Riazor pitaba, los futbolistas apenas sabían qué hacer con la pelota, los agujeros se multiplicaban, todas las miserias y los fantasmas posibles rondaban por el césped... El Dépor ahondó en esa involución como equipo, en ese cortocircuito eterno de los últimos meses para ofrecer una versión deshilachada y miserable que casi le da para remontar ante un Pontevedra serio y con cuajo. Ante su implosión con los cambios y en la búsqueda de la remontada, Mario Soriano y Quiles, los dos de siempre, le rescataron con un chispazo individual cuando del naufragio ya casi ni quedaban maderas a flote. La grada mostró su malestar de manera continuada. No había timidez en el sonido del viento. Hay amor y fidelidad a unos colores, también exigencia. No es el momento de vendas, el Dépor no arranca.

Deportivo - Pontevedra Pardellas

Olía a derbi desde primera hora de la mañana en A Coruña, a clásico del fútbol gallego. Camisetas, cánticos, color, rivalidad sin enconamientos. Ya le gustaría a muchas ciudades del fútbol profesional. Ante ese panorama espléndido, Borja introdujo dos novedades en su once para ir afinando su apuesta. A Rubén Díez se le esperaba. Solo hay que verlo jugar, desenvolverse en el campo para saber que este proyecto no le va a reservar un sitio en el banquillo. Le tocó partir desde la derecha para sumarse en la creación y en la ofensiva. Pero la verdadera sorpresa llegó con el nombre de Ibai Gómez. Nadie discute ni su trayectoria ni su calidad. Su pasado reciente podría invitar a ser precavido. Borja lo vio listo y ahí estaba, en el césped. No podían decir lo mismo los sacrificados Víctor Narro y Kuki Zalazar, además de Gorka Santamaría, que lleva dos semanas entre los suplentes. La punta de ataque, para Quiles, aunque el técnico se cansó de decir todo el verano que lo veía en la banda derecha. Al final, el día a día y las necesidades son las que marcan el camino.

La apuesta del entrenador abulense escondía, de paso, su firme convencimiento de no tocar su retaguardia y su entramado central. Seguían Álex y Villares. Podían acercarse Soriano y Rubén Díez a ayudarles, pero ellos continuaban ahí. Los bastiones. Seguridad y cemento, ante todo.

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A dos velocidades

Consciente de lo que iba a tener enfrente, el Dépor buscó imprimirle ritmo desde un principio al choque. Cuanto más lejos estuviesen del fútbol control de los granates y más cerca de su portería, mejor les iría. El tercer punto de la ecuación eran los espacios, que tampoco sobraban. La realidad es que el conjunto blanquiazul, el domingo verde, no estuvo del todo cómodo en el primer acto. Ni en todo el partido. Su rival no tuvo ocasiones y él sí dispuso de varias antes del paso por vestuarios, eso es indudable. Pero no estaba a su antojo, no llevaba el duelo por donde le interesaba. Mérito, sin duda, del equipo pontevedrés, que ofreció un empaque muy superior al de La Balona hace dos semanas.

Aun así, el Dépor pudo resolver en alguna jugada aislada a partir de la creatividad de Raúl e Ibai por la banda izquierda o con la infinidad de centros de un Antoñito, que ronda mucho, pero que no mide bien sus envíos. Así incluso se llegó, pasada la media hora, a una fase del partido de control visitante, que incómodo a la grada. Riazor quería goles, velocidad y dominio y poco tuvo de todo eso. El envite le iba a exigir y mucho a un Deportivo condicionado por las amarillas a Lapeña y Antoñito y por las imprecisiones de un nervioso Jaime. 

El Pontevedra, apoyado en la tranquilidad y seguridad que desprendió en la primera parte, salió firme tras el descanso, dispuesto a dar un paso al frente. Su lenguaje gestual, esa convicción y esas mentes despejadas estaban en las antípodas de lo que tenía dentro de sí, de lo que desprendía el equipo de Borja Jiménez. Sin velocidad en su juego, sin poder recuperar arriba y con todas sus cargas psicológicas revoloteando por su cabeza, el partido se ponía a cada paso más cuesta arriba. Y eso que el Pontevedra tampoco le atosigaba. Le dio un buen susto al inicio del segundo acto, luego poco más. Rondaba el área, le decía “aquí estoy”. Y con esa firmeza de tanteo le llegaba para desmoronar a un Dépor que recibió la estocada con el tanto de Brais Abelenda. 0-1, minuto 58. Ya la había liado con el Compos, repetía.

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Inseguridades sin control 

Ese gol fue como abrir el dique de las dudas, de las miserias de un Dépor, que va, va, maquilla y maquilla, pero las penas y la inoperancia las sigue llevando dentro. No se despega de ellas. Está atascado, el proyecto no va. Se le pondrán poner los paños calientes, regresarán las victorias, pero quedará por ver si encontrará el rumbo. Tras el gol, Borja introdujo al equipo coruñés en un carrusel de cambios que lo desnortó aún más. Los jugadores se apelotonaban, no trenzaba jugadas, se desplegaban larguísimos. El Pontevedra estaba a placer, rondó el 0-2 en varias ocasiones. La más clara para un Oier Calvillo que no quiso regalarle la gloria a Rufo. Seguro que se arrepiente y casi lo paga aún más caro.

Ante tal panorama y ante tal bloqueo como equipo, el Dépor solo podía ahondar en su naufragio o salir a flote a partir de la calidad de sus futbolistas en una jugada aislada. De todos los cambios que había hecho Borja, el que mejor le había sentado al grupo había sido sacar a Quiles del aislamiento y devolverlo a la banda para que participase más del juego, de las transiciones. Y así se obró el milagro.

Una combinación por la derecha que el onubense le sirvió a Mario Soriano en el corazón del área y este no falló. 1-1, minuto 87. Esos instantes que quedaban hasta el pitido final iban a ser una eternidad para el Pontevedra, que temió por la remontada. Ahogado por el cansancio y por el entorno. Para entonces, Riazor empujaba más que pitaba. Dio igual. El marcador no se alteró, igual que no hay movimiento en un Dépor que se desvanece.