A mediados del siglo XIX, Galicia se convirtió en la primera región productora de cueros de España. En A Coruña, y en concreto, en la comarca del Eume, fue un negocio relevante que se materializó con la implantación en la zona de varias casas de curtidos. Una de las firmas gallegas de mayor tradición fue La América, establecida en Pontedeume, un área en donde esta actividad se implantó precozmente .

El curtido en esta localidad mantenía, ya a comienzos del siglo XVIII, una larga tradición y las actividades relacionadas con la madera y el cuero sobresalían en la estructura artesanal y comercial de la villa. Entre los artesanos de la piel destacaba Thadeo Roberes, principal comerciante de curtidos de la comarca y fundador de la primera fábrica en el puerto eumés. Se estima que el negocio se estableció a finales de la década de 1760. Tras la ampliación de la fábrica, ésta llegó a alcanzar un tamaño considerable en relación con las existentes en España.

La tenería pronto se vio rodeada de otras, como la de Vicente Doce, por ejemplo, que aunque tuvo una escala de producción inferior, estuvo en funcionamiento hasta 1820. A finales de este año, Roberes inauguró otra tenería en San Calcón, una industria que, posteriormente, pasó a manos de Agustín Tenreiro Fernández, quien constituyó, a partir de la misma, La América. El negocio implicó la remodelación de la fábrica y para ello se incluyeron máquinas de vapor y otros avances tecnológicos que la convirtieron en la tenería gallega más destacada.

El capital de la familia Tenreiro -que había conseguido fortuna durante la emigración- estaba detrás de la empresa. En América, los Tenreiro crearon un negocio de importación de confecciones, telas, moda de señora y caballero y materiales de decoración de origen francés, unas actividades que les reportaron fortunas rápidamente. De esta forma, en la década de los sesenta, todos los hijos de Agustín Tenreiro retornaron a Galicia enriquecidos. A su regreso establecieron la fábrica de curtidos que ofrecieron como regalo de bodas a su hermana Dolores y situaron en la gestión a su marido Rodrigo Pardo González. El nombre de la factoría, La América, pretendía resaltar los vínculos con los territorios de ultramar.

La tenería, con Rodrigo Pardo al mando, creció de forma espectacular y duplicó su capacidad productiva. El proceso de curtición era el denominado vegetal y se componía de tres fases: la primera se correspondía con las operaciones de ribera, donde se preparaban las pieles, que eran clasificadas, lavadas, remojadas, depiladas y despojadas de la carne.

A continuación, se realizaba la curtición propiamente dicha y se sometían a diferentes procesos para convertirlas en incorruptibles y resistentes al agua: se sumergían en infusiones de tanino durante meses y se extendía entre ellas una capa gruesa de corteza. Tras este proceso se secaban y, en función del destino del cuero eran sometidas a diferentes tratamientos.

Todo el proceso duraba entre 18 y 20 meses y resultó el más empleado hasta el siglo XX, por ser el método que proporcionaba las suelas empleadas en zapatería. Las ventajas comparativas de la tenería gallega se centraron en la calidad del agua de su manantial y la buena corteza de roble que obtenían de la Fraga del eume.

La elaboración de curtidos se vio ampliada en 1905 con operaciones de banca. Gracias a ese enlace banca-curtidos, Rodrigo Pardo y Cia figuró durante años como el principal banquero de Pontedeume. La relación se afianzó con el matrimonio de Ramón Tenreiro con Matilde Rodríguez Pastor, de la familia fundadora del Banco Pastor, entidad a la que acabaron traspasando el negocio bancario.

A finales del XIX, sin embargo, la industria comenzó a buscar métodos que acortasen el ciclo de maduración del producto y empezaron a utilizarse los extractos tánicos y las sales de cromo, lo que dio lugar a lo que se conoce como proceso de curtición mineral. Los nuevos procedimientos quitaron protagonismo a Galicia como centro de curtición, debido a la escasa demanda industrial que existía en la región. Así, el cuero gallego perdió importancia dado que las tenería gallegas obtuvieron escaso éxito en la transición hacia el nuevo proceso de curtición industrial. Por otra parte, la neutralidad española durante la I Guerra Mundial supuso un respiro para la fábrica, que aprovechó la favorable coyuntura para abastecer de suela a los ejércitos. Los beneficios alcanzados por R. Pardo y Cia durante la Gran Guerra superaron con creces a los de años atrás y La América recuperó su posición como una de las cuatro grandes tenerías de Galicia.

El fallecimiento de los hermanos Tenreiro en esta época no supuso ninguna contrariedad para la empresa, que pasó a manos de la segunda generación. Sin embargo, los problemas surgieron a principios del siglo XX, ya que la gerencia de la misma comenzaba a ser un problema porque los intereses de los herederos resultaron muy dispares. La Guerra Civil supuso el declive del negocio, aunque la posguerra comportó un impulso positivo para las tenerías gallegas, a las que hizo progresar durante un corto período de tiempo. La escasez de divisas obstaculizaba la importación de cueros latinoamericanos y la compra de sustancias para el curtido. Antes de finalizar la guerra, La América siguió una marcha zigzagueante y los Tenreiro abandonaron ya la dirección de la fábrica. El alquiler fue la alternativa elegida en varias ocasiones, aunque los arrendatarios no siempre resultaron los más adecuados.

En 1941, la fábrica fue arrendada a Hijos de Ramón Carnicer SA, un alquiler con opción a compra, dado que los problemas aumentaban con la proliferación de herederos. Sin embargo, la familia optó por mantener el negocio debido a que el buen nombre de la fábrica era una garantía y la empresa todavía mantenía buenos resultados. Esta opción era, en cierto modo, retrasar lo inevitable, pero esperaban llegar a convertirse en una de las últimas tenerías tradicionales existentes en España. Otro de los motivos para mantener la factoría era la no recuperación íntegra del capital invertido, ya que la empresa soportaba una deuda considerable.

Al final decidieron prolongar durante unos años más la vida de la compañía y la segunda generación la transformó en una sociedad limitada, aunque mantuvo intacto su objeto social.

Los problemas llegaron a finales de los años 40, tras el acuerdo Perón-Franco por el que se reanudaron las importaciones de cueros argentinos, con lo que la familia Tenreiro comenzó a acelerar los procesos de venta de la fábrica. Finalmente, tras años de abandono, los restos de la factoría fueron demolidos para levantar el colegio Couceiro de Freijomil y de la fábrica sólo se mantienen en pie unos antiguos almacenes, que el ayuntamiento expropió, lo que ha generado un pleito complejo que todavía se dirime en los tribunales.

La sociedad R. Pardo y Cia SL se mantiene en activo, pero en suspensión de actividades y sin posibilidad alguna de reflotar la antigua fábrica, hasta la resolución del conflicto jurídico.

Alonso, Luis; Lindoso, Elvira; Vilar, Margarita. Construyendo empresas. La trayectoria de los emprendedores coruñeses en perspectiva histórica.