El viejo Dépor, el nuevo Dépor. Uno se resiste a marcharse, el otro asoma. Al final se mezclan para no saber muy bien cuál es la cuota de cada uno en ese grupo de jugadores que lucha contra sí mismo y contra los elementos y sus fantasmas para seguir enganchados a la lucha por subir. Sufrió una barbaridad el equipo coruñés con el campo, el rival, el árbitro y su portero, pero al final sacó carácter y un fútbol curtido para emerger y plantar cara al Sanse. Solo le faltó un punto más y algo de puntería para salir con el botín máximo de uno de los campos más difíciles de Primera Federación. Mario Soriano y Quiles tuvieron el gol, le seguirán dando vueltas a esas acciones. Como todo el deportivismo, en el que se despertarán desvelos para descifrar de nuevo a su equipo, que no se sabe muy bien si ya se ha levantado, si está haciéndolo, si solo es un espejismo o si responderá ahora que vienen mal dadas. Agotador. Toca seguir y apretar.

El Dépor ya tenía resultados y aterrizaba en el Nuevo Matapiñoneras para acompañarlos de fútbol. Con la racha supuestamente enterrada, el conjunto coruñés pretendía dar un paso más para, al menos, acercarse al equipo que era. Las circunstancias no le ayudaban. Césped artificial, ritmo, disputas al límite, árbitros permisivos, balón parado, otra vez sobremotivación de su rival... Un coctel tan conocido como desagradable, ni entraba en la boca. Daba igual, no quedaba otra que tragar sapos y culebras, resistir e intentar imponerse. Competir, jugar.

La baja de Ian Mackay era el gran pedrusco del camino. No había peor ausencia ni peor campo ni casi peor momento para que se juntase todo. La inseguridad que transmite Pablo Brea en las salidas agudizaba la añoranza del meta coruñés. A su ausencia se sumaba la de Trilli. El lateral estaba en la lista, pero sin duda el césped artificial y sus problemas físicos le acabaron empujando al banquillo. Otra vez Villares al lateral derecho, todo se acumulaba. Aún así, no fue ni mucho menos de los peores. Cumplió. 

Sanse-Deportivo LOF

En el primer minuto ya le recorrió un escalofrío al deportivismo por todo el cuerpo. Gol del Sanse, anulado por supuesto fuera de juego. Era un aviso de lo que le esperaba al Deportivo en el potro de tortura que es Matapiñoneras, de lo que le tenía preparado su contrincante. Un guion previsible que se cumplió al dedillo.

Lo pasó mal el equipo coruñés. Cada centro al área, cada despeje, cada lucha era un suplicio. El colegiado parecía, por momentos, ir vestido de blanco o haberse visto michos vídeos de Mateu Lahoz. Se podía ir a la caza y captura de William y de casi cualquier deportivista. No pasaba nada. Aun así, el equipo coruñés, a ratos, fue capaz de imponerse, de dar la cara, de levantarse de los hachazos, de los ajenos y de los de imparcial. Estaba en el alambre, se equilibraba. De hecho, tuvo las dos ocasiones más claras de la primera parte. Una en la cabeza de Mario Soriano, la otra en los pies de Quiles tras una soberbia jugada combinativa entre los cedidos por el Atlético y Elitim. Perdonaba, lo podía acabar lamentando. Así fue. No se movía el marcador antes del descanso.

El Dépor salió con más empuje tras el paso por los vestuarios. Quiso, como siempre, adelantar líneas. Se le vio en casi todo ese tramo con un punto más de fútbol que su rival, que solo inquietó aprovechándose de que había barra libre en los choques y con el balón parado. Mil rezos en cada pelota colgada. Es difícil calibrar el nivel de Pablo Brea para el deportivista medio. Por lo visto en la Copa y en el duelo de esta mañana no está para empresas como defender la meta del equipo coruñés. Quizás haga click, se quite los fantasmas y emerja en breve el portero que realmente es. De momento, no está. Tardó una eternidad en cada salida, todo lo atajaba en dos tiempos y solo le salvó que su defensa tiró bien la línea en las jugadas de laboratorio. El segundo gol anulado al Sanse fue una decisión correcta por parte del asistente, tampoco puede esconder que el santiagués le regaló el área pequeña su rematador cuando deben ser sus dominios. Y no fue, ni mucho menos, la única acción de ese tipo en el partido.

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El Dépor empujó y empujó casi siempre gracias al toque y al desequilibrio de un William, que fue el pim pam pum de los madrileños. Al colegiado casi le cogen moho las amarillas en el bolsillo hasta que Iván Pérez ajustició al brasileño sin balón sobre la línea de fondo. Amonestación y aún tenía más que decir.

El extremo, Juergen, Álvaro Rey y hasta Mario Soriano, el mejor del ataque blanquiazul, rondaron el gol. Imposible. Con lo justo y apurado, el grupo sí que dio una muestra de carácter sobre el césped de Matapiñoneras. En cambio, a Borja se le vio dubitativo con los cambios, de nuevo, cada vez más. Volvió a tardar una eternidad y hasta casi el final solo sentó a Quiles, que era uno de sus activos más interesantes en ataque, para incluir a otro pivote. Ganó pelota, siguió sin profundidad. Para cuando quiso poner a Álvaro Rey y a Noel López ya estaba todo finiquitado, mientras un Miku desaparecido y frustrado seguía sobre el césped. El equipo hizo acto de presencia y casi hace claudicar a un contrincante duro de roer. Tiene mérito, necesita más. No sobra el tiempo, faltan puntos. La mano certera y quirúrgica del técnico se sigue echando de menos. Debe liderar con sus decisiones, aportar certezas.  

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