-¿Le ha costado despedirse de una carrera profesional tan intensa o tenía ya ganas de descansar?

-Después de Washington era difícil hacer otras cosas. Allí colmé mis aspiraciones profesionales, no podía ya ir más arriba en mi carrera, así que decidí volver a mis raíces, a Mallorca y a disfrutar de los años que me quedan. Lo que cuesta es pasar de hacer mucho a no hacer nada, así que ya empiezo a complicarme la vida. Estoy escribiendo mucho, daré conferencias y asesoraré a empresas. En definitiva, haré todo lo que la ley permite hacer a los jubilados, cosas distintas y a otro ritmo, siendo el dueño de mi tiempo. Cuando salí de Washington, pensé en irme a Tánger como una retirada suave. Aquello no salió y me retiré.

-¿Con la llegada del Gobierno del PP ha habido una limpieza ideológica con el apellido Dezcallar?

-No lo creo. Yo había cumplido cuatro años en Washington y era normal que saliera. Es cierto que mi hermano Rafael también ha dejado de ser embajador en Alemania, pero Alonso sigue en Mauritania. Además, somos independientes, lo que es bueno y malo. Los ministros siempre quieren a alguien que les diga que lo hacen todo bien, pero cuando eres independiente dices lo que piensas y este es un país que quiere lealtades incondicionales, lo que me parece un error. He servido a distintos Gobiernos, he tenido la suerte de servir a mi país en puertos importantes. He hecho una carrera muy bonita y volvería a hacerla igual. Lealtad no es decir que sí a todo, sino un apoyo crítico, porque el acrítico al final no ayuda a nada.

-Ha trabajado con distintos gobiernos. ¿Esa lealtad acrítica de la que habla ayuda a acelerar el síndrome de la Moncloa?

-Hay un aislamiento progresivo de la realidad. Se rodean de gente que les dice sí a todo y eso lo he visto con todos. Se crea una casta de políticos profesionales que no es buena. Los políticos están al servicio de los ciudadanos y la política no debería ser una profesión.

-¿Ocurre en Estados Unidos?

-En Estados Unidos cuando llega una nueva administración saca a los embajadores, por ejemplo, y coloca a gente que ha contribuido a la campaña presidencial. Igual ocurre con todos los departamentos. Lo que pasa es que, a diferencia de España, hay una ósmosis muy fuerte entre la vida pública y la privada. No acaban de ser políticos profesionales porque cuando dejan la Administración pasan a la empresa privada. En España no hay esta capacidad. Aquí un partido que pierde las elecciones no sabe qué hacer con la gente que tiene, porque hay quien no sabe hacer otra cosa ni tiene otra ocupación. Los partidos acaban distanciándose de la ciudadanía, que es lo que está pasando en este país. Los partidos son endogámicos, con listas cerradas, y dejan de responder al latir de la calle. Aquí los diputados se limitan a apretar el botón que les dice el jefe de filas.

-¿Ese alejamiento, con la falta de confianza que conlleva por parte de los ciudadanos, dificulta la salida de la crisis?

-Una cosa son los intereses del país y otra los de los partidos, y en España se mezclan en muchas ocasiones. El anterior Gobierno socialista tardó en reconocer que había una crisis y el actual antepuso las elecciones andaluzas a los presupuestos estatales. Es difícil separar estas cosas, pero soy optimista. España es un gran país y saldremos adelante de esta, igual que hemos salido de otras. Europa, aunque lo va a pasar mal, saldrá reforzada de esta crisis. Ahora, cuando todos ven las orejas al lobo, es más fácil hacer concesiones de soberanía que son necesarias para la construcción europea. Saldremos reforzados porque es la única forma que tiene Europa de jugar un papel en el mundo. De lo contrario desapareceremos por los desagües de la historia.

-Sin embargo, ante esta crisis más que una Europa unida hay un país, Alemania, que marca el paso al resto.

-Es evidente que estamos yendo hacia una Europa un poco alemana que no es simpática. Los alemanes quizá están dispuestos a hacer concesiones, pero exigen que las cosas se hagan a su manera y sus intereses no coinciden con los nuestros. Una cosa que tiene que corregir Europa en este proceso de construcción es el déficit democrático. El presidente de la Comisión Europea o los comisarios europeos no son elegidos por los ciudadanos. Hay un déficit de democracia y de control ciudadano sobre esas decisiones que cada vez son más importantes y que nos van a afectar.

-¿España será rescatada?

-La imagen de España en los últimos cuatro años se ha deteriorado mucho. Antes representaba el éxito y despertaba admiración. En cuatro años hemos pasado a ser el eslabón débil de Europa. Cuando llegué a Washington, la primera batalla fuerte y seria fue para entrar en el G-20. Cuando iba a ver al secretario del Tesoro no le pedía que nos metiera en el G-20, se lo exigía. Éramos una gran economía. Ahora nos ven como el país que está al borde del abismo y que si se cae, arrastra a toda Europa y también a Estados Unidos y a los países emergentes. Eso preocupa en Estados Unidos, pero también en China. Ven a España como el país decisivo que puede hacer que Europa se salve o no. El otro día De Guindos decía que el futuro del euro se juega en España. Yo iría aun más lejos: el futuro del euro y del propio proyecto europeo.

-¿Cree que las constantes medidas de austeridad son la solución?

-Sé que hay gente a la que no le gusta Paul Krugman, pero yo estoy bastante de acuerdo con sus análisis. La austeridad es necesaria, pero también hay que meter un poquito de alegría. Si demuestras que estas cumpliendo y haciendo las reformas que tienes que hacer, hay que encontrar un mecanismo que permita el acceso al crédito en condiciones, que pueda fluir a la ciudadanía y al pequeño empresario, que cree empleo y riqueza. Esta tasa de desempleo es intolerable, en especial con los jóvenes. Eso se remedia con austeridad, pero también con crecimiento y ahí debe entrar en juego la solidaridad europea. Lo que no tiene sentido es que Alemania se esté financiando gratis y nosotros no. Hay que profundizar en Europa, hacer los Estados Unidos de Europa. No queda más remedio.

-¿Estados Unidos está perdiendo interés por Europa y dirigiendo su mirada a Asia?

-La realidad es que ahora el centro de atención de la administración Obama no está en Europa, está en Asia, porque el crecimiento está ahí. Dicho esto, creo que Europa y Estados Unidos somos socios necesarios, en primer lugar porque seguimos siendo, juntos, el mayor polo económico del mundo. Pero hay una razón aun más importante para el futuro y es que los valores que defendemos los europeos y estadounidenses los comparten muy pocos países. Me refiero a cuestiones como el buen gobierno, la democracia participativa, la libertad de prensa y de expresión o la igualdad de género. Nos veremos en un mundo cada vez más globalizado e interdependiente en donde nuestros valores no serán compartidos por la mayoría y estaremos en la misma frontera.