. Con el petate en la puerta. Lo hizo hace cuatro años ante el Barcelona y el domingo también frente al Pontevedra, dos categorías por debajo. Da igual. Él es la fidelidad.

En época de cimientos inestables y jugadores intercambiables, alivia ver una victoria con él de vuelta

Y con Diego Villares a su lado. Lo lógico, lo que parecía imposible. Un proceso natural que el Dépor lleva años afanándose en convertir en una subida al Everest sin oxígeno. Con planificaciones artificiosas, con cromos relucientes que huelen a nuevo y que acaban perdidos en el montón de la insignificancia. Uno de la Sagrada y otro de Vilalba mandando en Riazor. A Coruña de barrio y el deportivismo señero. La proximidad, el caladero natural, un camino de no retorno para este club, sobre todo, en Segunda B. Ver florecer, crecer y abarcar más campo a Villares es insistir en esa bofetada de realidad para el proyecto ideado en los despachos en el verano de 2020. Y con Uche y Borges en el banquillo o en la grada, y con Beauvue sonrojando en los últimos minutos. Rubén de la Barrera ha hablado alto y claro. Sin gritos, sin estridencias, con decisiones de calado. Y, aunque le ha costado, su equipo, los resultados empiezan a refrendarle. Por esta y por muchas razones, en la medida en que el Dépor convierta todos sus procesos en más naturales, recobrará parte de la normalidad y del resuello emocional para avanzar hacia donde tiene que estar. Se acabaron las remontadas, las rachas devastadoras de derrotas, las luchas de David contra Goliat Tebas. Hay que apearse de la montaña rusa y bajar el corazón de la boca. Menos emocionante, también real. Construir es un proceso del día a día, en el que conviven pequeños avances y retrocesos, sin focos al máximo de su potencia, sin que el fin del mundo se presente una o dos veces por semana golpeando en tu puerta. Quizás este año es un poco tarde para hacer cima, para comenzar la escalada, pero no hay que regalar ni un segundo y empezar ya a hacer camino.

Rubén de la Barrera ha hablado alto y claro. Sin gritos, sin estridencias, con decisiones de calado

Le quedan al Dépor, en primera instancia, dos partidos por delante que le resultarán escasos. Le toca hacer lo máximo posible y colocarse al rebote. Todo con un caso Fuenlabrada en ciernes tras los aplazamientos en Ferrol. Difícil empresa. Pero por encima de todo, más que las rehabilitadoras victorias, el Dépor respira porque empieza a encontrar un traje sobre el césped que le encaja, que le hace estar cómodo. Lejos de la excelencia y dentro de sus limitaciones, ya rescata a futbolistas y no parece estar moviéndose por el terreno de juego con una camisa de fuerza. Juega mejor, es más influyente como equipo en los partidos. Y lo que idea en la pizarra es capaz de trasladarlo, en cierta medida, al césped. Un valor que no se puede percibir como menor, la primera red para no ser tan vulnerable emocionalmente. Fue, en definitiva, muy superior a un Pontevedra menor y sometido en una tarde que reforzó a Rubén de la Barrera, de momento la figura central del proyecto, según se desprende de las palabras del presidente de Antonio Couceiro hace una semana.

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El Dépor le gana 1-0 al Pontevedra

El nuevo estilo del consejo parece empezar a bajarle las revoluciones al entorno tras años de una ansiedad nociva

Cantera y revoluciones

Ya sea porque poco le consuela lo que ve en Riazor o porque es el futuro inminente, el deportivismo empieza a fijar algo más su mirada en la cantera. Y lo que le devuelve el espejo no le desagrada. Hay preocupación por un Fabril en descenso y tocado sin Rayco y Villares, pero empiezan a llegar los juveniles a oleadas al filial, el juvenil A gana el derbi y va camino de ser campeón de Galicia y el juvenil B es una de las generaciones más prometedoras del club. Todos harán falta para esa hoja de ruta ideada desde la plaza de Pontevedra. Brotes verdes en un club al ralentí en el que la palabra más repetida es paciencia. A fuerza de trasladar un nuevo estilo al consejo, de espaciar las comparecencias, están consiguiendo en parte bajarle las revoluciones al deportivismo tras años de una ansiedad incompatible con la vida. ¿Será el signo de los nuevos tiempos?