. uropa ha tenido que verse más que nunca con el agua al cuello para avanzar en su integración económica. Los líderes europeos, con la excepción del Reino Unido, han empezado en Bruselas a sentar las bases con que poner en marcha mecanismos de control financiero y del déficit público que impidan que se reproduzcan casos como el de Grecia. Los firmantes del acuerdo, aún sin aprobar, deberán someter sus presupuestos a la vigilancia de la Comisión Europea y exponerse a graves sanciones si se desvían del camino marcado del cumplimiento. Se cederá soberanía nacional a cambio de un mayor rigor de las cuentas públicas y la confianza de los mercados.

España, como ya habían avanzado tanto el presidente del gobierno en funciones, José Luis Rodríguez Zapatero, como quien le sucederá en el cargo, Mariano Rajoy, se ha apresurado a dar el paso al frente en esta nueva Europa que nace de la fuerte recesión y de la falta de credibilidad política, prometiendo garantías de fiscalidad y profundas reformas laborales, entre otras, en la confianza de que el Banco Central Europeo (BCE) se decida a partir de mañana a comprar deuda soberana y a seguir inyectando recursos bancarios a un sector debilitado. Todos esperan, en realidad, la última palabra de Mario Draghi para que los mercados se tranquilicen y cese la hemorragia de la deuda.

El Reino Unido, como se presumía en los días que precedieron a la reunión, decidió finalmente excluirse del compromiso en nombre del cada vez más acusado euroescepticismo tory y de una supuesta libertad financiera que tiene como principal objetivo defender oscuros intereses de los operadores de la City londinense. Su papel, después de haber elegido el aislamiento, empieza a ser una incógnita en el futuro concierto económico europeo.

Una vez alejada la creciente amenaza de inestabilidad de los mercados de deuda pública, si es que por fin esto llega a conseguirse, la nueva Europa tendrá que fortalecer su unión política y económica con un Tratado que facilite la integración de todos partiendo de las distintas velocidades y disipe las dudas que se ciernen sobre la estabilidad del eje franco-alemán. En el caso de Sarkozy, la vieja prédica gaullista de preservar la autonomía a costa de cualquier presupuesto choca con el actual matrimonio de conveniencia con Merkel, preocupada de la austeridad por encima de cualquier cosa.

Al hilo de lo anterior, otra de las dudas que se plantean es si el de ahora es un paso suficiente para lograr la armonización económica, laboral y fiscal de Europa o un simple parche más. Habrá que ver si la disciplina presupuestaria en la que tanto insisten la convencida Merkel y el converso Sarkozy se queda sólo en eso o va acompañada de una auténtica unión fiscal, un diseño común de políticas impositivas. El futuro Tratado o la reforma del de Lisboa puede convertirse bien en la solución o en una nueva y paralizante caja de truenos abierta a discusiones interminables y estériles para conseguir un acuerdo entre los 27 estados miembros, o, como mal menor, entre los 17 que forman parte de la llamada eurozona. En el caso de España, habría que debatir al mismo tiempo qué tipo de contracción fiscal puede soportar nuestra economía que deje un margen de maniobra para poder combatir como es debido la recesión.

El entusiasmo inicial mostrado por Mariano Rajoy deberá llevarle a emprender con la mayor urgencia, dentro de este nuevo marco de cooperación, las reformas laborales necesarias para hacer de España un país más productivo y competitivo, poniendo fin a la picaresca de las bajas laborales innecesarias, acabando con el despilfarro autonómico y enderezando el escandaloso gasto en medicamentos. Los españoles estarán en mejor disposición anímica para enfrentarse al sacrificio que a partir de ahora se les exigirá si el Gobierno predica con el ejemplo, frena las situaciones de discriminación que hacen de la casta política uno de los principales problemas para los habitantes de este país y combate el fraude fiscal, la economía sumergida y la corrupción enquistada en algunas administraciones públicas.

Sólo de esta manera, con ejemplaridad, Rajoy tendrá crédito suficiente para llevar adelante las reformas impopulares que se avecinan, recortes en sanidad y subidas de impuestos, entre otras medidas. Pero, a la vez, aunque parezca difícil por las circunstancias que concurren, deberá prestar atención a los desprotegidos. El inmenso batallón de los más débiles, víctima de todas las tormentas económicas de la historia, no tiene por qué ser el que pague una vez más los platos rotos de una fiesta a la que ni tan siquiera asistió como invitado de piedra. Y que otros disfrutaron de manera absolutamente irresponsable sin preocuparse de la factura que vendría después.