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1-1 | El Dépor ya no sabe quién es

El VAR, de manera justa, evita una derrota plena de impotencia que ni siquiera había sido capaz de regatear ante diez | Cinco partidos sin ganar

Carlos Miranda

Carlos Miranda

A Coruña

Si el Dépor de hace un mes se mirase ahora al espejo no sabría muy bien qué imagen es la que le devuelve. Queda poco o ningún rastro de aquel equipo exuberante, arrollador, rico tácticamente, por encima de la categoría y al que no se le adivinaba techo. Llegaron las bajas, las lesiones, las derrotas, las dudas y ni los jugadores ni Hidalgo parecen tener respuesta cuando el listón ha subido, cuando la presión aprieta. Solo el VAR, de manera justa, evitó en el descuento una derrota plena de impotencia, que parecía marcada, a pesar de que jugó casi toda la segunda mitad con uno más. El empuje y la acumulación de futbolistas ofensivos sin mucho orden y concierto en la segunda parte solo le sirvieron para que volasen balones por el área del Valladolid, un equipo que se mostró como un máquina de precisión y al que se le vio con cierta soltura en la resistencia, a pesar de la justa roja a Marcos André. Un punto para el Dépor que dice poco, que no evitó el enfado y el morro torcido de Riazor y que siembra dudas sobre un proyecto que debe reinventarse y demostrar de qué pasta está hecho en las próximas jornadas. La Segunda no espera por nadie.

No era el aire gélido del otoño de Riazor, se sentía más bien fresco, renovado. El primer destello del Dépor en el partido fue una pelota suelta en la medular en la que Soriano encontró a un Mella que se acabó enredando en regates hasta olvidarse de rematar. En un chasquido, no llegó el gol, sí la esperanza de que nada había cambiado. De que Ximo seguía en el campo, de que Mella no se había ido a Chile, de que el equipo de Hidalgo era aún la pieza perfecta. Un espejismo que escuece. Un Dépor desfigurado se pasó todo el primer tiempo buscándose en el campo, rastreando una identidad perdida de la que se aprovechó un Valladolid que le pasó por encima. No tanto en el marcador, porque solo se marchó ganando 0-1 al descanso, gracias a un gol de Latasa de penalti, sí por dominio, por jerarquía. Fue un Dépor desconectado que sentía el campo en cuesta, como el de Oliver y Benji, por la odisea que suponía llegar al área rival. La veía a quilómetros, se ahogaba en una mala salida desde atrás, mezclada con una presión precisa de los pucelanos, que tenía la pelota, la posesión y hasta las ocasiones. ¿Qué le quedaba? Rezar, defenderse y revolverse.

Los avisos

Hubo varios avisos con pelotas de riesgos de Parreño, Villares o Mario Soriano para, además, no acabar haciendo diferencia en la segunda línea. La mala colocación y la falta de sensaciones de los coruñeses se mezclaban con múltiples caídas que parecían fruto de una mala elección de tacos. Les pasaba de todo. No podía haber mayor metáfora para lo que estaba ocurriendo en esa primera parte. Resbalón tras resbalón.

Y tras el trueno llegó la descarga. La doble ocasión de Latasa y Marcos André, el disparo de Juric o la llegada de Peter Federico que precedieron a la pena máxima de Dani Barcia que le asfaltó aun más el camino al Valladolid. Primero, mal orientado ante una pelota en profundidad; y después, precipitado para echar la mano por encima del hombro al brasileño y condenarse y condenar a su equipo por una pena máxima irrefutable. Gol, 0-1. Más allá de aquel pase en profundidad de Soriano a Mella del primer minuto y de otra jugada calcada en el ecuador de la primera mitad, el partido había estado en todo momento en el bolsillo de los visitantes. La diferencia en el marcador solo hacía justicia con lo que estaba sucediendo: jugadores coruñeses ahogados y erráticos ante pucelanos clarividentes y con metros alrededor en el campo. Mejor colocación, mayor movilidad, plan ajustado. Perfectos.

Antes del descanso, Riazor solo tuvo tiempo de maravillarse con una jugada ofensiva de Yeremay, absolutamente ausente en las coberturas defensivas, que se deshizo para asombro de todos de cuatro jugadores del Valladolid. Cuando se quiso dar cuenta, volvía a tener a tres rivales encima. Y así toda la primera parte.

El paso por vestuarios no hizo a Hidalgo, de momento, variar su plan. Solo sentó a Dani Barcia por Arnau Comas. Hombre por hombre. Seguían en el campo Stoichkov, Mulattieri y Noubi, las novedades, esta vez un 4-2-3-1 clásico. Al Deportivo no se le abrió la mente, pero sí el partido, gracias a la mala cabeza de Marcos André. Una entrada a destiempo con una amarilla que le mandó con toda justicia a la grada y que explica, quizás, porque no ha terminado de asentarse en la élite. El equipo coruñés tenía uno más en el campo, tampoco se notó en exceso, más allá del propio empuje de la necesidad y al que obliga Riazor.

Balones al área

El gran aporte ofensivo del Dépor en ese tramo fue un buen puñado de balones que volaron por el área del Valladolid y que bien podrían haber generado el empate, pero no fue así. Un cabezazo de Quagliata, otro de Mulattieri, otra arrancada del italiano con disparo que hizo lucirse a Guilherme, otro de Cristian Herrera. Varias pelotas en las que los rebotes siempre eran violetas. Una acumulación de futbolistas que se sentían impotentes ante un Valladolid hasta holgado. Ni hizo cambios hasta el minuto 81.

El cóctel de la frustración se redondeó con un colegiado un tanto sobreactuado, que no concedió ni media al Dépor y que permitió el juego duro del Valladolid. Hubo un dudoso penalti sobre Yeremay que ni quiso ver y pareció resistirse en el último. Sus ademanes soliviantaron a Riazor, pero la grada sabe perfectamente que el mal y el debe están en su equipo. Sin plan, impotente y sin cintura de su entrenador para hacer algo más que acumular delanteros. Hasta la penúltima de Loureiro salió cruz tras un paradón de Guilherme. Solo el descuento y el VAR trajeron un leve alivio. La alfombra roja que parecía transitar el Dépor hacia Primera se ha convertido en un camino de espinas.

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