Las corporaciones que cambiaron el mundo

Siemens y General Electric, y se hizo la luz

Las empresas eléctricas surgidas a lo largo del siglo XIX revolucionaron con sus inventos la historia de la humanidad, que desde entonces se beneficia, entre otras muchas cosas, de la luz y del teléfono

Ramiro Reig | A Coruña

En 1791, un sabio distraído, un tal Galvani, que se dedicaba a experimentos medicofisiológicos, vio que unas ranas que tenía colgadas de unos hierros comenzaban a bailar enloquecidas. Por aquel tiempo estaba de moda el "mesmerismo", una doctrina que afirmaba que los seres vivos tenían una energía oculta que podía trasmitirse como una corriente eléctrica. Viendo bailar a las ranas, Galvani creyó haber descubierto la electricidad animal. Pero un amigo suyo que era físico, Alessandro Volta, comprobó que el fenómeno se producía cuando un metal tocaba los hierros donde estaban las ranas. Dándole vueltas al asunto descubrió que la corriente eléctrica se producía cuando se ponían en contacto metales de distinto signo. Fabricó, entonces, las primeras pilas eléctricas, unas placas de metal que conectadas por un filamento -llamado en su honor arco voltaico-, hacían saltar la corriente. Pero de ahí a poder apretar un botón y que se encendiera la bombilla quedaba todavía mucho camino por recorrer.

Los problemas planteados eran, en primer lugar, cómo generar una corriente de suficiente intensidad, cómo mantenerla y cómo transmitirla a una cierta distancia. Y, en segundo lugar, para qué podría servir o qué utilidad industrial podría tener. A lo largo del siglo, algunos eminentes científicos -como Oestrud, Faraday o Maxwell- fueron resolviendo los problemas teóricos, y otros -Edison, Westinghouse o Siemens, más prácticos- encontraron la forma de aplicar sus orientaciones. Sin entrar a detallar la historia subrayemos, al menos, tres palabras que señalan los hitos en el dominio de este nuevo campo: el generador, el acumulador y el transformador. Estos avances tecnológicos permitieron aprovechar la electricidad como fuente de energía, más limpia y renovable que el carbón y, a diferencia de la energía de vapor, transportable y divisible (la central está a cientos de kilómetros y yo enciendo y apago cuando quiero).

Fabricar electricidad

En 1860, un ingeniero alemán, Werner Siemens, inventaba un aparato, la dinamo autoinducida, con el cual se producía energía eléctrica aprovechando la energía mecánica. Se había encontrado la manera de "fabricar" electricidad. Cabe aclarar, no obstante y sin quitarle méritos a Siemens, que los descubrimientos en el campo eléctrico tenían el carácter arracimado, típico de una ciencia en expansión, y con frecuencia aparecían invenciones parecidas realizadas por personas distintas. Un aparato semejante al de Siemens había sido probado poco antes en Gran Bretaña y no les fue difícil a Edison y otros ingenieros americanos perfeccionarlo. Quiere esto decir que, aunque Alemania fuera la pionera de la industria eléctrica, pudo ser seguida con prontitud por los Estados Unidos y, a mayor distancia, por Gran Bretaña, que prefirió seguir explotando la energía carbonífera.

Además de eminente científico, Werner Siemens era un poderoso empresario. Poseía una industria de cables telegráficos que realizó el tendido de Berlín a Frankfurt, y había participado, junto a las compañías británicas, en los tendidos del cable transoceánico y en el de Londres a Calcuta. Con este motivo, la empresa Siemens se convirtió en una de las primeras multinacionales con fábricas en Berlín, Londres, San Petersburgo y Viena. Contando con esta poderosa infraestructura no le fue difícil pasar a la fabricación de los nuevos generadores eléctricos, campo en el que reinó durante los primeros años sin posible competidor.

Pero cometió un error, en el que también cayó el americano Edison. Los generadores Siemens producían corriente continua, suficiente para mover la maquinaria de una fábrica, pero imposible de transportar porque con la distancia perdía intensidad. La corriente alterna poseía suficiente voltaje para ser transportada, pero, precisamente por su alta tensión, no podía ser utilizada. Como decía Edison con humor un poco macabro, sólo servía para la silla eléctrica. Ni él ni Siemens previeron que el invento del transformador y del cable de alta tensión solucionarían el problema y darían pie a la creación de grandes centrales de producción de energía. Éste fue el origen de AEG, el gran competidor de Siemens. AEG comenzó en 1880 como filial de la americana General Electric, pero muy pronto su director, Emil Rathenau, con el apoyo del Deutsche Bank, rescató las acciones y la orientó hacia la fabricación de generadores de corriente alterna, adelantándose en este campo a Siemens.

