Y uno y otro y el tercero. Y la garganta rota, los abrazos por doquier. Los golazos asediando. Fueron diez minutos de éxtasis, de liberación en Riazor. También de cierto espejismo. Nadie se lo creía, nadie regateaba en la celebración. El Linares, hecho bajó patrón, había salido respondón hasta el infinito. Atacaba suelto, fácil, por todas partes. El Dépor estaba en el alambre. Mackay había tenido que inventarse unas cuantas manos prodigiosas y Héctor debió afanarse salvando una pelota bajo palos. Pero ya estaba aquí, la final. Las más de 26.000 almas de Riazor habían latido con su equipo. En las malas y en las buenas. Y ahora se entregaban a ese momento de catarsis, de ruptura con el fatalismo. A respirar. Todo buen deportivista sabe que en esta vida no se consigue nada sin sufrimiento y que hay que disfrutar lo que va viniendo. A Coruña celebra. Ya tocará cavilar y fustigarse con el drama en ciernes de la próxima semana ante el Albacete de Rubén de la Barrera, su rival en el duelo decisivo.

El Dépor vivió el ambiente de las grandes tardes, de esas veladas inolvidables. La afición no fallaba, aunque ese apoyo incondicional no siempre le ha bastado al equipo en los momentos clave. Hay un rival, está también cómo el propio grupo asimila y canaliza ese voltaje. Es como agitar una coctelera de la que no se sabe muy bien el brebaje que va a salir. Quizás para introducirle rutina a lo que no era normal, Borja presentó un once sin sorpresas. Con Jaime, Héctor y Miku. Los de Valladolid, los de siempre, su guardia pretoriana..

Deportivo - Linares Arcay | Roller Agencia

Y el Dépor quiso salir como siempre. Un par de toques, desequilibrio por la izquierda y Miku no atinaba en boca de gol. La familiaridad de esa jugada, aunque fuese sin final feliz, daba seguridad al equipo, al entorno. Minuto 1. El cielo se abría. No parecía una quimera encarrilar la semifinal sin excesivos sufrimientos. Solo necesitaban ser ellos mismos y afinar con la portería. Ilusos.

El Linares se presentó en Riazor como un equipo fresco, con unas hechuras maravillosas y que revienta los medidores de la confianza. Etxaniz y ese fútbol alegre, veloz y preciso fueron una pesadilla para el Dépor, sobre todo los primeros veinte minutos. Un vendaval el conjunto andaluz, con Carracedo arreciando con más fuerza que ninguno.

Esa primer mano de Mackay fue como un bofetón de realidad para los coruñeses. No iba a haber alfombra roja, regresaban la incomodidad, los fantasmas. Más de uno debió pensar en aquel duelo ante el Racing de Santander, en aquel bloqueo. Y era justificable. El Dépor estaba desaparecido. Se jugaba a lo que se quería su rival, no era capaz de ajustar la presión arriba, estaba peor colocado en el campo, solo atacaba por banda y con balones diagonales. Y no era capaz de dar tres pases. Lo peor que le podía pasar. Lo mejor, en cambio, el resultado..

Deportivo - LInares Arcay | Roller Agencia

No sin sufrimiento y con el Linares siempre amenazante, logró equilibrar el duelo. A pesar de ser inferior, podía haberse puesto por delante si el colegiado hubiese visto un penalti a Villares pasada la media hora. Él y su asistente miraron para otro lado en una acción tonta y aislada No pasó lo mismo en el descuento con una mano. El Linares, para su desgracia, no eludía esta vez los once metros. Y Quiles no fallaba. 1-0, minuto 48. Riazor estallaba, el Dépor no se lo creía y el Linares formaba una tángana de pura impotencia.  

Y tras el gol, llegó el fútbol. Nunca se sabrá del todo si significó más el ajuste táctico o el golpe anímico de ese penalti a la red. El panorama era otro. El Dépor hizo entonces lo que no pudo o no le dejaron en el primer acto. Era otro estadio, otro ambiente. Y de la grada se trasladó al césped.

El Dépor ya tocaba, ya estaba mejor armado, sus jugadas acumulaban minutaje. Era otro, era él. Por fin. Seguía con la guillotina encima de su cabeza, pero ya no vivía en un precipicio continuo. Era un toma y daca con ligero color blanquiazul. Antoñito y Quiles pedían la pelota, apuraban la banda. El Linares había decaído. Aún avisaba de vez en cuando, en realidad nunca se recuperó de aquel penalti y de las que falló en el primer acto. Ese balón que salva Héctor bajo palos fue otra más, el acta de defunción. No había sido su noche..

Deportivo - Linares Arcay | Roller Agencia

Y llegó el atracón. Nadie lo hubiera imaginado media hora antes, ni siquiera en los minutos previos, pero cayó sobre Riazor como una de esas tormentas de felicidad. El calor de los golazos. Primero una pisadita doble y maravillosa de Soriano, después el misil del capitán y, por último, la carta certificada en forma de balón que mandó Quiles a la red. Seis minutos demoledores. 4-0, en el 70.

Los últimos instantes fueron de fiesta, de respiro. El Dépor quería el quinto, sobre todo Miku. El Linares buscaba el del honor y mereció eso y más. Crueldad extrema. La viva imagen de su desgracia fue Etxaniz. El fútbol fue injusto y no servirá de consuelo, pero su desempeño en Riazor es de los que hace acumular grandeza a un club. A Coruña y el Deportivo siguen mano a mano, sin soltarse, en ese camina o revienta que llevan a medias. En una semana espera el Albacete y también la grada del estadio de Riazor. Estará como en las grandes noches, como aquella ante el Milan. Y es que quien vive al Deportivo (y son muchísimos), no necesita que suena la música de la Champions. Da igual. Nadie se baja de este barco y menos ahora