110% BLANQUIAZUL

Amancio Amaro, puro espectáculo

Recuperamos el apartado dedicado al coruñés Amancio Amaro, dentro de '110% Blanquiazul', publicación de LA OPINIÓN A CORUÑA con motivo del 110 aniversario del Real Club Deportivo

Carlos Miranda

Carlos Miranda

“Me encantaba el fútbol. Mi ilusión era jugar y jugar”. Todavía resonaban los ecos de las irrupciones de Luis Suárez, Manolo Lechuga o la más fugaz de Rodolfo Rábade y en la ciudad ya se hablaba de un chaval que era un asiduo del “rellenado de San Diego” y que se había criado entre las calles San Luis y Vizcaya. Era Amancio Amaro (1939). Su techo era inimaginable. Hijo de una vendedora de fruta y de un pintor, dio sus primeros pasos en el Victoria de Santa Lucía. Desde ese equipo con un perenne gusto por el buen fútbol y, junto a Jaime Blanco, acabó dando el salto al Deportivo. Otra muestra más del jugador coruñés. Una de las mejores. Pero este era diferente: directo, espectacular, no solo fino, surtidor y plástico. Hay quien ve dos delgadas líneas en la historia de esta saga. Una que une a Ramón González y Amancio Amaro, y otra que pone en el mismo plano a Chacho y a Luis Suárez, Lechuga o Carlos Pellicer. La realidad es que A Coruña acababa de alumbrar a otro futbolista irrepetible, que marcaría una época en el fútbol mundial. Las décadas de los sesenta y setenta fueron suyas, en el Deportivo, en el Real Madrid y en Europa. El apellido Amaro no era desconocido para la afición coruñesa. Su tío, Norberto, más conocido como Chato, había jugado en el estadio de Riazor a finales de los años cuarenta. A su sobrino tuvo que quererlo el Celta para que en el Deportivo se decidiesen a fichar a un futbolista ya muy conocido en el fútbol base de la urbe. En el campo de la Granja podían dar fe de sus dotes. “Es cierto que me quisieron en Vigo. Yo no sé si antes el Deportivo ya intentó contratarme o algo por el estilo, pero yo por lo menos no tenía constancia de ello con 15 o 16 años. Sinceramente, en aquel momento, no me preocupaba. Era un niño y solo pretendía divertirme jugando al fútbol, como cualquiera que tuviera esa edad”, reconoce hoy en día en primera persona. Casi se lo llevan después de un partido de la selección gallega. No fue así. Su fútbol incisivo acabaría llegando a Riazor a finales de los años 50. En 1958 ya estaba en el primer equipo. Debutó con Eduardo Toba y lo consolidó Hilario Marrero, uno de los referentes de la historia blanquiazul, el mismo que había ideado el Victoria que lo crió. Al final Amancio Amaro, uno de los pocos que no pasó por las manos de Rodrigo, tuvo unos inicios muy relacionados con el canario. Fútbol de calidad y pegada. Vertical. Un espectáculo. Cuando fue fichado por el Real Madrid, Amancio terminó por acercarsu posición a la portería contraria, pero en A Coruña también se hinchó a hacer goles. Unos cincuenta en dos años, casi treinta en la última. El Real Madrid no tardó en llamar a su puerta. Había pasado casi un lustro de blanquiazul con el Deportivo en Segunda. Su último servicio fue dejar al equipo de su ciudad en Primera. Solo lo pudieron conseguir cuando él y su socio, Veloso, alcanzaron su techo como deportivistas. Ambos coincidirían en el Real Madrid, junto a un tercer miembro de aquel equipo: Jaime Blanco. “Veloso era un delantero muy rápido y hábil”. Han pasado más de cincuenta años, pero Amancio radiografía perfectamente a su compañero de fatigas en una campaña histórica en Riazor. Un año antes ya habían logrado más de cuarenta tantos con el santiagués como máximo goleador. Esa temporada, 61-62,repetirían cifras, pero el coruñés recuerda con orgullo los 27 goles que hizo. El pichichi se quedaba en casa. Se lo pasaron de uno a otro y con el premio de que el Deportivo volvía a Primera cinco años después. Era el proyecto de Ochoa, el equipo de Aurre, Manín, Pegaso... Ascendieron en el campo del Indautxu y la fiesta en el Hotel Vizcaya de Bilbao fue tremenda. Al llegar a la Marina, aún mayor, realmente apoteósica. Ahí estaba Amancio. Fue su verdadero legado. El regreso a la élite llegó como una consecuencia lógica después de una temporada estratosférica en la que muchos recuerdan su partido ante el Burgos en el estadio de Riazor (6-1 y cuatro goles) o en Gijón con un doblete (2-4). “Era muy bonito jugar en el equipo de mi ciudad. La ilusión era enorme para un joven como yo y ahí estuvimos para lograr el ascenso”, apunta en primera persona del plural para quitarse importancia en aquella gesta. Sus méritos personales en el Dépor le llevaron a una preselección de futbolistas para el Mundial de Chile 1962, de la que se cayó a última hora, y a fichar por el Real Madrid. Ser aún jugador de Segunda División le perjudicó para estrenarse en la gran cita planetaria.

