Quiles cabalgaba y cabalgaba, el campo se abría ante sí, la portería aparecía ya en el horizonte. Tras un pase de Rubén Díez a lo Burruchaga, era él, solo ante el mundo y con Riazor rugiendo. Porque mascaban el gol, porque es en el que más confían. Ante problemas colectivos, ante fallos en cadena, soluciones individuales. Llegada al área y toque sutil al costado, con giro de tobillo incluido. Gol. La grada se caía y el Dépor por fin ganaba. 0-1, minuto 61. Vislumbraba el equipo la orilla. Con lo que le había costado... Ese tanto acabó haciendo, finalmente, la diferencia en un duelo en el que el Deportivo dio la cara, fue valiente. También mostró toda su humanidad. Quiere, no puede. Es muchas veces la impotencia personificada. Más por falta de fútbol que por sus propios miedos. Los tres puntos dan aire, vida y tiempo. Los males siguen ahí, más patentes que nunca. La temporada va a ser larga. 

Uno escalaba una montaña en cada ataque y el otro iba sobre rieles. Así fue toda la primera parte y gran parte del partido. La apuesta de Óscar Cano en el once fue continuista. Un cambio obligado, el de Jaime por la roja a Lapeña, y uno de piezas al dar entrada a Isi Gómez por Roberto Olabe. Nada más. Las mismas dudas, los mismos fallos, los mismos muchachos voluntariosos. Disfrutó el Dépor en ese primer acto del dominio de la pelota. Con el paso de los minutos fue creciendo el equipo, sintiéndose más cómodo, pero las áreas estuvieron de nuevo a punto de condenarle. Buenas maneras, falta de ideas para crear en la ajena, para ser dañino en los últimos metros, y fallos individuales de los que cuestan partidos en torno a Mackay. A un equipo le costaba un mundo tener media ocasión, al otro parecía que se le abrían las aguas en lo contados intentos. El sino del Dépor en este inicio de campeonato.

Deportivo - Sanse Carlos Pardellas

Se metió en dos miniagujeros negros el equipo coruñés antes del descanso. El primero fue sobrepasado el minuto diez cuando el Sanse dispuso de una triple ocasión. Arturo malgastó un balón cruzado a la salida de Mackay y un remate solo a un saque de esquina, mientras Nieto mandaba la pelota arriba después de una mala salida de pelota de Villares. Todo en dos minutos. Nada nuevo, el Dépor ante sus deficiencias, ante sus miedos.

Superados esos tres microinfartos, Riazor respiró y el Dépor quiso la pelota, aunque muchas veces se enredase con ella. Pero por encima de todo ajustó la presión. Generó de esta manera y en ese tramo de partido una sensación de ahogo que hizo creer que estaba a punto de producirse uno de los puntos de inflexión del encuentro. La más clara de las escasas oportunidades blanquiazules fue un cabezazo de Pablo Martínez a balón parado. Nada más. Le faltaban al Dépor cambios de ritmo, juego de banda con Antoñito negado y Raúl tímido. Impotente, iba camino de condenarse de nuevo. Los madrileños, cada cierto tiempo, le mandaban un aviso de que estaban ahí, de que ellos sí parecían llevar munición de verdad.

Y tras fallar lo justo, llegó el segundo abismo para los coruñeses, el que enfadó a Riazor, el que le llevó a producir el primer momento de murmullo de la tarde. Mackay se hacía grande de nuevo ante Arturo en una acción que había nacido en un saque de banda. Justo después un cabezazo de Mercerreyes pudo suponer también el 0-1. Se salvaba el Dépor en lo tangible, más allá de las sensaciones. Vida extra para la segunda parte.

Deportivo - Sanse Carlos Pardellas

El Sanse, tras el paso por vestuarios, pisó el césped de Riazor con otra idea, la de mandar, la de dar un paso al frente. Inquietó al Dépor en esos primeros minutos, porque tampoco es excesivamente complicado hacer que sus piernas tiemblen. Eso sí, en muchos momentos pareció faltarle una marcha más para poder tumbarlo. Tampoco el equipo coruñés mostraba una pegada que hiciese temer a los madrileños, más allá de una jugada alguna aislada o de una genialidad que decantase el partido. 

Perdió el Dépor el mando en esos minutos, aunque a Mackay tampoco es que se le hubiese multiplicado el trabajo. Óscar Cano y todo Riazor vieron con claridad que los cambios no debían demorarse. Un disparo de Svensson fue la última intentona del ariete antes del cambio de guardia. Saltaba a escena Gorka, también Olabe por un Isi del que se esperaba algo más. Necesita más partidos.

Aún no había habido tiempo para que los cambios tuviesen una incidencia directa en el juego cuando Quiles se encontró una pelota en su campo y decidió que esta vez decidiría el partido él solo. Su tanto le dio un vuelco al corazón de la grada, al partido y al Sanse. Uno de los goles de la temporada.

Nada más marcar, el Dépor, en vez de ganar en confianza y tranquilidad, se mostró más nervioso que nunca. A diferencia de lo que ocurrió hace quince días frente al Linares, fue incapaz de defender con la pelota. Se dejó engullir por una dinámica de fallos y por un juego de ida y vuelta y revuelto en el que se mostró vulnerable y en el que no pudo remachar tampoco en el área contraria. La suerte que tuvo fue que el Sanse demostró que era un rival peligroso pero solo con un plan, con la marcha que mejor le iba. Cuando el partido le pidió algo más, cuando le exigió un paso al frente, algo diferente, llevar la iniciativa, se diluyó. No fue rival, salvo en los instantes en los que el Dépor casi le regalaba las ocasiones. Llegaron en ese momento algunos cortes providenciales con una pareja cuestionada al mando (Jaime y Pablo Martínez), que hoy empezó a hacer méritos para el indulto. Sonó el pitido final, el deportivismo, liberado, levantó los brazos concediéndose una alegría, un respiro, no sin obviar que lo que tiene delante sigue sin gustarle.