El Santander, que en 1950 aún era el decimocuarto banco español, culminó anteayer, al fagocitar al Banco Popular, la mayor operación de concentración y transformación de la gran banca española jamás realizada en la historia financiera del país.

En los últimos 24 años, la entidad cántabra engulló a los tres grupos bancarios que durante los dos últimos tercios del siglo XX se alternaron en el liderazgo y hegemonía del sector en España: Banesto, Central e Hispano Americano (estos dos últimos, fusionados en 1991), que fueron los máximos representantes de la gran oligarquía industrial y financiera española, y en cuyos consejos de administración se concentraba el mayor elenco de apellidos de la aristocracia con abolengo y de la gran burguesía titular de sólidas fortunas.

El miércoles el Santander adquirió al Popular, el menor del antiguo "club" de los llamados Siete Grandes. Con este movimiento, el Santander alcanza sus últimos objetivos. De aquellos siete magnos bancos, que ejercían el oligopolio financiero en sus reuniones mensuales en la sede de Banesto en las postrimerías del siglo XX, sólo perviven desde anteayer el Santander y el BBVA, el gran grupo nacido de la fusión de los bancos Bilbao y Vizcaya (que aglutinaban en bandos hostiles el viejo poderío financiero y mercantil de la burguesía vasca, nucleada en torno a Neguri) y de la posterior absorción del antiguo grupo público Argentaria.

La magna concentración bancaria vivida en España -de la que la desaparición del Popular supone un episodio más, pero de gran relevancia-, sumada a la contundente reducción de las antiguas cajas de ahorros en los años previos, dibuja un mapa financiero en el que del centenar y medio de entidades que (sin contabilizar las cooperativas de crédito) llegaron a coexistir hasta mediados de los años 80 en España, apenas sobrevive una quincena de entidades.

La desaparición del Popular pone fin a la banca genuinamente madrileña, que había actuado como contrapeso en el siglo XX al tradicional poderío financiero periférico y sobre todo norteño. Hoy la banca española reproduce, con mucho más énfasis que en las dos centurias anteriores, el liderazgo bancario de la España septentrional. Salvo el malagueño Unicaja Banca, el estatalizado BMN (con sede en Murcia) y la caja de ahorros de ámbito local Caixa Ontiyent (Valencia), la banca tiene hoy todos sus centros de decisión reales en el Norte de España, aunque en algún caso (Liberbank) tenga su domicilio social nominal en Madrid. Y de las tres entidades madrileñas supervivientes, una (Bankia) está estatalizada y las otras dos son proyectos con origen en Cantabria (Bankinter) y Galicia (Evo Banco).

El Santander, con centro operativo en Madrid y sede social, vinculación histórica y grupo dinástico dominante cántabros, ya era antes de la compra del Popular el mayor banco de capital español, la primera organización financiera del área euro por tamaño y uno de los grandes grupos internacionales de referencia. Pero con la anexión del Popular recupera el liderazgo en el mercado nacional (que le había arrebatado CaixaBank) y se convierte en el mayor banco de titularidad privada en Portugal.

El Santander (que desde 1976 acometió sucesivas adquisiciones de bancos en Europa, Latinoamérica y EEUU) alcanza el momento cumbre de su poderío (nunca fue mayor que ahora) tras 160 años de existencia. Aúna así un binomio no siempre conciliable en la historia de los negocios. Sólo su coetáneo Banco de Bilbao (hoy integrante del BBVA) acumula una ejecutoria ininterrumpida desde 1857 a la vez que una trayectoria ascendente.

Al hacerse con el banco creado en 1926 por un grupo de comerciantes madrileños bajo la entonces denominación de Banco Popular de los Previsores del Porvenir, el Santander acrecienta su tamaño (pasa a tener una cuota de mercado del 19,5% en inversión crediticia en España y del 18,8% en captación de ahorro), amplia red y plantilla (que previsiblemente serán ajustadas no pasando demasiado tiempo) y, sobre todo, refuerza su base de clientes (el Popular daba servicio a 4,1 millones de españoles) y fortalece algunas áreas de negocio de alto valor, como el segmento de empresas, y en particular los de pymes y autónomos, en todos los cuales el Popular era líder y había logrado una penetración muy acusada y acreditada, con una cuota de mercado del 13%. Con su absorción, el Santander, que era el tercer banco en este tipo negocio, asume el liderazgo nacional como banco de pymes, con una posición del 24,8%, casi el doble que el competidor que lo secunda.

La contraparte será gestionar sin medidas traumáticas las duplicidades de red y de servicios centrales (el Santander prevé generar unos ahorros de 500 millones) y sobre todo digerir el exceso de riesgo inmobiliario que aporta el banco adquirido al grupo santanderino, que más que duplicará por ello su cifra de activos improductivos: pasará de 10.700 millones a 23.000 millones. Para ello el Santander acometerá una ampliación de capital por un importe de 7.000 millones para restablecer la cobertura de riesgo, reponer provisiones y resituar las ratios de solvencia en posiciones más cómodas.

Aunque este anuncio depreció la acción el 0,88% el miércoles por el efecto dilutivo sobre las posiciones accionariales preexistentes que entraña toda ampliación de capital, ayer el Santander recuperó con creces la merma y remontó con fuerza: cerró la sesión con una subida del 5,24%, la mayor del índice selectivo Ibex 35. Ana Patricia Botín, presidenta del Santander, dijo el miércoles, tras pactar con las autoridades regulatorias europeas la compra del Popular, que prevé un retorno de la inversión entre el 13% y el 14% en dos años, que es el umbral que se impone el banco como exigencia en sus planes estratégicos.

El Popular aporta otro intangible al Santander. En la medida en que quepa conceptualizar los distintos estilos de negocio y las fortalezas dominantes de cada entidad, el Santander ha sido sobre todo un banco de producto y el Popular, más de personas. Ahora se aúnan ambas visiones.

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