Esta primera batalla por el mercado eléctrico tuvo algunas consecuencias importantes. La primera fue la consolidación de dos grandes gigantes que no tendrían más remedio que entenderse para no destruirse. La segunda, la intervención de la banca. Construir en aquellos tiempos una central que proporcionara fluido a todo Berlín, como hizo AEG, no era un juego de niños y requería una elevada inversión. A Siemens y a AEG les interesaba la fabricación de las grandes turbinas y transformadores, pero no involucrarse directamente en la construcción de las centrales ni en el negocio de la distribución de energía. Para ello crearon, con el apoyo del Deutsche Bank -cuya presidencia asumió un miembro de la familia Siemens-, compañías subsidiarias en las que mantenían el control accionarial. Esta estrategia hizo que el sector eléctrico se convirtiera en un entramado bancario-industrial en el que AEG y Siemens imponían su ley.

La energía eléctrica, una vez se hubo conseguido su producción, demostró tener múltiples aplicaciones. Las empresas que estamos estudiando y un par de compañías americanas fueron, en la mayoría de los casos, quienes las fueron encontrando y las materializaron en productos industriales. En 1879, Siemens había presentado en la exposición de Berlín un pequeño tren movido por electricidad, y cuatro años más tarde empezaban a funcionar los primeros tranvías de la historia en la lejana ciudad de Richmond (Virginia, Estados Unidos). El tranvía cambió por completo el paisaje urbano y solucionó un problema cada vez más acuciante provocado por el crecimiento de las ciudades, el del transporte. Antes de terminar el siglo XIX, las principales capitales del mundo tenían líneas de tranvías. La electricidad permitió dar un paso aún más importante, la construcción del metro, que con máquinas de vapor resultaba asfixiante.

Cómo enchufar la corriente

La bombilla eléctrica, que hoy nos parece tan insignificante, fue un hallazgo sensacional conseguido por el americano Edison en 1880. Se sabía que la energía eléctrica podía convertirse por incandescencia en luz, y se había experimentado con arcos de diversos metales, pero, al estar al aire libre, se quemaban fácilmente y eran peligrosos, mientras que aislados del aire no se encendían. Edison lo consiguió mediante un filamento de carbono que luego fue sustituido por tungsteno, más resistente. Siemens y AEG compraron la patente a cambio de no entrar en el mercado americano, y, para fabricar las bombillas, crearon otra empresa, Osram, participada al 50%. Lo mismo hicieron para la fabricación de baterías, creando AFA, y más tarde con la radio, controlando a medias la Telefunken. La diversificación de ambas empresas, Siemens y AEG, se fue ampliando conforme iban surgiendo nuevas aplicaciones de la electricidad: motores para las máquinas herramienta, aparatos para la electrólisis química, motores para ascensor, aparatos médicos que requerían una técnica muy sofisticada, como era el caso de los rayos X. En algunos campos establecían acuerdos de colaboración y en otros competían, pero con tendencia a repartirse el mercado.

Prestaron menos atención, en cambio, a las aplicaciones para uso doméstico: neveras, aspiradoras, cocinas, planchas, lavadoras, estufas, tostadoras... Las empresas americanas se dedicaron muy pronto a este tipo de productos, y, en el periodo de entreguerras, la imagen moderna de Estados Unidos contrastaba con la de la vieja Europa. Ciudades con rascacielos iluminados, grandes almacenes repletos de objetos de consumo, y amas de casa escuchando tranquilamente la radio y rodeadas de artilugios eléctricos que les hacían la faena. Las familias pudientes europeas mantenían un numeroso servicio doméstico encargado de lavar, preparar aquellas pesadas planchas de hierro alimentadas con carbón, quitar el polvo con el plumero y sacudir las alfombras, encender la chimenea del salón. ¿Para qué necesitaban aparatos eléctricos?

