Huele a fresco, a ventilado. Esa brisa que, por momentos, tornó en un huracán el domingo no pegaba agradable en la cara solo por esos cinco goles, porque fuese el Celta B. Ni mucho menos. Hubiese dado igual el rival. Era el disfrute por sí mismo, era tu equipo dispuesto a salir de un agujero negro, era su gente llenando los silencios de las gradas en pandemia, era un club huyendo de ese juego de sillas y de ese eterno retorno en el que se habían convertido sus plantillas, sus configuraciones, hasta sus despachos. Más futuro que pasado, más ilusión que miedo, más iniciativa que espera. Ventanas abiertas y puertas entreabiertas para crecer, para cumplir sueños, para que se cuele quien quiera hacer historia. Para que Noel siga en su luna de miel, para que Trilli normalice el salto, para que Abegondo no se quede a orillas del embalse y nunca llegue a Riazor, para que Menudo rompa su maleficio con el ascenso, para que Miku se vaya algún día con un buen sabor de boca de A Coruña, para que Álex vea un club parecido al que siempre deseó. Será largo y tramposo el camino. Está en él, en el proceso, labrándose una oportunidad. La primera de las pruebas la ha superado, en su casa, donde debe ser, donde se cimienta todo. El triunfo y la forma dan aire. Respira, algo que pareció costarle durante mucho tiempo.

Rugido a rugido, grito a grito. Uno por cada gol. Riazor vio la oportunidad perfecta para sacudirse ese musgo, para quitarse ese agarrotamiento emocional de los últimos años. Solo el tiempo recoloca la euforia y la liberación, y acaba dejando este primer suflé en su punto justo. La goleada plasma evidentes virtudes y fortalezas y plantea nuevos desafíos. El Dépor pega, pega muy duro. Miku, Quiles, Menudo, Doncel y Noel. Goles sin rechistar, por repetición, en puntos de inflexión del partido. Era imposible que se levantase de la lona un Celta B por hacer, pero que dará muchos sustos durante el año. Tiene dinamita. Más parece atesorar el Dépor, al que se le vio también con mucha cintura en el juego, en la respuesta táctica ante las trampas. Fondo de armario. Movió la pelota, supo qué hacer casi en cada momento, minimizó por completo a su rival. Solo al principio de la segunda parte le hizo descolocarse, correr hacia atrás, lo que peor le sienta. Reaccionó hasta volver a mandar otro derechazo, en este caso, de la pierna de Menudo a la escuadra celeste. El partido estaba roto, a merced del disfrute, ya sin peros.

El Dépor ha superado las primeras dificultades, habrá muchas más. Mostró debilidades en verano y hay que seguir atento a aquellas señales, pero su cuajo en el principio de liga fue más que pertinente. Se reveló temible en Riazor, nadie lo dudaba. Sumará muchos puntos en casa, básico para pensar en Segunda División. Es llenar el granero, es recuperar el idilio con su grada, golpeada y desalojada. Ahora su objetivo es trasladar ese poderío o, al menos, una parte de él a los choques fuera de casa. El contexto nunca será el mismo, ni en la grada ni en el césped. Y la visita a Tudela le enseñará las catacumbas de esta Primera Federación. No por nivel de su contrincante, sino por condicionantes. Este año el liderato tiene el premio del ascenso, más que nunca será una liga de regularidad.

La exhibición ante el filial reforzó al Dépor, pero también colocó de nuevo todos los focos sobre él, justo lo que tanto le incomodó la pasada campaña. No se movió bien en la exigencia, en la sobremotivación de los rivales, en que el listón siempre estuviese en la victoria por decreto y arrasando. Este verano, ya en su segundo ejercicio en bronce y con menos dinero en la billetera, pareció quitarse esa losa, al menos de cara al exterior. Toca volver a sentirla, siempre es complicado lidiar con esas cargas.

Será una tarea más para Borja Jiménez, al que se le notó intervencionista en su puesta de largo oficial. Esa pegada allana el camino de cualquier decisión, pero los dos primeros goles llevan el sello de su gran apuesta en el once, Elitim. Dos pases en profundidad para romper una defensa débil y adelantada, dos acciones que no son casuales. A los movimientos de Onésimo del segundo acto supo adaptar sus piezas, nivelar y darle la vuelta a las circunstancias del duelo.

Noel y el mercado

Tras el desahogo ante el Celta B y el happy end del gol de Noel, casi cualquier deportivista se hubiera levantado en armas en las horas posteriores ante la mera mención de la hipotética llegada de un nuevo delantero para completar la plantilla. El Dépor siempre quiso una variante más para esa zona. Por número, por ampliar el abanico de potencialidades de sus arietes. Ángel Rodado se fue al Barcelona B y ahí se esfumaron gran parte de sus opciones y esfuerzos. Aun así, no dejó de buscar hasta el mismo día 31 de agosto, pero tampoco iba a alistar a cualquier precio al primero que pasase por la puerta, una tendencia de los últimos tiempos que quizás fue la que acabó empujando al club a un ERE.

La primera constatación de que el Dépor asume cierto grado de riesgo sin ese último fichaje es que es probable que este fin de semana no tenga ningún delantero suplente en el banquillo. Noel está en las Rozas, Miku y Quiles deberían repetir en el once y, salvo que recurra a Davo o adapte a algún futbolista, no tendrá Borja alternativas a su lado. Mientras no haya lesiones, es asumible, pero el año es largo, muy largo. A Noel tampoco le hubiese sobrado. Si al técnico no le importó que Trilli se colocase por una puerta entreabierta, tampoco le va a incomodar si el delantero utiliza la misma vía. Y un nuevo ariete podría taparle, pero también descargarle de presión. Solo tiene 18 años, debe tener derecho a que no le pongan barreras, pero también a equivocarse, a las segundas oportunidades y a que, a veces, no se le señale como el ungido. La exigencia va a ser inherente a la carrera que le espera, pero nunca sobra aliviársela cuando aún es un niño.