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Segunda División

De la intensidad al juego: cómo el Valladolid borró a un Dépor desconfiado de sí mismo

Hidalgo se centró en aspectos intangibles tras el partido, aunque el colectivo dejó a deber en muchos más que en el vigor | La desconexión futbolística del primer tiempo fue el preludio de un juego precipitado y sin efecto en el segundo

Xane Silveira

Xane Silveira

A Coruña

La reacción de Riazor a los 30 minutos, después de que Mario Soriano taponase un disparo de Peter Federico, define el lapso mental y futbolístico que atravesó el equipo blanquiazul el domingo. Primero, abucheos; después, ánimos de una grada sorprendida, para mal, con el primer tiempo de su equipo. El penalti de Dani Barcia aceleró un gol que solo fue la consecuencia de lo plasmado sobre el verde: sin identidad, el Dépor se desdibujó y se quedó a medio camino de lo que aspira a ser. No sirvió jugar con uno más para recobrar la confianza, sino para acrecentar el nerviosismo en busca de un gol balsámico que terminó llegando desde los once metros. El empate a última hora no cura las heridas de un equipo que necesita mirarse al espejo y volver a reconocerse.

Problemas desde la pizarra

Se esperaba algún cambio en un Dépor que, tras dos derrotas consecutivas, necesitaba volver a hacerse fuerte en ambas áreas. Lucas Noubi, Stoichkov, Mulattieri... y el 4-2-3-1 como sistema inamovible. Yeremay, desde el costado, y Mella, en el extremo. Posiciones reconocibles para buscar una mayor familiaridad y competitividad. El delantero italiano, arriba, escoltado por un segundo punta que mezclase conducciones y rupturas. Para hacer jugar, Mario por dentro junto a Villares, como ante el Huesca y el Mirandés. Sin embargo, el Deportivo nunca entró en el partido.

El ritmo lo impuso el Valladolid, cómodo en la salida de balón, y vencedor en un juego directo que buscaba cruzar con rapidez de campo a campo. Por la derecha, una autopista hacia Quagliata que Alejo explotó. Por dentro, Latasa mordisqueaba un poco de cada central para liberar a Marcos André. El Dépor se deshilachó. Se hundió demasiado, renunció a presionar y no supo robar. Con balón, el equipo, descosido, no encontró vías de escape y desahogo. Las pocas veces que pudo correr, el Pucela lo frenó. Al descanso, los visitantes sumaban 14 remates, por uno de los locales; y un 57% de posesión, pese a no ser un equipo que amasa en exceso el balón.

Marcos André, al rescate

No hubo tiempo para advertir cómo el cambio de sistema, a tres centrales, hubiera sentado en la piel blanquiazul tras el descanso. Antes de ver si existía reacción a los peores 45 minutos del Deportivo esta temporada, Marcos André rasgó la pierna de Mella para ganarse la segunda amarilla. Dio vida, así, a un equipo hasta ese momento irreconocible. En La Rosaleda el resultado fue peor (3-0), pero el conjunto coruñés generó multitud de ocasiones. Ante el Valladolid, la participación de Guilherme, clave ante Loureiro y Mulattieri, fue residual durante gran parte del encuentro.

Precipitados ante 10

El Deportivo se encontró un escenario ideal para darle la vuelta a la situación. Con uno más durante toda la segunda parte, el plan estaba claro: amplitud exterior, mover de lado a lado, abrir a un Valladolid que iba a cerrarse, y llegar por los costados. Sin embargo, y pese al largo tiempo en superioridad numérica, el equipo coruñés no supo cómo atacar el bloque bajo vallisoletano, limitado a defender, con un excelso sistema de ayudas defensivas que impedía posibles mano a mano de Yeremay, Mella o Luismi con su par.

El esfuerzo blanquivioleta fue máximo, pero el conjunto dirigido por Antonio Hidalgo ayudó con un juego previsible. «Con un jugador más tenemos que atacar mucho más. Tenemos dos delanteros y nos ha faltado poner más centros laterales. El penalti viene así, de un centro lateral. Poner centros, que pasaran cosas, creo que no lo hemos sabido leer», desgranaba postpartido Stoichkov. Los blanquiazules, en el segundo tiempo, solo chutaron cuatro veces entre los tres palos, una fue el penalti que transformó Yeremay.

Un exceso de cambios

Pedía el partido pausa, templanza, lectura de juego y dominio de la situación. Un jugador que recogiese el balón y dirigiese la batuta. Pero Hidalgo se centró en acumular hombres de ataque en busca de un milagro final que llegó, en efecto, en forma de penalti, fruto de un balón al área que Eddahchouri ganó entre tres rivales. El técnico de Canovelles, sin embargo, desdibujó a su equipo, que terminó con Mario Soriano como único pivote, por delante de Noubi, Comas y un Loureiro que ya ejercía también de lateral. Y, por delante, una aglomeración de futbolistas que facilitaron la tarea defensiva del Valladolid. Mella y Yeremay pisándose en la izquierda; Herrera, por detrás de Eddahchouri y Mulattieri; y Luismi Cruz, que empezó por fuera, terminó acercándose al centro y perdiendo impacto. Se rompió el equipo y también el juego, que necesitaba precisión desde el comienzo, rigor y sentido para girar y abrir el bloque defensivo. Nada valió para un Deportivo infiel a su estilo, ideas y personalidad. Un equipo que desconfió de sí mismo en el primer tiempo y no supo aprovechar el regalo de Marcos André.

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