No hay equipos inmaculados, solo vestuarios que se hacen fuertes. Subir es, desde luego, ganar, ganar y volver ganar, pero sobre todo consiste en superar adversidades, en crecer como equipo ante nuevas pruebas. El miedo a aquel 1-2 del Celta B que destruyó un proyecto, el ahogo del juego directo de Tudela, la disputa de la posesión de Calahorra, el enfrentamiento de tú a tú ante un Badajoz que le incomodó al extremo. El grupo de éxito que acaba una temporada debe ser muy superior al que empieza una liga, con un vestuario cohesionado, conectado en el campo y con futbolistas agigantados ante la exigencia de la categoría.

Incluso el Deportivo de Oltra arrancó con titubeos hasta el primer derbi. La superación es parte del proceso

Salvo aquel Ourense del pleno de victorias de la temporada 67-68, no se conoce en el fútbol español a otro conjunto que haya ganado todos los partidos de un campeonato, que se haya paseado. Ni siquiera el Dépor de Oltra con récord puntos en Segunda se libró de serios titubeos al principio de liga hasta que el derbi le impulsó. Los sopapos, regresar con la orejas gachas y cabeceando en el autobús de vuelta a casa forman parte del devenir de cualquier equipo, del proceso de maduración. Y el Dépor se llevó el primero, y bien fuerte, ante Unionistas. Sonó.

En los cuatro partidos anteriores sí que fue capaz de responder ante sus adversarios, esta vez no. No había encajado ningún gol, se llevó dos por fallos propios, justo lo que más duele. Y luego le fue imposible rehacerse ante un guion de partido inédito esta temporada. Todos firman no volver a encontrarse nunca por debajo del marcador, va a ser imposible. Hay que asumirlo. Tarde o temprano será una prueba más que tendrá que superar. Quizás ya este mismo viernes, cuando no se va a librar de las dudas internas que surgen justo tras la primera derrota de un equipo victorioso. El desarreglo, el titubeo son a veces el primer paso. Está en su mano.

El arranque del Dépor, cómodo con la pelota y buscando el segundo gol, no hacía presagiar el desenlace del duelo

Porque el Dépor se acabó condenando a sí mismo en Salamanca. A cualquier seguidor blanquiazul si le dicen que se va a volver de vacío tras la doble ocasión de Villares y Elitim en el minuto 20, no se lo cree. Solo la suspicacia ante el hecho de que todo iba demasiado bien, le hubiera hecho torcer el gesto. El equipo dominaba, crecía con la pelota, había golpeado a la primera, con Quiles certero, como siempre. A pesar de la exigencia que planteaba Unionistas, era nula la incomodidad sobre el campo y parecía cuestión de tiempo que cayese el segundo gol y la quinta victoria del curso. Pero en el paraíso aparecieron pronto nubarrones. Un resbalón, un mal despeje, dos jugadas sin ayudas y el Dépor saltaba por los aires. Los equipos punteros penalizan más los fallos y consiguen realzar sus virtudes. Y, a partir de ahí, se ennegreció todo para los blanquiazules. Esa comodidad con la pelota no desapareció del todo, pero llegaron las dudas y, ante el panorama adverso, se hizo más patente la falta de profundidad que había exhibido en su juego y el agujero eterno que tiene el costado derecho. Sin Trilli y con Lapeña desplazado, se quedó sin central y con un ‘2’ reconvertido y con pocas ayudas de Elitim, el domingo extremo ocasional. Ese panorama dejó una carretera despejada para su rival, que con Rayco a tope de revoluciones, no desaprovechó la oportunidad. Borja Jiménez acabó poniendo a Villares por esa banda, pero el mal ya estaba hecho. De fomentar la competitividad y tener a la plantilla activa a condicionar todo el planteamiento por los problemas en el costado, hay un trecho. O que vuelva pronto Trilli o que tenga una oportunidad de verdad Benito, al que se le está cargando más de lo que merece, sobre todo, por sus prestaciones en Salamanca. Soltarse en ataque requiere minutos. La estabilidad debe llegar a esa posición porque si no es así, acabará produciendo un efecto contagio. Si es que no lo ha producido ya.

Verticalidad y ataque

Lo que fue virtud en el inicio de partido se acabó convirtiendo en condena en la segunda parte. Esa facilidad con la pelota, aunque sin profundidad, no incomodó lo más mínimo a un Unionistas replegado, junto, generoso en el refuerzo, en tapar líneas de pases. Por demérito propio y perversión de su apuesta y por acierto del rival, acabó derivando en un equipo de balonmano que coqueteaba con el pasivo. Borja no veía del todo mal a su grupo y no supo, no pudo cortar de raíz esa tendencia, esperó demasiado para hacer las sustituciones. Luego varió y varió, tocó y tocó sin ser capaz de ir del todo a la base del problema, no verticalizó al equipo, no ensanchó el campo lo máximo posible con dos extremos puros. Sí entró Doncel, no así Víctor. Con Aguirre y Benito no llegaba. Tiro y medio a puerta en toda la segunda parte. El equipo tampoco demostró espíritu para morder, para rebelarse ante la derrota. Inofensivo.

La facilidad en la circulación se pervirtió y el Dépor rozó el pasivo tras el 2-1. Unionistas tuvo parte de culpa

También influyó en sus decisiones las habas contadas que tiene en ataque. Con un sistema con dos arietes y la lógica decisión de dosificar la irrupción de Noel, se queda con lo justo arriba. Quiles y Miku son fiables, suele apurar sus cambios por mucho que el venezolano haya bajado levemente el tono. Con ese tercer ariete que no llegó el último día de mercado, quizás hubieran aparecido variantes antes en Salamanca. Fue consecuente Borja en su apuesta, tampoco tiene sentido forzar al canterano. Ya le llegará su momento, hay que madurarlo.