“El dinero que ofrecían era bueno, pero no fue fácil salir”. Amancio se fue a la capital aquel verano en el que debía estar en Sudamérica. Él estrenó una costumbre poco sana en el Dépor de los sesenta. El equipo coruñés siempre acababa facturando a sus estrellas a cambio de unas monedas. Veloso, Jaime Blanco, Pellicer, Manolete… Muchos siguieron más adelante su camino con diferentes destinos. Eso sí, el club siempre empezaba resistiéndose y, fruto de su actitud beligerante en la negociación por Amancio, su traspaso se convirtió en récord para la época. Amaro fue blanco a cambio de 12 millones de pesetas, los derechos de Miche y las cesiones de Ruiz, Betancort y Cebrián (este último no vistió de blanquiazul). Lo habían querido el Sevilla, el Oviedo y hasta el Barça. “Me reuní en el Hotel Atlántico con el señor Tamburini (un empresario del textil que hacía gestiones para el club culé y que ya se había llevado a Luis Suárez y Moll), pero al final surgió la posibilidad del Madrid”. Se fue a la capital para hacer historia con todas las camisetas que se puso. Llegó a un Real Madrid de entretiempo y se llevó la Eurocopa de 1964 en una Selección española con un fuerte componente gallego. Él, Luis Suárez, Marcelino, Reija… Dos años después capitaneaba al Real Madrid de los yeyé que ganó la sexta Copa de Europa trasla retirada de Alfredo Di Stéfano y con Veloso otra vez a su lado. Seguía haciendo goles, ahora al más alto nivel. Cerca de 200 en toda su carrera. Su fútbol no paró de deparar grandes tardes en el Bernabéu cuando incluso asomaba la década de los ochenta. Se retiró en 1976 y pasó de inmediato al cuerpo técnico y a la estructura del Madrid. Ha ocupado diferentes cargos a todos los niveles, incluso como técnico del Castilla y del primer equipo en la génesis de la Quinta del Buitre. Responsabilidad suya es parte de la primera UEFA blanca, aunque esa temporada fue culminada por Molowny. Amancio vive en Madrid desde que fue contratado por el conjunto de Chamartín, aunque no ha perdido del todo su vínculo con A Coruña. Es bastante habitual verlo cada verano en alguna escapada o en diversas visitas institucionales. Donde es un fijo es en Sada. Vínculos familiares le unen con esta localidad de As Mariñas. Fue una de las personalidades reclamadas para ser inmortalizadas en el paseo de la fama del municipio.

Amancio, al igual que Luis Suárez, Chacho y un buen puñado de joyas, es una muestra más, de las mejores, de lo que ha dado la cantera coruñesa a lo largo de la historia. ‘El Brujo’ era un jugador de clase, aunque en su caso más regateador, incisivo y goleador de lo que dictaba el canon. En décadas no ha salido uno parecido en la ciudad, pero él cree que parte de esa idea futbolística, de ese patrón, ha pervivido en algunos jugadores que han asomado la cabeza por Riazor en los últimos tiempos. “Siempre ha habido futbolistas de calidad en A Coruña, eso es innegable. No nos podemos olvidar de Fran".

EN LA HISTORIA DEL BALÓN DE ORO

El Balón de Oro ganado en 1960 por Luis Suárez se suele tomar como referencia del excelso nivel de la cantera coruñesa amediados del siglo pasado. El Arquitecto es el único nacido en España que lo tiene en su poder, pero hay otra fecha en la que el Dépor y el fútbol nacido en las calles de su ciudad demostraron aún más músculo. En el año 1964, cuando el censo de ACoruña no llegaba a los 190.000 habitantes y meses después de que España ganase la primera Eurocopa de su historia, el galardón recayó en Denis Law, pero en el podio le escoltaron Luis Suárez y Amancio (ambos en esta foto de arriba en 1976 en un partido de veteranos) como balones de plata y bronce, respectivamente. Es la única vez en la historia, junto a la edición de 1988 con Gullit y Rijkaard, que dos futbolistas de la misma ciudad se sitúan entre los tres primeros. Entonces premiaba únicamente a europeos, ahora ha pasado a ser entregado por la FIFA y reconoce a futbolistas en todo el orbe.