AEG intentó prestigiar estos objetos dándoles un toque vanguardista que subrayara su modernidad y distinguiera a la empresa. Para ello contrató a Peter Behrens, famoso arquitecto maestro de Mies van der Rohe y Gropius, que está considerado el padre del diseño industrial. Behrens defendía un estilo racionalista y funcional, y diseñó diversos aparatos eléctricos (cafeteras, aspiradoras) que han quedado como modelos de referencia de esta tendencia, aunque tuvieron escaso éxito de ventas. Su obra más importante fue la fábrica de AEG, en Berlín, un edificio emblemático del racionalismo arquitectónico. La colaboración de Behrens con AEG debe ser valorada como un compromiso de la empresa con la estética de su tiempo más que como una estrategia de marketing, y estuvo impulsada por el vicepresidente de la compañía, Emil Rathenau, hijo del fundador, brillante escritor y político, además de empresario. Más adelante, en 1922, siendo ministro de Asuntos Exteriores, fue asesinado por extremistas de derecha.

Al llegar la guerra del 14, Siemens y AEG dominaban por completo el mercado europeo, con un 46% del total de las exportaciones. En 1913 se habían terminado de construir las nuevas instalaciones de Siemens en Berlín, la Siemensstadt o ciudad de Siemens. Según Chandler, para igualar sus dimensiones se hubiera necesitado juntar las cinco fábricas americanas de General Electric. Unas dimensiones verdaderamente alucinantes a las que habría que añadir las viviendas para más de 50.000 empleados, las escuelas, el instituto tecnológico y el hospital, todo construido y sostenido por la empresa. Siemens fue, como otras grandes compañías alemanas (Krupp, Thyssen) una empresa con un amplio respaldo bancario, pero controlada y dirigida por la familia del fundador, hasta la dimisión del nieto en 1965, y mantuvo la típica orientación paternalista de la época bismarckiana basada en bajos salarios y amplias obras sociales. Tras el asesinato de Emil Rathenau, AEG pasó a ser el buque insignia de la flota industrial del Deutsche Bank.

La historia del sector eléctrico en los Estados Unidos está protagonizada por un personaje singular, Edison, y dos grandes empresas, General Electric y Westinghouse. Thomas Edison es el prototipo del inventor solitario. Jugó un papel determinante en los principales descubrimientos eléctricos, aunque no siempre tuviera la primera ni, por supuesto, la última palabra: el generador, la bombilla eléctrica, el fonógrafo, el perfeccionamiento del teléfono, y hasta un procedimiento para hacer cine, el kinetoscopio. Pero no estaba dotado de un gran talento empresarial, y fueron otros los que rentabilizaron sus hallazgos. En los primeros momentos, los de la producción de energía mediante generadores de corriente continua, era propietario de una empresa que competía con éxito con las de otros dos excelentes ingenieros, Thompson y Westinghouse. Su empresa fue la primera en iluminar una calle de Nueva York, en la que estaba la mansión del banquero Morgan, que financió el experimento.

Pero cuando se planteó la disyuntiva entre corriente continua y alterna, Edison creyó que ésta no tenía futuro. Esto permitió el despegue de Westinghouse, dedicada a la construcción de grandes centrales para alta tensión. En este campo consiguió realizaciones espectaculares, como la central eléctrica instalada en las cataratas del Niágara, que fue el motor de la industrialización de la región de los Grandes Lagos, donde algunos años más tarde se instalarán las industrias del automóvil atraídas por una oferta de energía abundante y barata. Como Edison no daba el brazo a torcer, un grupo de accionistas tomó las riendas del asunto, fusionó su empresa con la de Thompson -formando General Electric- y el bueno de Edison se marchó a trabajar en su laboratorio de Menlo Park, donde estaba más a gusto y era más útil.

Duro golpe

La marcha de Edison supuso un duro golpe para General Electric, pero la empresa no abandonó la investigación. Creó un gran laboratorio formado por varios centenares de especialistas en la materia y puso al frente a un personaje excepcional, J. Steinmetz. Si Edison es el prototipo del inventor, Steinmetz es el modelo del organizador de conocimientos. Estaba convencido de que el futuro de la ciencia, debido a su enorme complejidad, no podía depender de las genialidades de una persona, sino que sería el fruto de la colaboración. Lo mismo pensaba del mundo de la producción, donde la competencia tenía que dar paso a la cooperación. Llevado de estas ideas se afilió al Partido Comunista, que en USA era muy minoritario, y le escribió una carta a Lenin ofreciéndose a ir a trabajar a la Rusia soviética. Más tarde se presentó a la alcaldía de Nueva York encabezando la lista del partido. Por supuesto, no fue elegido. Por lo visto, a la General Electric no le importaban sus ideas con tal de que fuera eficaz. Bajo su dirección, el departamento de investigación de la compañía se adelantó a los alemanes con algunos logros importantes, como el paso de las bombillas con filamento de carbono, que se fundían con facilidad, a las de tungsteno, muy resistentes y baratas. Gracias a esta patente, con la que alcanzó un 70% de las ventas, General Electric recuperó el terreno perdido frente a Westinghouse.

