Se ha pasado el Dépor parte de su última década minusvalorando la figura del entrenador. O llegaban al verano con la confianza de la directiva en la reserva o se recurría a personas que habían vivido tiempos mejores o que no suponían un gran desembolso. Todo por dudas, por miedo a tomar decisiones drásticas y el qué dirán, todo por apilar más y más jugadores. Cuanto más rutilantes y más páginas amarillentas tuviese su currículum, mejor. Varias direcciones deportivas, matices, métodos similares. Ha habido excepciones, sin duda, quizás una de ellas fuese Natxo. La tónica es evidente y exasperaba a cualquier deportivista, que veía como su equipo caía una temporada tras otra, pero sobre todo comprobaba que su curso no iba a ninguna parte. Conjugar el verbo construir estaba prohibido. Era todo un ansia desmedida por subir, contratar, mover, mirar por la ventana. Todo era intercambiable y sin base. Y, después de un tiempo vagando sin rumbo y dando vueltas sobre sí mismo mientras se despeñaba, el club ha encontrado por fin un entrenador, uno que le hace llevar las riendas de sus partidos, uno que crea contexto para sus jugadores y que no vive de sus individualidades, uno al que darle tiempo y en el que confiar más allá del método y el estilo. Para su desgracia ha llegado tarde ese crecimiento incipiente, pero en apariencia robusto del equipo. Y el castigo ha sido duro, muy duro, y no porque no fuese esperado. Una oportunidad perdida como pocas, la comprobación palpable de todo lo que se ha hecho rematadamente mal y la sensación de que al grupo se le cortan las alas. El Dépor, como club, merece tal penitencia. Nadie lo pone en duda. Después de tantos castillos en el aire, el destino le obliga a tomarse más tiempo del que desearía para solidificar sus cimientos. El karma le empuja a madurarlo todo.

Los técnicos hasta ahora o llegaban sin confianza al verano o habían vivido tiempos mejores o no eran muy caros

El equipo debe convivir ahora con dos filos de una realidad peligrosa. Fin de ciclo y trabajo por delante. Le toca compatibilizar metas a medio plazo con una competición caníbal y sobreponerse a una especie de adiós en diferido porque, como mínimo, el 70 u 80% de la plantilla no estará en el próximo ejercicio, a pesar de tener la gran mayoría vinculación en vigor y contratos que sonrojarían a cualquiera si se atiende a su rendimiento. Este grupo de jugadores costó más de 6 millones de euros y la partida del próximo presupuesto para tal cometido será muchísimo menor. Uno más uno…

El Dépor debe conjugar el fin de ciclo con los deberes inmediatos. Difícil contexto que asumir

Quedarán Álex Bergantiños como mástil del barco, jóvenes prometedores y atados como Diego Villares y alguna que otra apuesta contada. Como mucho. No semeja tarea sencilla motivar para asegurar el tercer escalón nacional a futbolistas que han jugado en Primera, que han disputado mundiales. La vergüenza que deberían sentir por el rendimiento que han tenido en gran parte de la temporada debería ser ya suficiente acicate, pero el psique no funciona así.

El grupo tiene que disfrutar el proceso y moverse por la vergüenza de la caída y el despegue personal

Y ahí entra de lleno el proceso, disfrutar el camino, sumarse al todo, aunque sea por intereses personales. No hay mayor reivindicación para un futbolista que crecer al abrigo del hábitat creado por Rubén de la Barrera, gritarle a quien quiera oírlo que el grupo no era tan deficitario, sino que estaba mal guiado. Habrá quien se lo crea, habrá quien no, porque hay realidades que por mucho que se intenten tachar son indelebles. Después de verse tan impotentes, tan en teoría infrautilizados, con tanta presión, es una liberalización encontrarse en un equipo que los realza, que les recupera el lustre perdido, que les libera de la exigencia con solo leer el libreto y seguir las instrucciones. Cumplir dejándose llevar. Funcionar como un equipo, justo lo que ahora es este grupo y que tanto le ha costado, justo lo que disfruta su afición, mareada por tanto cromo y desnorte. En tiempos de zozobra, el Dépor se ilusiona con lo básico y con lo que muchas veces se ha convertido en un imposible. El arquitecto de todo es Rubén de la Barrera. Aún queda por cerrar una plaza en la Primera Federación, pero si hay alguien imprescindible en el proyecto, es él. Si alguien que merece un esfuerzo, es él.

La cantera, sin ansiedad

Por principios, por necesidad y por materia prima, la cantera debería tener un papel capital en el camino de reconstrucción que le toca emprender al club blanquiazul. Hay convicción e idea de darle la alternativa cuanto antes a los jóvenes. El filial despega y empieza a estar sostenido, en parte, por un puñado de juveniles. Y a De la Barrera no le ha temblado el pulso con Villares y Rayco. El camino debe estar libre y así se aprecia desde fuera, pero todo con tiento, sin empujar a los chavales a un precipicio. El futuro del Dépor se construye hoy.