Con ese vacío incómodo que deja la ausencia de puntos tras un fin de semana de fútbol, el deportivismo se debate entre lo que tiene y lo que quiere. Hace semanas eran lo mismo, ahora por desgracia ya no es así. La vida hace tiempo que no es perfecta por Riazor. Desea ir de líder, no sufrir, haber demarrado este mes del grupo de cabeza, lanzarse sin remedio y como un cohete hacia la Segunda División. Una luna de miel que ni él mismo se hubiese creído. En cambio, ante sí, percibe el rutinario y amenazante día a día, las dudas de casi siempre, aunque con importantes matices. Sin estar en la zona de la tabla que anhela, la realidad es que por primera vez en tiempo su equipo no le hace torcer el gesto en el arranque de la temporada. Ni mucho menos. Siente que está ante un proyecto de verdad, que se construye. Hay trabajo, cálculo, una idea, no improvisación, un apaño. Fichó lo que necesitaba, se deshizo de lo que le sobraba y le costaba un ojo de la cara, y le encomendó ese grupo humano a un entrenador con experiencia y futuro, que ha demostrado que sabe recorrer el camino. El resultado es que, con los altibajos propios de un equipo en crecimiento, el Dépor juega con personalidad, hace casi todo lo que está en su mano para ganar, para trabajarse los partidos, le empieza a abrir la puerta a los jugadores de la cantera, ficha a futbolistas en crecimiento y es agradable a la vista con la pelota en los pies. Va a por las victorias, no las espera. No gana sin saber muy bien por qué, algo que le ha ocurrido en su pasado reciente y que hasta los propios integrantes del vestuario lo han reconocido. Todo es casi perfecto, menos los puntos, claro. Tan solo 13 en siete jornadas, que le colocan en la cuarta plaza, a cuatro de la cabeza.

Ante lo que ve y tras la autodestrucción nociva de los últimos años, no le queda otra al Dépor que perseverar. No es fe ciega, es la consecuencia de lo que percibe, de lo que ha vivido. La pretendida estabilidad que anunció el consejo de administración a su llegada se ve en momentos así, no puede quedar ese proceder en una simple verbalización vacía. Y no porque haya ninguna duda con Borja, algo que es evidente, sino porque es el momento de mostrar firmeza, incluso en los primeros titubeos. Creer en lo hecho, confiar en lo que viene, ser imperturbable ante los nervios y las presiones externas, muchas veces artificiosas y previsibles. El Dépor, el Dépor y el Dépor. Su beneficio debe ser la única guía. Hay que ser capitán en la tormenta ante cualquier proyecto. Más si ha sido cimentado con trabajo y honradez, más si el respaldo de lo que se percibe en el campo y en el grupo no hace más que refrendar lo emprendido. Una gestión con visión y personalidad, no influenciable, con verdadero liderazgo para enfocar al futuro y no contaminarse del día a día. Gestos prematuros que muestren un verdadero cambio de intenciones. ¿Quién puede cuestionar a un equipo como el Dépor después de haber visto su partido en Irún? Fútbol y más fútbol, una docena de ocasiones, empuje para reponerse a los errores, versatilidad en el campo y en el banquillo. Un equipo ante todo, en la tempestad, hasta el último suspiro, hasta ese disparo de Menudo en el descuento.

Esa obra incipiente que es este nuevo Dépor debe respaldar al técnico y a la secretaría técnica, pero tampoco tiene que dar pie al embobamiento, tampoco debe empujar a contemplar, en modo Stendhal, la estética imperfección del cuadro inacabado sin hacer hincapié en los matices que lo redondearán y elevarán. En la caseta de Abegondo son los primeros que reconocen que no se pueden permitir los errores individuales de Salamanca e Irún, que es urgente definir en las áreas, que es contraproducente para sus intereses un final de partido de mano abierta como el de la SD Logroñés. Obvio. La ambición de querer ir al detalle, la búsqueda de la perfección es la que llenará el saco de puntos e impulsará el proyecto. Ni el castigo por el castigo ni la autocomplacencia. El Dépor llena la vista y acapara sus partidos por juego y personalidad, solo debe centrarse en ofrecer las menores rendijas posibles a sus rivales para que no se le escape el botín de cada fin de semana. Eso y blindar su cabeza. El gran miedo es que el golpe anímico acabe teniendo un efecto contagio en su fútbol, el bien a preservar, el camino más corto hacia las victorias.

El juego de arietes

El aro como una piscina o como el ojo de una aguja. El Dépor, como esos tiradores de rachas, ha pasado de ver la portería agigantada a verla cada día más microscópica con el paso de las semanas. Marcaba Miku, marcaba Quiles, hasta goleó al Celta B en la primera jornada. Todos se animaban y contaban sus apariciones en zona de castigo por gol. Poco a poco ha ido menguando su puntería hasta dejarla esquelética en Irún. Solo Noel fue capaz de tocar la red y con ayuda de un rebote. El canterano tuvo, por fin, los minutos anhelados y dio pasos firmes en su crecimiento de la mejor manera que puede hacer un delantero: marcando. Sin prisas, sin locuras. Él se llevó con justicia los focos, pero no se puede obviar el inicio de temporada de Miku, aún cuando se quedase en blanco el sábado. Rejuvenecido, es otro futbolista, al que pocos mejoran en la categoría. Solo queda dosificarlo y disfrutarlo y que sea el mejor maestro de Noel. De la mano, no enfrentados.