A partir de este momento, el sector quedó polarizado en dos grandes corporaciones, General Electric y Westinghouse, que, como Siemens y AEG en Alemania, se repartían el mercado americano de forma directa o mediante compañías subsidiarias. Pero aún había más. Una característica importante del sector eléctrico es su doble relación con el mercado y con el Estado, en calidad de impulsor de amplios proyectos de electrificación. Uno de estos proyectos fue el Tennessee Valley Authority, un grandioso plan concebido por el New Deal de Roosevelt para electrificar el Medio Oeste americano. Tengamos en cuenta que en 1933 la electricidad estaba ampliamente implantada en las ciudades, pero tan sólo el 10% de las zonas rurales tenía acceso a ella. General Electric y Westinghouse construyeron en cinco años doce centrales eléctricas.

La historia de estos cuatro gigantes: Siemens y AEG, General Electric y Westinghouse, en la que hemos querido subrayar el alto grado de concentración y la amplia diversificación de productos propiciados por el dominio de la tecnología, debe matizarse en varios sentidos. En primer lugar, es imposible que dos o cuatro empresas, por poderosas que sean, ocupen todos los nichos del mercado. El éxito de los competidores suele deberse a que se especializan en algún tipo de producto consiguiendo, en unos casos, una calidad mayor, y, en otros, un producto estándar o de batalla dirigido a diversa clientela. Por ejemplo, la calidad y prestigio de las bujías y baterías eléctricas de Robert Bosch compitió con éxito con las de AFA, filial de Siemens y AEG.

La casa holandesa Philips, dedicándose al principio sólo a las bombillas, impidió la penetración en su país de Osram, también filial de Siemens y AEG, y se abrió un importante mercado en los países latinos. Más adelante se centró en terrenos poco transitados por los alemanes y desarrolló una tecnología propia, por ejemplo en máquinas de afeitar y en aparatos de sonido (cassette y disco compacto en colaboración con Sony). Motorola desafió a la General Electric especializándose en radios para coches. Otis encontró un amplio nicho de mercado en los ascensores. Valgan estos ejemplos para advertir que la concentración empresarial del sector eléctrico, aún siendo de las más fuertes, no era una situación monopolística, sino fuertemente concentrada, en la que los que están se reparten el mercado pero no pueden impedir completamente que alguien ajeno se atreva a entrar y, a veces, lo consiga.

La segunda matización tiene que ver con las especiales características de la energía eléctrica (recordemos, transportable y divisible). Un pequeño taller no podía funcionar con energía de vapor, ya que ésta requiere un mínimo de máquinas para que sea rentable su instalación. En cambio, este pequeño taller podía adquirir un torno o una taladradora y hacerlos funcionar enchufándolos a la red eléctrica. Esto significa que la energía eléctrica dio nueva vida a la pequeña empresa, sobre todo en la metalurgia y el textil. Más aún, creó un amplio abanico de pequeñas empresas en el propio sector eléctrico: instaladores, reparadores e incluso fabricantes de aparatos que podían 'copiarse' fácilmente y venderse mejor que los de las grandes marcas por su adaptabilidad o precio. En la España pobre de los años 50, una academia de enseñanza por correspondencia ofrecía un curso de montaje de radios, enviando por correo los materiales necesarios. La concentración en grandes empresas tenía como contrapartida la proliferación de las pequeñas.

Un mundo interconectado

La electricidad fue expandiendo su influencia más allá del círculo de la energía y de sus aplicaciones directas, creando poderosas sinergias entre compañías dedicadas a otros menesteres fronterizos con el mundo eléctrico. Así ocurrió que un buen día de 1877, el travieso Edison estaba jugando a los inventos cuando descubrió que las ondas acústicas (la voz) transmitidas por un aparato electromagnético podían grabarse con una aguja en un tubo de celulosa y volver a escucharse. El invento, llamado fonógrafo, era sensacional, pero muy primitivo, ya que, además de oírse fatal, no había forma de pasar la grabación a otros tubos y estandarizar el producto, por lo que no tenía ninguna aplicación industrial. Edison grabó la voz de sus hijos y un discurso del presidente de los Estados Unidos para tenerlos de recuerdo, y ya no le prestó más atención al asunto.

