Aún recuerda Jose Sambade a aquel portero que no levantaba un palmo del suelo que se encontró un día en la ciudad deportiva de la Torre. Era un benjamín o un prebenjamín que le “sorprendió”, con “una personalidad tremenda” y que “no paraba de gritar a unos y a otros”. Años después, aquel niño, casi vecino en el eje O Ventorillo-Agra do Orzán, estuvo a sus órdenes en el Ural como infantil, fue fichado poco después como cadete para el Dépor y formado en Abegondo antes de que se tuviese que buscar la vida más allá del puente de A Pasaxe.

Pasaron los años, se multiplicaron las dificultades, siguieron las confidencias, el apoyo y las llamadas desde la distancia y hoy, por fin, aquel guardameta defiende los palos de Riazor. Se llama Ian Mackay y el hasta hace unas semanas entrenador de porteros de la selección española siente cercana la culminación del proceso que le ha llevado al estadio de sus sueños. “Me siento muy identificado con él. Es de insistir, de trabajar. Tiene ese punto de cabezonería como yo. Nunca lo tuvo fácil, pero él es la constancia, es como un martillo pilón”, cuenta el ex del Deportivo, de vuelta en A Coruña.

“Está tranquilo, disfrutándolo. Vino con la ilusión de subir, viviéndolo con su familia, y ahí está”, adelanta Sambade que hace un par de días aún hablo por teléfono con Mackay. “Yo siempre le digo a él y a todos (los porteros) que esto es un juego, que no lo olvidemos y que hay que disfrutar. Él es muy autoexigente y responsable y eso es muy bueno, pero todo con una medida. Debe estar contento, pero relativizar todo y preparar la cara para las hostias que llegarán, para encajarlas, quitarles importancia y superarlas”, cuenta resumiendo su filosofía para sobrellevar los buenos y malos momentos en una posición tan personalista y expuesta como la de portero.

El niño que descubrió un día acabó estando a sus órdenes en el Infantil A del Ural y ya como responsable de captación de los metas lo reclutó para Abegondo. “Nos encargábamos Iván González y yo con la supervisión de Ernesto Bello. Vino para el primer cadete con Diego, el portero de Cambre. Son parecidos, tuvieron una disputa muy buena”, relata.

Ya por entonces Mackay tuvo que sobreponerse a uno de los sambenitos que le acompañó a lo largo de su carrera y al que terminó por sobreponerse: “La gente siempre andaba con lo de la altura, con que si era pequeño y, casualmente, yo en juveniles uno de los aspectos que más destacaba de él era su juego aéreo. Era valiente, tomaba buenas decisiones. Lo suple con otras cosas y sus números son espectaculares” .

De ahí al Fabril y a la pretemporada del primer equipo con Joaquín Caparrós en Isla Canela y con el recordado amistoso ante el Milan en Riazor. “Estuvieron allí él, Fabricio y Alberto (ahora meta del Coruxo) y lo hicieron muy bien. Él es muy listo y durante ese tiempo se empapó de Jose Molina, que le guarda mucho cariño. Es su gran referente, aprendió mucho de él”, asegura.

“Es un orgullo ver cómo ha crecido como persona, en todo”, apunta Sambade, que aún tiene presente a aquel chaval, casi vecino, que, atendiendo a las horas, “alguna vez” mandó “para casa”, admite en tono jocoso. “Le tengo cariño, él se mete conmigo y me dice que le doy caña. Lo conozco desde niño, a su familia. Es coruñés, del barrio, sabemos lo difíciles que eran entonces. Tuvo que pasar lo de sus padres, sobreponerse y nunca se le cayeron los anillos por nada, por jugar donde fuese. A veces venía a la Escuela de Porteros con los niños cuando estaba en Ferrol. Él tenía claro desde hace tiempo que a la mínima oportunidad que tuviese de regresar, no se le iba a escapar. Al fin pudo conseguirlo”, cuenta.

“Está más maduro y sobrio como portero, comete menos errores. Bajo palos siempre fue muy solvente. Tiene cosas que mejorar, él está dispuesto y lo logrará”, destaca Sambade de su momento y de su predisposición, apoyada en la “gran labor” de Alberto Casal. “Es un lujo para el Dépor tener a Ian. La única pena es que no hubiese venido antes”, lamenta.