La Opinión de A Coruña

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LA PELOTA NO SE MANCHA

El Dépor, un club adicto a la pólvora

Borja Jiménez junto a Héctor Hernández en el entrenamiento del miércoles en Abegondo ARCAY/ROLLER AGENCIA

Llega el Deportivo a este final de temporada como transitando una recta en plena ola de incendios veraniegos, en la que no para de toparse con pequeños conatos y con la amenaza de uno mayor, incontrolable, que lo acabe arrasando todo. Otra vez, lo de siempre. Seguro que ganar, ganar y volver a ganar sería le mejor manguera, pero esa inestabilidad, esa adicción a la pólvora, esa facilidad para prendarse de la llama y adherirse a los problemas no deja de traslucir que, aunque se haya tomado un nuevo rumbo con el nuevo consejo de administración de Abanca con Antonio Couceiro a la cabeza, poco parece haber cambiado en el subsuelo del club, cuando han venido mal dadas. Las soluciones deben ir más allá del jarabe de victorias. El viejo Dépor sigue ahí, da igual quien gobierne. Durante muchos momentos el voltaje en torno a la entidad y también dentro de ella semejaba haberse reducido, como paso previo a huir de la autodestrucción, estabilizarla y que tirase para arriba el proyecto desde la nueva normalidad. Las derrotas y las desavenencias han demostrado que era poco más que un barniz, una estructura inestable a la que, al primer seísmo, se le ha visto el encofrado. Tibieza, falta de alma. No se aprecia de verdad esa nueva cultura, esa fortaleza, esas formas renovadas. No se ha creado el entorno adecuado para que, de momento, cuajen.

Hace un año y casi dos meses llegó un nuevo consejo y el subsuelo del Dépor es el mismo, el alto voltaje sigue ahí

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Más allá del ruido y del trasfondo, lo peor fue ver al equipo el pasado sábado en Riazor. Ganó, otras veces dejó más tranquila a su hinchada incluso perdiendo. Un rival menor, la Cultural, que con uno menos le tiró hacia las cuerdas. No se puede decir ni siquiera que le hiciese tambalearse en exceso porque su pegada era de peso pluma. Aun así, a punto estuvo de hacerle besar la lona, aunque fuese casi por accidente y sin querer. Una victoria a corto plazo, sostenida por los puntos. Si se levanta un poco la vista, la fragilidad sigue ahí y vienen retos mayores. Miku ya se ha roto, era cuestión de tiempo ante tal sobreexposición. Es el momento de Quiles. Tenía que haber llegado hace tiempo, ahora no quedará más remedio. Es uno de los futbolistas rescatados, como otros que ahora tendrán que desempolvar las botas tras varios meses guardadas en un cajón. El siguiente puede ser Doncel. Sin ellos y con otros, el Dépor ha eternizado ese mal momento, que hace tiempo que dejó de ser puntual. Lo más preocupante. No es un bache. Ojalá en algún momento recobre el fútbol y la confianza para, al menos, parecerse al equipo de principio de temporada. Las señales que emite ahora mismo le colocan lejos de esa resurrección milagrosa. Eso sí, tiene tiempo y potencial en las piernas de sus futbolistas.

El desgaste se acumula

Es el momento también de Borja, que lleva tiempo intentando reajustar al equipo. Le es imposible. Así como a parte de la plantilla le cuesta percibir, por sus decisiones, que crea en ellos, hay un lenguaje no verbal que denota que el propio técnico ya sabe que el respaldo a él tampoco es máximo. Desgaste. ¿Se le está ofreciendo también un entorno adecuado? Las derrotas hacen mella, la sensación de que no es capaz de atajar la caída y de ofrecer nuevas vías al equipo es aún peor. Todo el deportivismo desea que vuelva a alumbrar a ese Dépor de mano de hierro de principio de temporada o una versión análoga que rescate al grupo. Momento delicado para todas las partes. ¿Otro déjà vu?

Las sensaciones muestran a un equipo lejos de la resurrección. Tiene tiempo y potencial para reencontrarse

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A partir de ahora y, sobre todo, si vienen mal dadas, el Dépor deberá decidir qué tipo de entidad quiere ser. Esa histeria que rodeaba al club y de la que se querían desprender los nuevos gestores también influía para acabar llevándose entrenadores por delante. Una de las apuestas de hace un año y dos meses era la estabilidad, dejar a un lado la volatilidad en el banquillo. Esa idea habrá que conjugarla, en el peor de los escenarios, con un ascenso que se escurre entre los dedos. Será el momento de pasar de las palabras a los hechos, donde todo cobra sentido, donde se sabe si solo era o no un barniz más. Todas las partes desean que no se llegue a ese extremo, pero hay que tener las ideas claras y la mano firme para entonces, sea ahora, en unos meses o en unos años.

Dos laterales en el limbo

La secretaría técnica diseñó este verano un Dépor con las piezas justas y con las puertas abiertas a Abegondo. Lógico. Trilli se coló, Noel a medias. A esas habas contadas se ha juntado ahora una especie de tormenta perfecta en la que las bajas se ceban de manera casi quirúrgica con dos puestos: el lateral derecho y la delantera. Miku ha caído y Noel está con la selección. Se echa de menos, en estos momentos, ese cuarto ariete, una apuesta que no se afrontó en verano para darle al canterano y a Quiles un espacio que Borja Jiménez les ha racionado en los meses calientes.

Si vienen mal dadas, el Dépor debe decidir con Borja qué tipo de club quiere ser, mientras se le escurre el ascenso

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La desgracia es la que persigue al lateral. Benito y Valín ya están fuera del club y caen las fichas del dominó semana a semana. Con Víctor y Trilli en el limbo de los partes médicos inexistentes y subidos al AVE a Madrid para recabar opiniones médicas que les aclaren unas dolencias que se enquistan, el siguiente puede ser Villares. Al supuesto parche, que ha cumplido de manera más que eficiente, también se le acumulan los partidos en las piernas. Habrá que rebuscar en el filial o en la plantilla, habrá que desempolvar las botas.

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