Ver moverse a Juergen Elitim con esa lentitud medida, con el toque justo y suficiente no deja de ser el mejor cuadro de este Dépor. Puño de hierro, bota de seda. Pausa. Ya no es solo ese nivel suyo que le eleva por encima de la categoría, es que es el tipo de jugador que marca a un equipo. Cada día es más comprensible la premura de Borja para alinearlo en el primer partido ante el Celta B. Sobre el colombiano quería edificarlo todo. No había un jugador más esencial en el vestuario de Abegondo para poder expresarse a través de su equipo. Ese día los pases en profundidad a los goles de Miku y Quiles anunciaron un pelotero con un bisturí en su pierna izquierda. No ha dejado de tener esa cualidad, pero su esencia es otra. El tiempo lo ha revelado diferente. Él lleva el compás, él decide, él toca. Acelera y, sobre todo, frena al Dépor, según le convenga. Es más un mediocentro que un mediapunta. De templar y mover más que de romper, del vértigo. Esa rocosidad, esa sensación de que cada línea del guión de los partidos es dictada y afianzada desde el banquillo coruñés viene, en gran parte, del fútbol que sale de sus botas y de cómo se teje el entramado ataque-defensa en torno a él. Todo con 22 años. Así cuajó su mejor partido del año en Majadahonda. El Dépor respiró por él. Tardó 20 minutos el conjunto blanquiazul en domar el partido y hubo un par de goles por el medio, pero desde entonces los madrileños no pudieron correr, no jugaron en ningún momento a lo que quisieron. Un equipo gigante, dañino el Rayo que volvió a bajar su nivel ante los coruñeses. Fútbol control, sin goleadas a favor, con resultados por la mínima, pero ganando por costumbre. La apisonadora nunca corre, pero de momento tampoco se detiene.

No es solo su nivel, el colombiano es de los futbolistas que marcan a un equipo. El grupo de Borja juega y respira por él

La forma de jugar y de ganar de este Dépor se erige, además, como una terapia ante toda la volatilidad de estos años, como la metáfora perfecta del club que Abanca ideó ante la ansiedad en la que se manejaba el deportivismo. Ni siquiera hay emociones fuertes, lo que reconforta es seguir el plan, vivir sin sobresaltos y empequeñecer a rivales. Atrás quedan esas rachas de media temporada sin una triste victoria que llevarse a la boca, seguidas de siete victorias consecutivas. Adiós a los toboganes emocionales. Ahora todo tiene una explicación y una lógica sobre el césped, casi nada es un sinsentido. Su condición de equipo grande en la categoría le ayuda a manejarse con soltura y el hecho de ser uno de los mayores presupuestos le hace la tarea más fácil, pero los antecedentes propios han revelado que con el escudo y el dinero no llega.

Con los datos de la última auditoría en la mano, ¿en la temporada 2020-21 se planificó o se huyó hacia adelante?

Desde que Abanca puso a su consejo de administración a principios de 2021, más allá del consabido ascenso, uno de los objetivos era bajar revoluciones al club y por contagio a su entorno. Había tal ansiedad dentro y fuera por regresar cuanto antes al fútbol profesional, por ajustar cuentas, por volver a ser el que era que, en realidad, no había medida ni plan. Todo era pensar en un futuro mejor y no en el presente. Sin humildad, el proceso y los rivales eran lo de menos. La elección del entrenador y de los jugadores iban por un lado y no se reparaba en gastos, incluso pensando en los activos que podían valer, sobre todo, para Segunda. La cultura del esfuerzo y del crecimiento no eran valores al alza. Los datos que han trascendido de la auditoría ante el estado de la SAD a 30 de junio de 2021 y esos 8,7 millones de euros comprometidos hasta 2024 en salarios de los once futbolistas rescindidos este verano, con la amenaza del ERE sobre sus cabezas, son la constatación de una realidad que solo había que cuantificar. Más allá de los adjetivos, por muy gruesos que fuesen, ahora ya hay negro sobre blanco y cifras sobre la mesa que hablan por sí solas. ¿Planificación o huida hacia adelante?

Y no solo era gastar, era en qué y por qué. ¿Era invertir o era el dinero como único argumento? El Dépor, en cambio, fichó este verano futuro y presente inmediato más que pasado. Los nombres podían decirle poco al deportivista medio. El tiempo dictará sentencia y nada está hecho en una carretera de subida con infinidad de curvas, pero la sensación que desprende el vestuario es que está hecho con un sentido, con un objetivo y, a partir, de un dominio máximo de lo que ofrecía la categoría y de lo que exige el regreso al fútbol profesional. Todo está medido, desde la elección del entrenador al ensamblaje de futbolistas de Segunda con experimentados de Segunda B y valores al alza de la mejor cantera del fútbol español en la 2020-21. Y con menos dinero y desde la normalidad. Quizás no era tan difícil.

El deportivismo es contracultural. El desapego crece en el fútbol español, mientras Riazor y los viajes son una fiesta

Esa imperturbabilidad del Dépor de Borja debe seguir siendo la que le guíe. En Ferrol, en León, donde sea. Cada quince días se enfrenta a un perseguidor con ganas de ajustar cuentas y de lucirse y él sigue a lo suyo. Juega, domina y gana. Tan funcionarial como demoledor. Rutinario, también festivo para un afición contracultural. Cuando la asistencia a los campos ha bajado tras la pandemia, cuando la desafección ha crecido en el fútbol profesional, el deportivismo se mueve en línea ascendente, se multiplica, conquista también en Primera RFEF, no solo como Superdépor. Cada partido es una fiesta, cada viaje es una oportunidad de inaugurar un nuevo Riazor, de hermanarse con los seguidores locales. Quien valora lo que tiene y cómo lo va logrando se moverá con mayor naturalidad más arriba, ante nuevos retos. En el césped, en la grada y en los despachos. No se puede subir a Primera antes de hacerlo a Segunda.