Apenas un año y cuatro meses duró la etapa de Borja Jiménez al frente del Deportivo, muy cabizbajo tras el empate del pasado domingo en el Cerro del Espino, visiblemente alicaído, como si ya se temiera lo peor. Punto y final a 503 días durante los cuales el técnico abulense se quedó hasta en tres ocasiones sin conseguir el objetivo por el que llegó a A Coruña, el ascenso a Segunda, una meta que anteriormente ya había alcanzado dos veces, con Mirandés y Cartagena. El curso pasado se le escapó el primer puesto que daba un billete directo a la categoría de plata, luego volvió a fracasar por segunda vez en la final del play off ante el Albacete y esta temporada, al tercer intento, tampoco podrá completar su misión después de un inicio de curso decepcionante en estas siete jornadas que se llevan disputadas tanto por los malos resultados -solo 12 puntos sumados de 21 posibles ante rivales de media tabla para abajo- como por las malas sensaciones que transmite el equipo, lo más alarmante de todo.

En total, 47 partidos al frente del Deportivo, dos de ellos de Copa y otros dos de play off, con una balance de 25 victorias, 11 empates y 11 derrotas. Son los fríos números de un joven entrenador por lo general dialogante y tranquilo, cuyo repertorio futbolístico y vital no incluye los grandes aspavientos o las declaraciones altisonantes que sí caracterizan a otro tipo de técnicos. Y siempre tratando de relativizar y de darle la importancia justa a cada cosa. Primero, la salud, la vida, el bienestar. Después, el fútbol. Una persona que trata de ser cercana al aficionado, al de carne y hueso, pero que a la vez intenta aislarse de las redes sociales, donde le llovieron palos. Un profesional dedicado casi las 24 horas del día al análisis y a la reflexión en busca de la mejora, pero al que de vez en cuando también se le podía ver disfrutando de un rato de desconexión por el paseo marítimo o de un buen pulpo en un conocido local de la plaza de España. Borja no se va solo. Junto a él se va su “hermano mayor”, Álex Martínez, su gran apoyo dentro y fuera del banquillo.

El club apostó por el abulense tras su decisión de no seguir contando con Rubén de la Barrera. Otro técnico joven y de un marcado carácter ofensivo que llegó a A Coruña dispuesto a armar un equipo ganador en base al balón, a la posesión, a someter a los rivales jugando permanentemente en campo contrario. A eso enfocó sus entrenamientos desde el primer día, a preocuparse más de uno mismo que del rival, con muchas tareas analíticas para generar automatismos y familiarizarse con una determinada manera de jugar. Importaba el cómo, no solo el resultado. Sin embargo, en ningún momento, ni siquiera en los primeros meses del pasado curso, cuando el equipo estaba en dinámica ganadora, el Dépor dio verdadera sensación de equipo redondo, superior a sus rivales. Los resultados maquillaban entonces las carencias de una escuadra previsible que sacaba los partidos adelante más a base de individualidades que de un juego coral.

La pasada temporada su Dépor arrancó con muchísima fuerza, dominando la categoría de forma rotunda hasta el mes de febrero. La primera posición, y con ella el billete directo a la categoría de plata, parecía que ya estaba en el bolsillo. Era la sensación el 25 de enero, tras cerrar la jornada 20 con seis puntos de ventaja sobre el segundo clasificado, el Racing de Santander. De golpe los resultados dejaron de acompañar y llegó un bajón muy pronunciado, lo que aprovechó el conjunto cántabro no solo para dar caza sino para alejarse cada vez más del equipo coruñés. Adiós al primer puesto. Ese fue el primer ascenso frustrado de Borja con el Dépor. El segundo fue en la final del play off, con todo a favor para superar al Albacete en el partido definitivo. El escenario, Riazor, y el hecho de que al Dépor le valiera el empate, convertían a los blanquiazules en claros favoritos, pero volvieron a fallar, aunque se quedaron muy cerca de cumplir el objetivo, a solo siete minutos, tanto en el tiempo reglamentario como después en la prórroga. Ese segundo fracaso abrió un periodo de reflexión en el seno del club, demasiado largo como para transmitir plena confianza en el abulense, que tenía firmado un segundo año de contrato. Ya había dudas en junio pero la decisión final fue darle una tercera oportunidad al mismo entrenador, que ya no partía de cero en el presente curso. 

Una de las grandes debilidades de su equipo la temporada pasada fue su falta de contundencia a la hora de defender el balón parado y los centros laterales. Este año la principal preocupación de Borja estaba siendo protegerse más de los contraataques, apostando por un ritmo muy bajo a la hora de atacar para minimizar la pérdidas de balón que pudieran dar lugar a esas transiciones. Posesión sin profundidad ni ocasiones, la principal seña de identidad del Dépor en este inicio de campaña en el que el técnico tocó varias teclas sin acabar de encontrar la fórmula del éxito. Solo Retuerta, Granero y el portero Pablo Brea no han tenido minutos a sus órdenes. Los 21 jugadores restantes ya tuvieron al menos una oportunidad a lo largo de estas primeras siete jornadas, cada una con un once diferente. Síntoma de debilidad del equipo de Borja, que el curso pasado se rodeó de un grupo de futbolistas no demasiado extenso, sin apenas contar con jugadores como Doncel, Calavera, De Vicente o Menudo. Esa gestión de vestuario mejorable también queda en el debe del abulense. También su escasa autocrítica en sus intervenciones públicas. Deberes pendientes de cara a un futuro en los banquillos que, a sus 37 años, apunta a ser largo.