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El Dépor se había puesto el mono de trabajo y casi ni se manchó los bajos. Tampoco le hicieron falta las pinturas de guerra, solo fútbol, del que se juega, del que controla partidos y hace crecer equipos. Superó con una olvidada suficiencia al Calahorra, que buscó ganarle con la pelota, tocando, y acabó siendo un juguete en sus manos. El Dépor, cuando quiso, jugó. Cuando le apeteció, pegó. Cuando se le ocurrió contemporizar y descansar, también lo hizo. Marcaron Quiles, Miku y Noel. Tres arietes, tres goles en una exhibición global en la que cada jugador rindió en su tarea, en sus duelos y como parte de un equipo. Redondo, dentro de una notable muestra coral, de las que se convierten en un aviso para la categoría. Es pronto, el fútbol da muchas vueltas y esta Primera RFEF es muy traicionera, pero el Dépor no va de farol, no está lleno de dudas, como otras tantas veces. Sabe lo que quiere, cómo conseguirlo y va a por ello. Ahora sí está en la carrera.

El Dépor sentía, antes de iniciar al choque, que llegaba a terreno conocido. No era Tudela, era Calahorra, pero los signos eran evidentes, desagradablemente familiares. Tarde para sufrir, para defender parcela, para acabar ganando, pero con arañazos. Hace siete días fue un triunfo de resistencia y el objetivo ayer era repetir, pero también de otra manera. Buscando esa diferencia y por higiene de vestuario, Borja Jiménez puso en juego su crédito. Hizo cuatro cambios, uno obligado por lesión (Trigueros por Jaime). No fueron decisiones de maquillaje. Había calado. El central se juntaba a Lapeña en la dupla de antiaéreos, Doncel era el encargado de darle alas al equipo por la izquierda, De Vicente se acompasaba al timing de Álex y, sobre todo, Víctor, fuera de sitio, reemplazaba a Benito como lateral. Dicen que lo que funciona no hay que tocarlo, pero el técnico sí lo vio necesario y acertó. De pleno, elevando la competitividad. Todos rinden, todos son partícipes. Nadie se puede dormir.

Noel López y Mario Soriano se funden con la grada tras el tercer gol que cerraba la goleada en el descuento. | // LOF

Los primeros minutos ya mostraron que se iba a enfrentar a un rival diametralmente opuesto. Quedaban en el olvido el juego directo, los centros laterales, el ritmo infernal, las faltas a destiempo de Tudela. Los riojanos querían la pelota, deseaban ganar con fútbol. Y ahí el Dépor se impuso con claridad. El balón era suyo, no le quemaba. Los centrales cortaban, los medios hacían intendencia e iniciaban y arriba había dinamismo y dinamita. Fue pronto, como hace una semana, pero el gol llegó fruto del fútbol, del buen hacer. La combinación entre Doncel y Quiles acabó con el onubense estrenando el marcador. Minuto 6. Tantos madrugadores, magnífica costumbre.

El gol fue la primera acción decisiva de una primera parte excelsa del andaluz. Cuando coge la pelota, es suya y hace diferencia. Cuando combina, habilita y mejora. En el área es definitorio, a pesar de haber estropeado una contra al final del primer tiempo. Ahora mismo Quiles parece levitar en la categoría, un tesoro que juega, genera y eleva lo que tiene a su alrededor.

Dos ejemplos de esa mejoría en lo que orbita a su lado fueron Víctor y Doncel, dos de las apuestas en el once. El Dépor tuvo alternativas por banda mientras atrás cumplían al corte sus centrales y el dúo Álex-De Vicente, otro de los que dijo ‘aquí estoy’. Eso sí, el buen tono general no libró al equipo de algún susto. Hubo, de nuevo, ocasión para admirar otra parada milagrosa de Ian Mackay. Tarsi le puso a prueba, el coruñés estaba ahí, siempre está ahí.

El Dépor iba ganando en comodidad. Dominaba, a ratos tenía la pelota. La tranquilidad era hasta sorprendente. En una de esas jugadas en las que se asomó en el área, Quiles y Miku volvieron a desnudar a la zaga local. El Calahorra reclamaba fuera de juego, no lo era. Subía el 0-2 pasada la media hora, la grada celebraba. El sufrimiento quedaba para otro día. Había que frotarse los ojos.

Rafa de Vicente le disputa una pelota a Yurrebaso con Álex Bergantiños a sus espaldas. | // LOF

El Calahorra necesitaba un cambio. Un nuevo modelo de fútbol, buscarle las cosquillas a su rival, encontrar otras armas, caras nuevas. Lo que fuese. El Dépor vivía plácido, en el marcador y en el césped. Ya no era la diferencia, era la sensación de que ni le rasguñaba.

Y poco varió el panorama tras el descanso. El Calahorra quería la pelota, lo intentaba con nula profundidad. Al Dépor tampoco le importaba dárselas y resguardarse. Hasta le interesaba bajarle los voltios al partido. El duelo se iba enmarañado en los toques riojanos y así, segundo a segundo, iba consolidándose el triunfo coruñés. Inevitable.

Con Mackay como un mero espectador, el Dépor terminó por sestear y el Calahorra encontró una rendija. Fue en torno al minuto 75. Antes y después. En ese momento, ya con David Grande en el campo, empezaron a sucederse las ocasiones. Muchas merodeando en la frontal o con fútbol directo. Hasta Ugarte mandó una pelota al palo. Rozaba el Calahorra el 1-2, ni así peligraba el partido.

La última tanda de cambios asentó al Deportivo. Lapeña se fue al lateral, Borja blindó la otra banda con Aguirre y refrescó el ataque con Noel. El reajuste le dio aire para lanzarse a por el tercero. Casi lo logra en una contra entre Granero y Aguirre, pero no fue hasta el descuento cuando redondeó el marcador. Lo hizo casi todo en la jugada el ex del Numancia. El canterano solo le puso la pausa, la magia. ¡Qué gesto! Tuvo el temple para dejar pasar la pelota tras el pase de la muerte y que el defensa se pasase de frenada. Donde unos tiemblan, él juega, mide y ejecuta. Tras ver pasar a su víctima, solo hacía falta mandarla a la red, como quien se sirve un vaso de agua. La celebración, fundido con la grada, es un gesto más, uno de tantos hacia él estos días, para que se quede. Ahora solo queda renovarlo, que no será fácil.