Ya está aquí y el Dépor va a sus lomos. Como si la pandemia hubiese sido un paréntesis hasta para el fútbol, han tenido que adentrarse los estadios en una pseudonormalidad para que el grupo de Borja Jiménez acompasase su frecuencia vital a la de su grada, para que recibiese esa transfusión de energía que necesitaba para volver a ser el Dépor. Hay fútbol, sí, hay cintura para adaptarse a situaciones y partidos, también, pero sobre todo hay alma. Y esa no se exhibe sola, con gradas vacías y ecos entre balonazos. Oír al estadio de Riazor rugir con solo media entrada, cuando la sociedad despierta, cuando las pasiones balompédicas aún abren el ojo es el mejor ejemplo de que el deportivismo está más predispuesto que nunca a disfrutar de su pasión. Hay ganas. Dan igual las categorías, los palos, las vergüenzas, los rivales históricos, los aldraxes. No hay mayor motor que el Deportivo en sí mismo y ese es un valor incalculable. La combustión en Riazor no ha hecho más que comenzar.

Entre el ruido que suena a sinfonía si viene de la grada, el Dépor tuvo que fajarse, que revolverse, que poner mala cara y apretar los dientes. El Badajoz le empujó a las cuerdas como ninguno. Lejos queda ya el 5-0 ante el Celta B y esa sensación de flotar sobre el tapete de Riazor. El bisoño filial, ahora ya más rodado, llegó muy corto de preparación y se encontró con un equipo caníbal que deseaba quitarse el hollín, romper y mandar un aviso. Aquel festín ha hecho que cualquiera venga con precauciones y el equipo de Óscar Cano supo ir a los puntos ciegos del entramado deportivista para generarle una incomodidad que amenazó con colapso. Esperar y correr, poner un defensa de más, querer la pelota por momentos y hacer presiones quirúrgicas. El plan pacense coqueteó con el éxito y Borja buscó soluciones moviendo piezas. Aún así, hay que ser realistas y saber que muchos le imitarán, muchos vendrá a hacer guerra de guerrillas a A Coruña. Debe asimilarlo y prepararse un Deportivo que tuvo más pegada y resistencia que fútbol ante su cuarta víctima.

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La afición del Dépor agota las 369 entradas enviadas por Unionistas en dos horas Carlos Pardellas

Y si el equipo coruñés hoy celebra es, en gran parte, por los extremos de su once. De Ian Mackay a Alberto Quiles. De un portero que para y manda a un delantero que pega y vive en un idilio. Más de uno se preguntó este verano qué hacía Mackay renunciando a jugar en Segunda cuando ya estaba asentado y en línea ascendente. La respuesta está en el partido del sábado. Esa sensación de plenitud, esas manos de titanio, esas deudas pendientes saldadas, ese regusto interior de decir ‘aquí estoy, aquí debería haber estado antes, os equivocasteis’ es impagable. La carrera de un deportista es corta. Es lícito llenar los bolsillos y probarte con los mejores. Un día te encuentras ante el espejo, retirado y con difícil colocación, y piensas en lo que no hiciste, en un día de mañana sin una rutina de entrenamientos. Pero el fútbol son momentos y experiencias y la de confirmarse en casa, la de rescatar al equipo de su vida del fútbol no profesional es de las que colman hasta rebosar. Para contar a sus nietos, para entrar en los libros de historia, para retirarse en paz consigo mismo.

Pasillo de seguridad

Dicen que los equipos se construyen desde atrás y en torno a un pasillo de seguridad y, de esa zona central, no salen Mackay, Lapeña, Álex, Elitim y Miku. El capitán es puntual como pocos en su cita para acudir al rescate, a la orden de alistamiento de cada temporada. Quizás este año antes que nunca. Sin dudas en torno a él desde el banquillo y acortando una puesta a punto diésel, está más que asentado en ese rol de bisagra entre la defensa y la media, en esa prolongación de Borja en el campo, en ese bisturí táctico ante lo que requiere cada fase del partido. Su importancia en el equipo está fuera de toda duda, pero no fue su mejor partido el del Badajoz. Tampoco de Elitim. La incomodidad del equipo, sobre todo en la primera parte, y dudas propias en el pivote de la Sagrada le hicieron estar incómodo en la salida de balón. Hubo más de un susto con él, con Granero, también por el buen hacer rival que cerraba líneas de pase, que propiciaba apagones. La falta de opciones a su alrededor para seguir avanzando tampoco le ayudaba. Se acabó entonando el capitán. Cuanto mejor, cuanto más propicio sea todo a su alrededor, mejor le irá al Deportivo. No hay mejor termómetro.