Casi nadie lo esperaba y ahora se haría raro un Dépor sin él. Así como acude raudo a hacer un corte o a iniciar la jugada, lanza también a Noel en la acción del gol o se presenta una mañana de febrero en el vestuario del primer equipo para hacerse imprescindible tras una promoción contranatura y con la propiedad cerrando el grifo. Mientras otros debaten, conjeturan y buscan excusas, Diego Villares trabaja y nunca se detiene. Con De la Barrera o con Borja como jefes, con Borges o De Vicente como competidores por un puesto, juega, calla y responde. Donde sea, como sea. Nadie prescinde de él. Es un futbolista que no solo vale por su nivel, sino que gana peso y centralidad por esa capacidad que tiene para que no se le adivine el techo. Fiable. Fue de maduración tardía y crece y crece, a pesar de las adversidades, de que no siempre acaparase el brillo en la cantera. A más de uno le adelantó por la derecha y esos jugadores que le disputaban el puesto y que sí concitaban el aplauso en la base ya casi ni adivinan su estela.

Su llegada al primer equipo y esa permanencia tan silenciosa como imprescindible no deja de ser el triunfo de la normalidad en una época artificiosa y despersonalizada. El talento está también aquí cerca, sin empeñar hasta lo que no tienes, sin acudir a catálogos, sin tirar de pasado más de que futuro. Si flotaba y se movía con suficiencia en Tercera, claro que vale en Segunda B. Si es de Vilalba y gran parte de su formación se desarrolló fuera del radar de las grandes canteras, también puede jugar en el Dépor. Si ya no es sub 23 y da el nivel, también puede jugar en el Dépor. Él fue capaz de derribar todas esas barreras invisibles y limitadoras que no hacían más que ir en contra de futbolistas como él y en contra del propio club coruñés.

Su desembarco, además, tiene otra doble lectura. Expresa de manera gráfica que la única manera de llegar al primer equipo no es a los 18 años y formando parte de una generación de oro de Abegondo, como Noel o Trilli. Hace patente también que no hay que hacer el triple mortal carpado hacia adelante para verte un día en el tapete de Riazor con la camiseta blanquiazul. Naturalidad. Las puertas están abiertas superando levemente la mayoría de edad y también con 24 años. Hay otros caminos y momentos, solo hay que detectar el talento y acompasarlo, darle espacio. Ese que encontró Villares cuando parecía casi desahuciado para la causa. Encima, es de Vilalba, ese segundo hogar del deportivismo desde los años 80, esa localidad que conecta a la grada de Riazor con otro tiempo, con otro fútbol. Él, que siendo niño vio jugar al Dépor de Champions al lado de su casa, se está asentando y tiene la oportunidad de convertirse en un hombre de la casa, de esos que trabajan y pocas veces alzan la voz, de esos que echan una vida en Riazor al margen de coyunturas y categorías, de los que dan tranquilidad y ejercen de guía a la grada. No se debería entender al Dépor, en casi ninguna época, sin algún futbolista como él. Su renovación, ahora que su contrato finaliza en el mes de junio, es una buena manera de mandar un mensaje. Ampliarle a Noel no es la única declaración de intenciones posible para un club que quiere ser de cantera. Hay más formas de gritar a los cuatro vientos, aunque sea con hechos, qué clase de entidad quiere ser el Deportivo.

Renovar a Noel no es la única declaración de intenciones posible para un club que quiere ser de cantera como el Deportivo

Mientras Diego Villares florece con el nivel de decibelios de un coche eléctrico, el Dépor quema etapas y suma puntos en Riazor a velocidad de crucero, algo tan valioso como siempre poco reconocido tras esa primera pseudocrisis por el empate ante la SD Logroñés. Se le nota al grupo entre dos aguas, esas en las que se siente incómodo por no romper como equipo y, a la vez, se percibe rocoso, invulnerable, avanzando lento, pero seguro sobre el camino correcto. Siempre agarrado a la pelota, siempre con la defensa adelantada y con Lapeña y Jaime Sánchez prestos para las correcciones. En gran medida, esos partidos a contrapelo se los generan sus propios rivales con defensas de cinco y repliegues intensivos. No deja de ser el autobús de otro tiempo con el matiz de dejar arriba a dos o tres flechas para aguijonear a la carrera si la situación lo permite. El Zamora, un equipo con muy buenas hechuras, fue impenetrable en estático para el Dépor, que en la primera parte solo le hizo daño las dos o tres veces que pudo transitar. Hasta que salió Noel y cambió el dibujo, hasta que llegó el desequilibrio a través del regate con William de Camargo, no se hizo la luz.

La otra parte de esa incomodidad ha sobrevenido por deficiencias propias, por el insuficiente juego interior en la última línea de ataque del Dépor, una vez que su rival decidió taponarle las bandas. Borja volvió sobre sus pasos y recuperó a Álex, al que colocó por momentos como eje en un 4-2-3-1 e incluso lo incrustó como central. Echó de menos el Dépor a un Juergen más desequilibrante en los últimos metros o la presencia de Menudo para añadir otro registro, algo de soltura en esa zona que hacía de tope. Es un mal, no grave de momento, pero que se mantiene de fondo y que se puede enquistar, al que tarde o temprano habrá que buscarle solución. En alguna fase del juego, pareció sobrar un pivote, a pesar de liberar a los laterales. Le toca ahora al técnico decidir hacia dónde tira la manta en un equipo que se percibe seguro y con temperatura, dada la manera en la que se protege, pero al que la liga le demandará una marcha extra, más allá de mejorar el acierto. Siempre hay deberes en la construcción de un equipo ganador.