Navidades indigestas para el Dépor

El paladar enseguida se acostumbra a lo bueno y la grada de Riazor todavía tenía el regusto en la boca del atracón que se pegó el jueves contra el Castellón. Ante el Mirandés le tocó masticar otra cosa menos apetitosa, más difícil de tragar, aunque también hay a quien le gustan esos partidos cerrados, sujetados desde las libretas de los entrenadores, menos exuberantes.

El orden se impone a la improvisación y ahí triunfa el más solvente. El Dépor está lejos de serlo y ya a nadie se le escapa que el equipo blanquiazul donde aprovecha sus fortalezas es con espacios. Sucede que el rival te los tiene que proporcionar o bien hay que crearlos. Ni una cosa ni la otra favoreció al conjunto de Gilsanz, al que el Mirandés ahogó en un bloque medio que dejaba espacios para las carreras de Mella y Yeremay, pero nadie que les sirviera los balones. Ahí estuvo la trampa de Alessio Lisci, que obligó a los deportivistas a jugar demasiado al pie.

No hubo noticias de Mario Soriano ni Lucas Pérez, los llamados a aparecer entre líneas y el Deportivo se fue poco a poco atascando sin opciones de encontrar caminos hacia la portería rival. Lo intentó con lanzamientos en largo, pero tampoco así inquietó a un solidísimo Mirandés.

Fueron cayendo los goles en medio del desconcierto blanquiazul. No faltaron los errores defensivos, con Izeta rematando casi siempre en solitario en el área y amargando unas Navidades que se prometían felices para el Dépor. Van a ser indigestas tras el atracón ante el Castellón y el mal trago del Mirandés, que deja al conjunto de Gilsanz solo tres puntos por encima del descenso al final de la primera vuelta del campeonato.