El 20 de junio de 2007 dos fondos de la compañía estadounidense Bear Stearns declararon pérdidas en el mercado de los créditos subprime (hipotecas basura) otorgados a clientes insolventes. Siete días después, Bear Stearns tuvo que rescatar a ambos fondos de la quiebra. El contagio se propagó a Europa mes y medio más tarde: el 9 de agosto, el banco francés BNP Paribas congeló varios fondos de inversión por valor de 1.600 millones de euros afectados por los créditos estadounidenses de alto riesgo.

La más ardua, profunda y compleja crisis económica internacional desde la Gran Depresión de 1929 arrancó entonces, pero fue el 15 de septiembre de 2008 -hace hoy cuatro años-, con la quiebra y desplome del mítico banco de negocios estadounidense Lehman Brothers, cuando el contratiempo devino en el mayor desastre económico en 80 años. Hoy comienza el quinto año de la Gran Recesión.

El colapso crediticio internacional que generó el derrumbe del histórico banco neoyorquino abrió una sima financiera, bloqueó los flujos crediticios interbancarios y abocó a la asfixia a aquellas economías nacionales que, como España -aun estando casi totalmente exentas del contagio y de la exposición al riesgo de las hipotecas basura y de los productos estructurados de ingeniería financiera que incorporaban dosis elevadas de los créditos tóxicos-, habían acumulado en los doce años precedentes un elevadísimo endeudamiento exterior.

España, que llevaba más de una década de raudo y vertiginoso crecimiento de su economía -a tasas superiores a las de sus socios-, lo había hecho posible sobre una inmensa vulnerabilidad: un fortísimo endeudamiento de sus familias y empresas, una saldo exterior negativo en su balanza de pagos de forma crónica y una necesidad imperiosa por ello de captar recursos internacionales crecientes para financiar ambos desequilibrios y para sostener al tiempo la inmensa burbuja inmobiliaria sobre la que había pivotado el crecimiento del PIB, el aumento sostenido del empleo y la recaudación tributaria que financiaba a las administraciones públicas en todos sus niveles.

La brutal restricción crediticia (credit crunch) que siguió al derrumbe de Lehman Brothers cercenó el modelo de crecimiento español, que, con un déficit exterior que llegó a los 111.000 millones anuales, era incapaz de sostenerse sin la inmensa financiación exterior que dejó de fluir hace hoy cuatro años.

Hoy España es uno de los países con mayor endeudamiento externo -95% del PIB en términos netos- y esa deuda, que es la que tiene al país bajo la presión de los mercados y al borde de la intervención, es en el 85% de naturaleza privada y sólo en el 15% de titularidad pública.

Las familias españolas acumularon en los doce años anteriores a la crisis una deuda de 855.840 millones de euros. Cada español adeuda de media 18.151 euros. De modo que, si España saliera o fuera expulsada del euro, la deuda de las familias, expresada en pesetas, sería de 142,4 billones al cambio fijado cuando se creó el euro. Pero esta cifra, de por sí fastuosa, habría que multiplicarla por el factor de devaluación monetaria que sufriría España de quedar fuera del euro. La deuda empresarial española creció de forma aún más vertiginosa durante los años 90 y primeros 2000, hasta los 1,2 billones de euros.

La suma total de la deuda privada -casi 2,1 billones de euros- está en los balances bancarios y ha llevado al sector financiero español a situarse en el centro del terremoto y a obligar a España a pedir una primera asistencia financiera de la UE por un importe de 100.000 millones.

Esos 2,1 billones de euros de deuda privada total -349,4 billones de pesetas- constituye uno de los mayores endeudamientos de la OCDE y son débitos en su mayor parte contraídos con el exterior.

No ocurre lo mismo con la deuda pública. España fue sorprendida por la crisis internacional tras tres ejercicios consecutivos de superávit fiscal (2005,2006 y 2007) y con una deuda pública de apenas 381.401 millones. Desde entonces el endeudamiento público se ha duplicado, hasta los 804.388 millones de euros, pero sigue siendo inferior a la deuda de las familias, sólo representa el 30% de la deuda total española -el 70% es deuda privada- y redujo su exposición al mercado internacional, sobre todo tras la fuga de capitales de los últimos meses.

El elevado endeudamiento privado español en el exterior está expresándose en la fuerte tensión de la prima de riesgo de la deuda pública ante la imposibilidad de proyectarse a través de los mecanismos tradicionales anteriores a nuestra entrada en el euro: los tipos de interés diferenciales más elevados y la depreciación de la moneda propia.

Los desequilibrios exteriores son a su vez los que han generado la gran fractura europea entre los países del norte -ahorradores, con saldo exterior positivo, impuestos elevados y bajo fraude fiscal- y los del sur: endeudados, con acusado déficit externo, menor fiscalidad, reducción de impuestos entre los años 90 y 2010 y elevada evasión tributaria.

Estas asimetrías son las que están alimentando el mutuo malestar y la desconfianza recíproca entre ambos bloques y son las que han puesto en cuestión en algún momento la continuidad del proyecto compartido, que es lo que está favoreciendo el ataque de los especuladores y la migración de los inversores temerosos del sur al norte.

Esta crisis marcará un antes y un después. Será un hito que cambiará el modo latino de ver la vida. Habrá un retorno a valores, pautas y formas de vida que arrumbados en las décadas recientes.

Ésta es la crisis típica de la tercera generación. El modelo interpretativo al uso de los imperios empresariales y de las dinastías de los negocios limita su evolución a tres oleadas generacionales, a cada una de las cuales les correspondería un papel: creación, expansión y crisis. El mundo español de la emigración decimonónica a América lo expresó de otra manera: "Padre bodeguero, hijo caballero, nieto pordiosero".

Cuando las familias adeudan 855.840 millones -y lo mismo cabría decir de las empresas y del sector público- es porque anticiparon poder de compra futura tomando en préstamo riqueza que aún no habían generado. Es lo que en economía se denomina "desahorro". Pero éste nunca había sido el proceder de las dos generaciones anteriores: aquélla que en España -tras la Guerra Civil- y en Europa -tras la II Guerra Mundial- emprendieron desde la destrucción bélica la tenaz conquista de la prosperidad con sacrificios, penurias y enormes renuncias, ni de la siguiente, la que ya disfrutó de bienestar pero sin renunciar a la prudencia en el manejo de los recursos.

Lo que ocurrió en el último decenio y medio de rutilante endeudamiento obedeció a un fenómeno propio de las épocas de euforia: confundir la abundancia de liquidez con la riqueza. Lehman Brothers rompió esa lógica. Es "el mundo que no volverá", según el economista Santiago Niño Becerra. Al menos, durante un largo tiempo. Keynes dijo que en economía la mayoría siempre se equivoca.