Veinte años más tarde, en 1895, un químico alemán, Emil Berliner, encontró la forma de grabar sobre un disco que era reproducible mediante el prensado de la pasta en un molde. Esto significaba, traducido a términos económicos, que se podía grabar una canción, hacer copias y venderlas. Con este fin se crearon algunas compañías, la Victor Company, en USA, y la Gramophon Company, en Gran Bretaña, más conocida como "La Voz de su Amo" por el famosísimo logo con el perrito Nipper escuchando atentamente. Al gramófono, como se llamó al nuevo invento, había que darle cuerda con una manivela y se difundió lentamente, hasta que el advenimiento de la radio, en contra de lo que podía suponerse, lo popularizó porque la gente quería volver a escuchar las canciones de la radio. Por la misma época en que se inventaba el gramófono, un joven italiano de 26 años, afincado en Gran Bretaña, Guillermo Marconi, patentó el primer aparato de telegrafía sin hilos con el cual se podían transmitir mensajes en morse a través de las ondas. Como ya existía la telegrafía por cable, en la que todos los países habían invertido mucho dinero, no se le prestó demasiada atención y su utilización quedó relegada a los barcos, que, lógicamente, estando en alta mar no podían servirse del cable submarino. En 1912, el invento saltó a la primera página de los periódicos porque gracias a él varios barcos acudieron en auxilio del Titanic, aunque no pudieron impedir el hundimiento. Incluso cuando se pasó de la telegrafía sin hilos a la radio, es decir, cuando, fue posible transmitir la voz humana, se creyó que su utilidad quedaba restringida al intercambio de mensajes.

En Estados Unidos, los avances en este campo estaban paralizados por un problema de patentes ya que las necesarias para ponerlo en marcha eran propiedad de diversas compañías y ninguna de ellas las quería ceder. Fue necesaria la intervención del mismísimo presidente estadounidense, temeroso de que un invento de utilidad militar quedara en manos extranjeras, para que se pusieran de acuerdo. ATT (telefonía) y Westinghouse renunciaron a favor de la General Electric, que creó la Radio Corporation of America, RCA. General Electric no sabía qué utilidad podía tener una emisora que retransmitía mensajes de barcos y que sólo escuchaban radioaficionados con aparatos de fabricación casera. Hasta que al director de la RCA, un tal Sarnoff, se le ocurrió retransmitir el combate por el título mundial de boxeo entre Dempsey y Carpentier. De repente, todo el mundo quería tener una radio en casa, y General Electric encontró un formidable nicho de mercado en la fabricación y venta de los nuevos aparatos de su invención, las radios de lámparas.

La radio se convirtió en poco tiempo en el medio más importante de comunicación de masas. La popularidad de Roosevelt se debió en gran parte a sus "charlas junto al fuego", un programa radiofónico en el que iba explicando su política. También el triunfo de Hitler. El poder de seducción de la radio era tanto que, en 1938, cuando Orson Welles realizó una adaptación de "La guerra de los dos mundos", de H.G. Wells, miles de personas salieron a la calle aterrorizadas creyendo que era cierto. El grueso de la programación se llenaba con música, concursos y seriales, los famosos soap opera, llamados así porque comenzó a patrocinarlos la empresa de jabones y detergentes Procter and Gamble. Para atar bien los cabos del negocio, General Electric creó una potente emisora de cobertura nacional, la NBC, y especializó a la RCA, mediante la fusión con Victor Gramophon, en la grabación y venta de discos. El tinglado, o círculo virtuoso, funcionaba así: la emisora (NBC) incitaba a comprar aparatos de radio (General Electric) y sostenía la producción discográfica (RCA) publicitando sus canciones, que, a su vez, servían para rellenar la programación. Y todo quedaba en casa, en manos de General Electric, que controlaba a las otras.

W. Felfrnkirchen: Siemens. J. Kocka: La empresa en Alemania. W. Wachhorst: Thomas Alva Edison.

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