Una mano de Mackay, un despeje en el área con el corazón en la boca, un rugido de Riazor y la varita de Quiles. Al Dépor no le hizo falta mucho más para doblegar (1-0) al mejor rival al que se ha enfrentado, el Badajoz. Los pacenses desnudaron al equipo de Borja, lo llevaron a la incomodidad hasta el límite. Y el batallón blanquiazul acabó resistiendo en una victoria de tripas, de grada, de saber competir, de equipo. Cuatro de cuatro y portería imbatida. El Dépor ha decidido cabalgar en esta liga camino del ascenso a la espera de que vengan los malos momentos y afrontarlos con un colchón de puntos y con la confianza a rebosar.

El Dépor llegaba a un Riazor aún más poblado poniendo en juego su imbatibilidad La doble victoria fuera y el hecho de regresar al escenario de la goleada al Celta B animaban a pensar en un triunfo de cierta solvencia. Borja volvió a agitar el árbol una semana más buscando al lateral derecho perdido, aunque esta vez no pareció disponer de una pócima mágica para cubrir un agujero que cada día se agranda más. Como casi siempre, hubo un cambio por línea, más allá de la portería y la delantera, que son intocables. Granero acompañaba a Lapeña para hacerse fuerte en los centros laterales, William era la apuesta para desbordar y Villares volvía al once, pero para sorpresa de todos como lateral derecho. Fue la zancadilla que se puso el conjunto blanquiazul.

¿Quién fue el mejor jugador del Dépor ante el Badajoz?

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La entrada del pivote de Vilalba restó profundidad y salida de balón por una de las bandas. Lo capó. No pareció ser una opción para progresar en casi ningún momento y, al estar vedada esa zona, se agudizaron los problemas del cuadro de Borja en la salida de balón. Un 5-4-1 y unos excelsos posicionamiento y presión arriba de los pacenses desarbolaron a los locales. Estuvo el Dépor, al menos 20 minutos, que no sabía ni por dónde le entraban. A oleadas y sin respuesta. En ese periodo, Mackay, como siempre, y la contundencia en área propia le salvaguardaron hasta que encontró resuello y vías para atacar. Pero en ese tramo Álex, especialmente, estuvo sobrepasado y generó infinidad de pérdidas, que a punto estuvieron de aprovechar Benito y sus compinches. Lo mejor era que el Dépor seguía vivo, que no perdía.

William de Camargo disputa una pelota ante la oposición de Dani Fernández, jugador del Badajoz. | // CARLOS PARDELLAS Carlos Miranda

Y, precisamente, porque a un equipo con tal colmillo como el coruñés hay que rematarlo sí o sí, varias veces y a la mínima oportunidad, pasó lo que acabó pasando. No lo hizo el Badajoz y casi en la primera aproximación seria que tuvo, al borde de la media hora, William y Héctor inventaron una genialidad en banda que Quiles solo tuvo que cazar y empujar. 1-0, minuto 29. Injusto para los visitantes, también la cruda realidad ante un equipo demoledor en cuanto pisa el área. El tanto había llegado por la izquierda, única vía de ataque habilitada, y lo empujaba a la red un jugador tocado por los dioses en estas primeras semanas. Los indicios estaban claros. Aun así...

Ese cuarto de hora final le ofreció al Dépor la oportunidad de sentenciar. Fue la ola del 1-0, el empuje de Riazor el que le guiaba, aunque en realidad al equipo le seguía costando imponerse. Y eso que había pasado también a defensa de cinco para plantar cara. Estuvieron algún instante los extremeños contra las cuerdas, pero pronto volvieron a encontrar el juego y el dominio. Llegaba el descanso. El Dépor respiraba y su rival no se lo creía. Aún quedaban 45 minutos y mucha exigencia por delante, a pesar de la ventaja.

El Dépor, tras el descanso, no le hacía ascos a ampliar el marcador, pero ante todo deseaba hacerse con el partido. La idea era que se jugase a lo que deseaba. Quería la pelota, sacarla con facilidad, hilvanar, compactarse. En definitiva, no estar tan expuesto y mandar, caminar hacia el 2-0. Nunca lo logró del todo. Ni gol ni el alivio por dominio. Por fases estuvo más tranquilo o a merced de su rival y de las paradas de Mackay, pero nunca lo cómodo que deseaba.

La grada de Riazor mostró su mejor aspecto desde el inicio de la pandemia. | // CARLOS PARDELLAS Carlos Miranda

En los primeros minutos mantuvo a 5 atrás. No fue en ese tramo un equipo inferior a su rival, se descolgó Miku con algún ocasión, Quiles le apoyaba. No suponía mal panorama si lograba sostenerlo. Pronto se torció. Al borde de la hora llegaron los cambios y las ocasiones claras. Las inauguró Quiles. Preciosa jugada, trenzada, se colaba hasta la cocina. Pero cuando acariciaba el tanto, apareció un pie visitante para impedirlo. Ahí el Dépor supo que no le iba a quedar otra que sufrir hasta el final.

Ese casi gol dio pie a los mejores minutos de cara a portería del rival. Pardo y Cuevas tuvieron el gol en su mano. Uno con una falta y el otro con una llegada. Ambos toparon con Mackay, siempre con él, como todos los atacantes de esta liga. El equipo de Cano, siempre paciente, con buena voluntad y ordenado, empezaba a desesperarse y no era para menos. Era superior, no le rentaba.

Como si de púgiles se tratase, iban cogiendo cada uno aire por fases. Exhaustos, descolocados, frustrados, empujando. Tras los sustos extremeños fue el Dépor el que se agarró a la pelota. Al Badajoz le empezaba a poder el cansancio. Lógico. Dominaba, no conseguía nada y ahora perseguía sombras. Aún así, fue de nuevo transitorio a la espera del último arreón. El Dépor no fue capaz en ningún momento del duelo de dominarlo y el escenario de resistir era el inevitable para los instantes finales.

Riazor, consciente de la debilidad, se alistó para ganar. Metía ruido, despejaba, latía con cada centro al área. Tan ahogado estaba que Borja solo llevaba solo un cambio en el minuto 80. Quería tocar lo mínimo porque lo frágil siempre se rompe fácil. Pero, al final, resistió. Con su gente, con las tripas, con su corazón al otro lado de la valla. Riazor amarraba el pleno en una victoria que también debe servir para reflexionar.