El Dépor nunca ha dejado de ser un grande pero hace unos meses había golpeado tantas veces el listón contra el suelo que la llegada de cualquier visitante a Riazor, fuese Celta B, Unionistas o Guijüelo, se adivinaba como el desembarco del Bayern. Afrontar una salida no era menos traumático. Se interiorizaba, semana a semana, como un vía crucis camino del ajusticiamiento. Seguro, sin vuelta ni regate. Sufrir, nunca una oportunidad, con las ilusiones a cuentagotas. Hoy el Dépor es inequívocamente otro. Ha ido elevando esa barrera imaginaria hasta un punto en el que venirse tan solo con un empate del campo de su gran rival se vive con cierto desarreglo interno, lejano al drama. No es enfado ni reproche ni restarle valor al punto, ni siquiera ese ego que, supuestamente, le pueda hacer creer a la afición que con el escudo se va a pasear en cualquier campo de una Primera Federación que no le corresponde. No. Es, simplemente, exigencia. Hay que saber de dónde viene el equipo, qué terreno pisa, cómo se está construyendo y hacia dónde va para darle a todo un contexto. Pero no está de más que surja también esa ambición que le debe llevar a rondar la excelencia, paso previo al ascenso directo a Segunda.

El equipo ha elevado el listón y una muestra más es que un empate ante el Racing genera cierto desarreglo interno

Más allá de que le faltó una marcha más y ser punzante en gran parte de sus acciones, la puesta en escena del Dépor en Santander fue rotunda, para entregarle las llaves de casa. Es un equipo. Cogió la pelota, la bajó al suelo, subió líneas y cada toque, lleno de paciencia, era un mensaje de ‘aquí mando yo y así quiero ganar’. No había pisado El Sardinero, a pesar de la exigencia y de toda su historia, para ser un actor secundario, para ver pasar aviones mientras replegaba, para esperar hasta que sonase la flauta en una jugada aislada. Dominaba con puño de hierro y toque rítmico. Después de partidos y partidos a domicilio en los últimos años en los que solo quedaba rezar y taparse los ojos a la espera de que los remates rivales no encontrasen la red, no hay que desdeñar tal despliegue de grupo con enjundia. Le ayudó, sin duda, que su rival se encontrase cómodo en tal situación. Quería correr, agitar y golpear, y eso tampoco se lo permitió el equipo coruñés. Solo hubo un susto a balón parado. Así, con las cartas marcadas y las ocasiones destiladas, entre ellas la de William, el paso por los vestuarios ofreció la oportunidad de un nuevo guión para el partido, que Borja acabó entendiendo, pero que no hizo suyo. Romo abrió la mano y ofreció, por momentos, un intercambio en el que el Dépor terminó por convertirse de nuevo en protagonista, pero en el que no arriesgó, no fue a por todas. Sí que es cierto que la entrada de Álex y Soriano y la presencia de cuatro pivotes le devolvió la pelota y el control, el contexto en el que más cómodo se encuentra últimamente. Pero de hacerse con el esférico a pisar el área y crear ocasiones hay un trecho. ¿Necesitaba tal dominio o quizás la presencia de un futbolista más, de carácter ofensivo, conector y goleador, le hubiese dado algo más en los últimos metros, a riesgo de que el duelo hubiese estado más suelto? ¿Por qué no entra a veces en ese toma y daca con la calidad que tiene en plantilla? Sin locuras, ¿tiene miedo a no seguir en pie tras dar y recibir? Es ese síndrome de los pivotes, una comodidad valiosa pero a veces también limitante, que le ayuda a controlar la escena, pero que le expone a que su caudal ofensivo se reduzca. Más cuando depende tanto de sus delanteros para marcar, más cuando echa de menos una segunda línea con gol. ¿Le llegará esa fórmula para ser campeón o vendrán tiempos en los que deberá entregarse al riesgo, al desequilibrio, a meter dinamita tras Miku?

Álex seguirá de guardia, pero está bien que el capitán le suelte la mano al equipo, que pueda ir solo

Menudo y Álex

En ese juego de los pivotes, hace semanas que se echa de menos a Menudo como un recurso con fútbol y gol. Fue el primer fichaje, una contratación central y sus características le añaden un punto de versatilidad al ataque, aunque sea en los últimos minutos. Quien también se quedó en el banquillo fue Álex tras el ensayo ante el Sanse. El ‘4’, en línea descendente en las últimas semanas, estuvo bien al pisar el césped, aunque el contexto del duelo ya era otro. Sus recambios también rayaron a buen nivel. Él seguirá de guardia y le volverá a llegar su momento. Está bien que el capitán le suelte la mano al Dépor, que pueda el equipo ir solo. Todo con normalidad, sin que se vaya a acabar el mundo.

Riazor mandó un mensaje ante el Pogon, pero debe enviar más si quiere que el Deportivo sea un club de cantera

La Youth League

Por lo que fue, por lo que anhela ser. La Youth League le permitió al Dépor darse un baño de nostalgia y de futuro. El sentimiento de pertenencia que genera la entidad va más allá de un modelo de club y así se ha demostrado en los últimos tiempos. Las victorias refuerzan, sentirse acompañado en las malas crea vínculo. En la reconstrucción, ha aparecido una generación juvenil que le permite al deportivismo demostrar si quiere ser o no un club de cantera. No es mejor o peor, es diferente, identitario. Su mensaje con ese calor y esos 8.500 espectadores ante el Pogon está, de momento, claro. Aún así, llegarán más pruebas, esas que deben llevar al seguidor a tener paciencia con el joven que falla, a darle partidos para que crezca, a no criticar al de casa porque es lo más sencillo o porque el fichaje encandila más. Ahí también deberá dar la respuesta adecuada. Porque los clubes de cantera se forjan con decisiones en despachos, nivel de los aspirantes y actitudes en la grada.