Una mano de Mackay, un despeje en el área con el corazón en la boca, un rugido de Riazor y la varita de Quiles. Al Dépor no le hizo falta mucho más esta tarde en casa para doblegar (1-0) al mejor rival al que se ha enfrentado en esta categoría, el Badajoz. Los pacenses desnudaron al equipo de Borja Jiménez, lo llevaron a la incomodidad hasta el límite. Y el batallón blanquiazul acabó resistiendo en una victoria de tripas, de grada, de saber competir, de equipo. Cuatro de cuatro y portería imbatida. El Dépor ha decidido cabalgar en esta liga camino del ascenso a la espera de que vengan los malos momentos y afrontarlos con un colchón de puntos y con la confianza a rebosar.

El Dépor llegaba a un Riazor aún más poblado poniendo en juego su imbatibilidad, su pleno de puntos. La doble victoria fuera y el hecho de regresar al escenario de la goleada al Celta B animaba al deportivismo a pensar en una victoria de cierta solvencia. Borja volvió a agitar el árbol una semana más buscando al lateral derecho perdido, aunque esta vez no pareció disponer de una pócima mágica para cubrir un agujero que cada día se agranda más. Como casi siempre, hubo, al menos, un cambio por línea, más allá de la portería y la delantera, que son intocables para el abulense. Borja Granero acompañaba a Lapeña para hacerse fuerte en los centros laterales, William era la apuesta para desbordar por banda y Villares volvía al once, pero para sorpresa de todos como lateral derecho. Fue la zancadilla que se puso el conjunto blanquiazul.

La entrada del pivote de Vilalba restó profundidad y salida de balón al equipo por uno de los bandos. Lo capó. No pareció ser una opción para progresar en casi ningún momento y, al estar supuestamente vedada esa zona, se agudizaron los problemas del cuadro de Borja en la salida de balón. Un 5-4-1 y unos excelsos posicionamiento y presión arriba de los pacenses desarbolaron a los locales. Estuvo el Dépor, al menos 20 minutos, que no sabía ni por dónde le entraban. A oleadas y sin respuesta. En ese periodo, Mackay, como siempre, y la contundencia en área propia le salvaguardaron hasta que encontró resuello y vías para atacar. Pero, en ese tramo, Álex, especialmente, estuvo sobrepasado y generó infinidad de pérdidas, que a punto estuvieron de aprovechar Sergio Benito y sus compinches. Lo mejor era que el Dépor seguía vivo, que no perdía.

¿Quién fue el mejor jugador del Dépor ante el Badajoz?

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Y, precisamente, porque a un equipo con tal colmillo como el coruñés hay que rematarlo sí o sí, varias veces y a la mínima oportunidad, pasó lo que acabó pasando. No lo hizo el Badajoz de Óscar Cano y, casi en la primera aproximación seria que tuvo, al borde de la media hora, William y Héctor inventaron una genialidad en banda que Quiles solo tuvo que cazar y empujar. 1-0, minuto 29. Injusto para los visitantes, pero también la cruda realidad ante un equipo demoledor en cuanto pisa el área como el Dépor. El tanto había llegado por la izquierda, única vía de ataque habilitada por los coruñeses, y lo empujaba a la red un jugador tocado por los dioses en esta primeras semanas. Los indicios estaban claros. Aun así...

Ese cuarto de hora final le ofreció al Dépor la oportunidad de sentenciar. Fue la ola del 1-0, el empuje de Riazor los que le guiaban, aunque en realidad al equipo coruñés le seguía costando imponerse. Y eso que había pasado también a defensa de cinco para plantar batalla. Estuvieron algún instante los extremeños contra las cuerdas, pero pronto volvieron a encontrar el juego y el dominio sobre el tapete. Llegaba el descanso. El Dépor respiraba y su rival no se lo creía. Aún quedaban 45 minutos y mucha exigencia por delante, a pesar de la ventaja en el marcador.

El Dépor, tras el descanso, no le hacía ascos a ampliar la ventaja, pero ante todo deseaba hacerse con el partido. La idea era que se jugase a lo que él deseaba. Quería la pelota, sacarla con facilidad, hilvanar, compactarse. En definitiva, pretendía no estar tan expuesto y mandar, caminar paso a paso hacia el 2-0. Nunca lo consiguió del todo. Ni gol ni el alivio a través del dominio. Por fases estuvo más cómodo o a merced de su rival y de las paradas de Mackay, pero nunca todo lo cómodo que deseaba.

En los primeros minutos mantuvo a esos cinco atrás. No parecía, al menos, en ese tramo un equipo inferior a su rival, se descolgó Miku con algún ocasión, Quiles le apoyaba. No era mal panorama si conseguía sostenerlo. Pronto cambió. Al borde de la hora de juego llegaron los cambios y las ocasiones claras. Las inauguró Quiles. Preciosa jugada, trenzada, se colaba hasta la cocina. Pero cuando acariciaba el tanto, apareció un pie visitante para impedírselo. Ahí el Dépor supo que no le iba a quedar otra que seguir sufriendo hasta el final.

Ese casi gol blanquiazul dio pie a los mejores minutos de cara a portería del rival tras la reanudación. Pardo y Cuevas tuvieron el gol en su mano. Uno con una falta y el otro con una llega franca. Ambos toparon con Ian Mackay, siempre con él, como todos los atacantes de esta liga. El equipo de Óscar Cano, siempre paciente, con buena voluntad y ordenado, empezaba a desesperarse y no era para menos. Era superior y no lo rentaba ni lo más mínimo.

Como si de púgiles se tratase, iban cogiendo cada uno aire por fases. Exhaustos, descolocados, frustrados, empujando. Tras los sustos extremeños fue el Dépor el que se agarró a la pelota unos minutos para respirar. Al Badajoz le empezaba también a poder el cansancio. Lógico. Dominaba, no conseguía nada y ahora le tocaba perseguir sombras. Aún así, fue de nuevo transitorio a la espera del último arreón visitante. El Dépor no fue capaz en ningún momento del duelo de dominarlo y el escenario de resistir parecía el inevitable para los instantes finales.

El propio Riazor, consciente en muchos momentos de la debilidad de su equipo, se alistó para ganar el partido con él. Metía ruido, despejaba, latía con cada centro al área que acababa siendo un suplicio para los blanquiazules. Tan ahogado estaba el Dépor que Borja solo llevaba solo un cambio en el minuto 80. Quería tocar lo mínimo porque lo frágil siempre se rompe fácil. Pero al final resistió. Con su gente, con las tripas, con su corazón al otro lado de la valla. Riazor amarraba el pleno en una victoria que también le debe hacer reflexionar.