Lleva el deportivismo semanas dándose golpes en el pecho, aceptando cualquier tipo de desenlace como acto de contrición por lo mal, rematadamente mal que se ha hecho todo esta temporada. Y, de repente, en ese instante de entrega al golpe, en ese momento en el que solo queda armar el cuerpo para que sea lo menos posible, se le ha dado a su equipo por revivir. Ni un día de respiro. Cuando no se le espera, aparece indemne e impecable dejando una explosión atrás. Nada nuevo. ¿Bendita condena? La realidad asumida desde hace tiempo, a mitad de camino entre el fatalismo y la maldición, choca ahora con lo que cualquier aficionado ve sobre el césped, con las matemáticas y con el halo de luz que invita a ilusionarse tras un año de una sucesión de pegajosas desgracias. Es tan nociva e ineludible la esperanza... Como en la salvación del Camp Nou, como en la remontada del año pasado, como en el caso Fuenlabrada. Casi una contraindicación. Y, en ese cóctel de emociones, de indicios y sin fiarse del todo, busca el deportivismo encajar las piezas.

Lleva el deportivismo semanas preparándose para el golpe y su equipo aparece cuando menos se le espera

El paso por Barreiro le hizo sentirse vivo tras meses de derrotas, de estadios vacíos y de ser un sujeto pasivo en su destino. Lejano olor a derbi, sobreactuación rival, duelo de exigencia y armar propias para rebatirlas. Parece poco, es mucho. Algo que llevarse a la boca. Eso sí, nada quitará nunca la deshonra de haber jugado en casa del filial del Celta, una tachuela negra en 114 años de historia que hay que vivir con la mayor dignidad y entereza posible, de la que nadie puede decir que esté libre nunca y que obliga también a ser contenido en cualquier expresión de júbilo. Pasar el trago, saber estar. Llegar, ganar y marcharse diligente y comedido. Porque hay imágenes potentes, devastadoras. Ver salir a Claudio Beauvue en el descuento y comprobar para lo que ha quedado es darte, de nuevo, de bruces con el mundo deportivista. La remontada no deja de tener atractivo, pero es una realidad apuntalada.

Jugar en Barreiro sigue siendo una tachuela negra en la historia y obliga a saber estar y a limitar cualquier júbilo

Y eso que el Dépor hizo un partidazo. Y no por Álex, por Villares, por Miku, por su puntería. Es que funcionó como un verdadero equipo. Nada parecía deslavazado ni improvisado. Como un reloj. En defensa, en ataque, un todo. Supo dónde defender, cómo atacar, a qué altura y cómo hacerlo, de qué manera podía ser capaz de ofrecerle contexto a sus jugadores para que brillasen. El mejor ejemplo es el venezolano. Estuvo más acompañado, recibió mejores centros, pudo desplegar todo su arsenal de cualidades sin grandes esfuerzos y en las zonas en las que verdaderamente hace daño. Perfecto.

Venir de la muerte y verte con vida genera una invulnerabilidad un tanto irreal. Es difícil luchar por subir

Nunca se sabrá lo que podría haber sucedido si Manu Justo acierta con ese cabezazo o si Lautaro hubiese mandado la pelota dentro y no al palo, pero nadie podrá decir que este triunfo fue fruto de casualidad, de acciones aisladas o de la inspiración individual. El Dépor se coloca en lo mínimo que se le exige a un proyecto: ser un equipo. Le costó más de medio año, el despido de un entrenador, la salida de una directiva, muchísimo dinero y varios requiebros en su planificación, alguno forzado. ¿Llegará a tiempo?

Cuello de botella

Fue llegar el pitido final en Vigo y los seguidores del Dépor empezaron a echar humo por la cabeza. Cuentas, cuentas y más cuentas. Mil implicados, más variables y el panorama tampoco es que sea especialmente alentador. Eso sí, es muchísimo mejor que hace dos semanas, impensable entonces que el equipo coruñés llegase con opciones a la última jornada. Necesita ganar y que pinchen el Celta B y quizás el Racing de Ferrol, aunque todo depende del desempeño del conjunto verde esta semana, con dos partidos y tras el COVID. La realidad es que el Dépor lo tiene muy, muy complicado, pero venir de una supuesta defunción, ir cobrando vida semana a semana y llegar con un hilo de aire al envite final supone un incalculable chute de adrenalina. Haber visitado los infiernos y, de repente, verte a las puertas del cielo le genera a cualquiera una sensación de invulnerabilidad, de que todo es posible y va a salir bien. A día de hoy, es más difícil que el Dépor acceda a la fase de ascenso que una hipotética subida a Segunda División en el siguiente tramo de competición. Eso sí, como el Dépor se libre también de esta explosión dentro de quince días, va a haber ronda de mariachis en cada desplazamiento. Y a ver quién lo para, quién acalla la música.